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¡Israel, basta!

 
Lo que ocurre actualmente entre palestinos e israelíes es un problema que debería preocuparnos a todos. Lo de la aldea global, es un hecho: lo que ocurra en el rincón más remoto del planeta, queramos enterarnos o no, nos afectará de una manera u otra.  Por lo menos moralmente, como en este caso. Sin embargo, en este país, fuera de las noticias filtradas y proclives a Israel, que nos trae la gran prensa, pocas son las voces particulares que se manifiestan en torno a lo que se juega ahora en el Medio Oriente.  Y las pocas voces que se oyen (o que la gran prensa deja oír) son las de personas vinculadas de alguna manera a la causa judía, por lo que la opinión pública no solo sigue desinformada sino que, más grave, sigue teniendo una idea del conflicto asentada en mitos de la tradición judeo-cristiana.



Veamos:  la idea de que el territorio de la llamada «Tierra Santa» pertenece, o debe pertenecer a los judíos, se fundamenta en lo que cuentan los libros sagrados de judíos y cristianos.  Pero el hecho histórico innegable es que, después del año 135 d.C. los judíos fueron expulsados de ese territorio. Perdieron todo derecho a él, pues desde el siglo VII d.C., el área fue ocupada por pueblos de etnia árabe y cultura musulmana. Los judíos solo comenzaron a retornar a finales del siglo XIX, tolerados pacíficamente por los palestinos, quienes, inocentemente, no tenían reparo hasta en vender  tierras a aquellos. Ignoraban entonces los palestinos que la causa sionista tenía designios bien claros sobre el territorio, sobre todo después de la controvertida Declaración Balfour, de 1917, en que Inglaterra, potencia ocupante de Palestina, alentaba la esperanza de un «hogar nacional judío» allí.

 



Imposible hacer un amplio vistazo histórico. Baste resumir diciendo que, a raíz del Holocausto, Occidente y la Unión Soviética, en una especie de tardío arrepentimiento por las manos libres que le dejaron a Hitler en su tratamiento del «problema judío», apoyaron en 1947 la creación del Estado de Israel en el territorio palestino. Eso sí, que conste: sin consultar  ni la opinión de los ocupantes legítimos del territorio (los palestinos), ni considerar  el rechazo de los países vecinos, todos ellos árabes.  Y a la injusticia de la partición, venía a añadirse el que a los judíos, siendo de población minoritaria, se les otorgaba más del 50% del territorio. Dicho sea de paso: el marco jurídico lo dio la resolución 181 de la ONU, única en toda la ya larga historia de Israel que este Estado ha obedecido y cumplido hasta con creces. Porque  ya instalado Israel, se da la paradoja de que siendo éste el único Estado creado  tan   artificialmente por la ONU, es también de los pocos países que se mofan de las resoluciones de la ONU y de otras organizaciones que les afecten. Poco menos de 100 resoluciones ha emitido la ONU relativas al retiro de Israel de los territorios ocupados desde 1967 (Gaza y Cisjordania, pero también los Altos del Golán, de Siria, y el sur del Líbano), a la no usurpación de las tierras palestinas, a la vigencia plena de los derechos humanos de sus habitantes, etc. En vano: Israel, con el amparo de los EEUU, que le suministran una ayuda anual de $3000 millones y veta toda resolución de la ONU y de otras organizaciones que afecte a Israel, hace caso omiso de toda advertencia y sigue una política similar a la del «Lebensraum» («espacio vital») de los aborrecidos nazis, asesinando «selectivamente» a sus líderes, apoderándose por la ley o la fuerza de las pocas tierras aún en manos palestinas, destruyendo sus casas, escuelas y hospitales, encerrándolos en nuevos guetos, negándoles sus fuentes de trabajo, expulsando del país a sus moradores e impidiendo el retorno a sus hogares de varios millones de palestinos huidos o expulsados como consecuencia de las guerras entre árabes y judíos, entre otros abusos. La sola creación de más de 200 colonias en los territorios ocupados por la fuerza de las armas, en contra de toda  ley internacional, es un escándalo que debería mover a la acción a cualquier ser sensible y pensante.



Israel no quiere la paz. Nunca la ha querido. Nunca ha presentado una simple oferta de paz a palestinos y árabes. Se ha limitado a llevarles la corriente a los impulsores de las diversas propuestas. Y a seguir el mortal juego, cuya única solución final aceptable para Israel parece ser la plena posesión del territorio, pase lo que pase con la población palestina. La última oferta de paz -la del heredero al trono de la Arabia Saudita- ha sido rchazada de la manera más brutal por el gobierno del general Sharon, a pesar de que se entrevé en ella la mano de los EEUU y de que ofrecía lo que Israel tanto ha reclamado: la paz y el pleno reconocimiento de su existencia por parte de sus vecinos árabes.



Irónicamente, nuestra prensa hace énfasis en el enfrentamiento entre Israel y Palestina. Así, de poder a poder. Como si Palestina, al igual que Israel, fuera un Estado de jure con todos  los recursos económicos y la seguridad que pueden brindar un ejército, una marina y una aviación, por no hablar del apoyo y respeto  que dan el ser miembro pleno de todas las organizaciones internacionales.  Lo poco que vemos es niños contra hombres. Niños armados de hondas contra soldados armados de pies a cabeza con equipos infernales. Y hombres y mujeres desesperados, que apelan a la autoinmolación en un vano intento de conmover la conciencia de la humanidad. Nueva ironía: David y Goliat enfrentados otra vez en desigual lucha. Innecesario decir quién es quién. Júzguelo el lector.

  • Hugo Mora Poltronieri, profesor UCR.
  • Opinión
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