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La Intifada palestina desatada hace un año y cinco meses por la visita del Primer Ministro de Israel a la explanada de las mezquitas, amenaza ahora con degenerar en una guerra abierta.
Las amenazas del Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, en contra del Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yaser Arafat, han llevado el conflicto en el Oriente Medio a una escalada sin precedentes que podría dar al traste con más de una década de esfuerzos por alcanzar una paz estable en la región.
Encerrado desde hace varias semanas en la casa del gobierno palestino en la ciudad de Ramala, Arafat es ahora el blanco de las acciones de represalia que el ejército judío desplegó como respuesta a los atentados perpetrados por organizaciones radicales islámicas como Hamas y Yihad.
Los choques entre las fuerzas israelíes, la policía palestina y extremistas religiosos, que no dudan en suicidarse para cometer sus atentados, evidencian la hora crucial en el estancado proceso de paz que vivió la región en la última década y que ahora está a punto de fenecer.
Sharon ha optado por una radicalización de sus posturas, lo que deja cerrada la puerta a cualquier intento de negociación con la parte palestina. El líder de la ultraderecha judía, que desencadenó el conflicto más reciente, cuando visitó la explanada de las mezquitas en octubre del 2000, ha dicho que hace responsable a Yaser Arafat de los más atentados que han cobrado las vidas de israelíes.
Ante los atentados suicidas, las bombas y los disparos de los militantes palestinos, Sharon ha respondido con todo el poder de uno de los ejércitos más modernos y efectivos del mundo entero. Los tractores que antaño derribaban los asentamientos palestinos en territorios reclamados por los judíos, fueron sustituidos por los sofisticados blindados del ejército. Del mismo modo, ahora el apoyo aéreo que antes brindaban helicópteros ha sido dejado en las manos de la fuerza aérea israelí, que no duda en utilizar sus cazabombarderos F16 para atacar los cuarteles de la policía palestina en Cisjordania y Gaza.
El odio parece haberse impuesto como el único lenguaje posible entre ambas partes. La carrera suicida de las organizaciones islámicas radicales sólo ha servido para cerrar las fisuras que habían surgido respecto del proceso de paz en el gobierno de unidad nacional israelí, compuesto por los conservadores del Likud y los laboristas del centro izquierda.
A pesar de este lenguaje de guerra, el partido Meretz y el Movimiento Pacifista Israelí consiguieron convocar el pasado sábado 16 de febrero a una manifestación en favor del proceso de paz. Las calles de Tel Aviv se llenaron de miles de personas que cansadas de la sangre y la violencia, pedían el regreso de Israel a la mesa de diálogo.
A esa misma hora, paradójicamente, un terrorista suicida ligado al Frente Popular para la Liberación de Palestina se volaba a sí mismo y asesinaba a un adolescente y a una mujer en un centro comercial ubicado en un asentamiento judío cercano a Cisjordania.
«Israel ha ganado todas las guerras que ha librado, y también ganará ésta». Con estas palabras, pronunciadas poco después del mencionado ataque, Sharon indicó sería la tónica de la política israelí hacia los palestinos en los próximos meses.
Utilizando parte del discurso anti terrorista nacido en occidente luego de los atentados del 11 de setiembre, el Primer Ministro no duda en calificar a Arafat como uno de los principales baluartes del terrorismo internacional.
Por su parte, el líder palestino, acorralado en su refugio de Ramala, no cesa de llamar a la comunidad internacional para que intente frenar el ímpetu expansionista y el tono guerrerista del discurso de su homólogo israelí.
Sin embargo, los esfuerzos diplomáticos de la Unión Europea y otros países partidarios de una solución negociada, han chocado de frente con la indiferencia de la única nación que podría tener una influencia decisiva en la política de Sharon. A diferencia de la época de Clinton, Estados Unidos se niega a presionar a los israelíes para que retomen el diálogo.
Para Washington luego de los atentados del 11 de setiembre, Israel ha recobrado un valor geopolítico muy relevante. Esto ha llevado a que la administración Bush brinde un velado apoyo al gobierno extremista de Sharon.
En el escenario de guerra global contra el terrorismo que imaginan los estrategas estadounidenses, Palestina es la cuna potencial de muchos enemigos; por lo tanto las ideas de Sharon, en el sentido de que Arafat es uno de los líderes del terrorismo internacional, no parecen tan descabelladas para el presidente George W. Bush y sus asesores.
Al margen de las cavilaciones políticas que puedan hacerse del conflicto en Medio Oriente, la verdad es que muchos inocentes han perdido la vida y muchos más la perderán en el futuro si no se logra poner un alto a las hostilidades en la zona.
Sólo sobre la base de la existencia del Estado de Israel y el Estado de Palestina y su mutuo reconocimiento, será posible construir una paz duradera que acabe con siglos de odio y derramamiento de sangre.
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