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Los logros de la Revolución Verde, los beneficios de los productos transgénicos y la agroecología como alternativa futura, fueron analizados por el Dr. Norman Borlaug, Premio Nobel de la Paz, al visitar Costa Rica.
Convencido de que en las últimas tres décadas la producción mundial de alimentos ha crecido más rápido que la población, el premio Nobel de la Paz en 1970 y «padre» de la llamada Revolución Verde -Dr. Norman Borlaug-, aseguró que los problemas alimentarios que sufren millones de personas se deben a una distribución que no es equitativa.
La solución a esta desigualdad no está en mis manos, sino en las de los políticos, expresó el estadounidense nacido en 1914, quien visitó Costa Rica para inaugurar el pasado 25 de febrero la «I conferencia sobre globalización de la investigación agrícola», organizada por el Centro Agronómico de Investigación y Enseñanza (CATIE), con sede en Turrialba.
A punto de cumplir sus 88 años (25 marzo), Borlaug defendió de las críticas ambientalistas las bondades de la Revolución Verde, la cual tomó auge en la década de 1960, a partir de la utilización de especies mejoradas de cereales, en cultivos extensivos y con la aplicación intensiva de fertilizantes.
En una conferencia de prensa celebrada el pasado 25 de febrero, acompañado por el ministro de Ciencia y Tecnología -Guy de Teramond- y el subdirector del CATIE -Markku Kanninnen-, el renombrado investigador respondió preguntas en un español entendible, producto de sus años de trabajo en México.
A este país llegó en 1944, para laborar como genetista en el Programa de Cooperación para la Investigación y Producción de Trigo, promovido por el gobierno mexicano y la Fundación Rockefeller. Antes, había estudiado ingeniería forestal y patología vegetal, en lo cual se doctoró.
Allí logró que algunas variedades de trigo fueran resistentes al ataque de plagas y que sus cosechas rindieran en promedio el doble o triple de otras, lo cual permitió alimentar mejor a poblaciones pobres. Por el mejoramiento de esta y otras gramíneas, y la contribución a mejorar la situación alimentaria del planeta, recibió el Nobel.
MÁS COMIDA
Según Borlaug, durante las últimas tres décadas la producción de alimentos ha crecido en el mundo a un ritmo superior (23%) al aumento de la población; pero existe una distribución per cápita poco equitativa de estos. Puso como ejemplo, el progreso «tremendo» alcanzado por China e India, que tenían serios problemas para alimentar a su población y ahora tienen excedentes.
No podemos tener 800 millones de personas necesitadas de comida en el mundo, y depende de los políticos mejorar la distribución de los alimentos, advirtió.
Afirmó a UNIVERSIDAD que no es necesario que todos los países dispongan de soberanía alimentaria, ya que resulta imposible que puedan producir la totalidad de sus alimentos, aunque aquellos que buscan pasar de una economía agrícola rural y de subsistencia a una industrializada, deben aumentar su productividad, con el fin de generar excedentes que les permitan recursos para adquirir bienes indispensables para pasar a otras etapas de desarrollo.
Cuando ocurre lo anterior y la sociedad avanza hacia la industrialización y el comercio, la migración hacia las ciudades hace que el campo se quede paulatinamente sin brazos para la agricultura y por ende se deba importar alimentos.
Borlaug, quien en los últimos quince años ha trabajado en el continente africano, advirtió que los territorios al sur del Sahara son los más críticos del planeta, en cuanto a la situación alimentaria de sus habitantes.
Aunque no le gusta hablar de subsidios y transferencias impositivas, es partidario de que los agricultores tengan los insumos básicos cuando los necesiten y para ello los gobiernos deben propiciar créditos que les permitan comprar las tecnologías adecuadas, así como semillas y fertilizantes.
TRANSGÉNICOS BENEFICIOSOS
Al ser interrogado sobre los polémicos alimentos de origen transgénico (mejorados genéticamente), no puso reparos en aceptar que son un eslabón más en el mejoramiento de los productos agrícolas, al igual que la Revolución Verde.
En su opinión, la biotecnología facilita el perfeccionamiento de las especies y al haber una mejor alimentación, aumenta la calidad y las expectativas de vida.
«Debemos ajustar nuestra mentalidad a ciertos niveles de riesgo de contaminación en el mundo biológico, ya que no existe el nivel cero de contaminación», argumentó al defender los eventuales riesgos de los productos transgénicos sobre la salud.
Detalló que en el mundo hay 53 millones de hectáreas sembradas con transgénicos como soja, maíz y algodón.
En este sentido, recordó que gracias al mejoramiento de las semillas, en 2000 la producción total de cereales en el planeta sumó 1.885 millones de toneladas, cifra superior a los 860 millones de toneladas producidas en 1960, y en un espacio mucho menor.
Se mostró escéptico al planteársele si es una mejor opción aplicar técnicas de agroecología, para sustituir las utilizadas con la Revolución Verde y la biotecnología, tendencia que es impulsada por los ambientalistas.
Tras argüir que su primer trabajo fue en ecología forestal, dijo que tiene la impresión de que los ambientalistas ven la ecología como una ciencia exacta; sin embargo, las interacciones entre los seres vivos son tan complejas, que resulta muy difícil prever las infinitas reacciones que se pueden dar.
En vista de lo anterior, estima complicado manejar la producción masiva de alimentos mediante técnicas agroecológicas.
REVOLUCIÓN CUESTIONADA
La Revolución Verde que forjó el Dr. Norman Borlaug con sus investigaciones para mejorar las semillas de los granos de mayor consumo en el mundo y la aplicación sustancial de fertilizantes para incrementar la producción, si bien ayudó a mitigar el hambre en el planeta, también acarreó consecuencias ambientales y económicas.
Según Miguel Altieri, investigador de la Universidad de California, «la Revolución Verde fue una campaña masiva de los gobiernos y las multinacionales, que persuadió a los agricultores en el Tercer Mundo para reemplazar una multitud de cultivos indígenas, por unas pocas variedades de alto rendimiento, dependientes de costosos insumos de fertilizantes y plaguicidas químicos. Esto supuso enormes pérdidas en la diversidad genética».
«Los insecticidas y herbicidas que fueron de la mano con el uso de los cultivos de la Revolución Verde, causaron la pérdida de productos complementarios que previamente se obtenían en los arrozales, como peces, gambas, cangrejos, hierbas comestibles, ranas y plantas silvestres. La pérdida de estas producciones raramente se tiene en cuenta cuando se contabilizan los supuestos aumentos de los rendimientos de la Revolución Verde, o de los organismos modificados genéticamente», agrega Altieri.
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