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Fue la víspera de la llegada de los presidentes latinoamericanos a la reunión del Grupo de Río, el más importante foro regional, que reúne a 19 países latinoamericanos y del cual Costa Rica ejerce la secretaría pro tempore.
El presidente de Uruguay Jorge Batlle llegó antes para cumplir el compromiso de una visita oficial a Costa Rica y, al final, participó de una conferencia de prensa con el presidente Miguel Angel Rodríguez, en Casa Presidencial.
Ya entonces circulaba el rumor de que Uruguay patrocinaría la resolución sobre Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que sesionaba esos días en Ginebra, pero eso no se había confirmado aún. En la conferencia Batlle lo anunció y Rodríguez afirmó que la copatrocinaría.
De ese modo, Uruguay asumió el papel que, en años anteriores, había desempeñado la República Checa, de presentar un proyecto de resolución sobre Cuba en la Comisión.
En realidad, es a Estados Unidos al que le preocupa especialmente el tema. El canciller Roberto Rojas se ha referido a las presiones que se ejercen en la Comisión para lograr los votos necesarios para condenar a Cuba o, en este caso, aprobar una moción que pide el envío de una misión del Alto Comisionado de Derechos Humanos a la isla. Cuba ya había anunciado su rechazo a la medida y a que se la singularizara en cualquier acuerdo de la Comisión.
Cinco días antes de que el proyecto de resolución fuera presentado en Ginebra por Uruguay, el canciller cubano, Felipe Pérez, había presentado copia de ese documento en La Habana, que en ese entonces se atribuía al Perú. Pérez aseguró que la cancillería peruana negaba haberlo preparado y atribuyó su autoría al Departamento de Estado.
Sin embargo, Uruguay se dispuso a presentar la resolución que, a estas alturas, diversos diarios de América Latina, entre ellos de Uruguay y Perú (país que también reivindicaba la resolución) habían hecho pública, atribuyendo su origen al Departamento de Estado.
Así las cosas, el escenario estaba montado para la crisis política que la propuesta desató.
En esa conferencia de prensa, le preguntamos al presidente uruguayo por qué plantear una iniciativa que, como él sabía, dividía tan profundamente a América Latina. Se planteaba, además, en vísperas de la reunión del Grupo de Río, en la sede del encuentro, lo que iba a crear un clima enrarecido, inconveniente para la discusión de los temas de una agenda que la propia Costa Rica había propuesto. Batlle no respondió la pregunta, sino que prefirió referirse a otros aspectos del tema.
DIVISIONES
Pero esas consideraciones no valieron, más bien prevalecieron intereses ajenos a la agenda del Grupo, para poner sobre la mesa una resolución que ha tenido enormes efectos políticos en América Latina, entre ellos un terremoto político en México, cuyas consecuencias son aun difíciles de predecir, y la ruptura de relaciones entre Uruguay y Cuba.
El tema, que no estaba en la agenda del Grupo de Río, saltó al primer lugar, aun contra lo que se podía suponer, eran los intereses de Costa Rica, que había presentado su propia agenda para la reunión. Y probablemente hubiese permanecido en ese lugar privilegiado de la agenda, si la crisis de Venezuela, que estalló durante la Cumbre, no lo hubiese desplazado.
Una de las propuestas más importantes presentadas por Costa Rica a la cita fue, precisamente, la de reformar los estatutos de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, para evitar que se siga prestando a maniobras políticas.
Costa Rica propuso un mecanismo de evaluación de los derechos humanos que se pueda aplicar a todas las naciones y evite que intereses políticos predominen en la condena de determinados países.
Pese a esto, el país se plegó a los procedimientos que venía criticando en el pasado, para copatrocinar la resolución de Uruguay.
El resultado no ha sido otro que el previsto: una profunda división en América Latina.
México, abandonando la tradición de su política exterior, se sumó al apoyo de la resolución sobre Cuba . El presidente cubano, Fidel Castro, decidió entonces hacer pública una conversación sostenida con su colega mexicano, Vicente Fox, sobre su participación en la cumbre de Monterrey sobre financiamiento para el desarrollo, celebrada en marzo pasado. Castro se retiró intempestivamente de esa reunión, después de pronunciar su discurso, alegando razones especiales que no precisó en ese momento.
Fox, quien había negado haber pedido a Castro que se fuera después de pronunciar su discurso, en realidad aparecía haciéndolo, en una conversación telefónica con el mandatario cubano. La justificación del pedido era satisfacer una solicitud de la Casa Blanca, que no quería un encuentro de Bush con Castro en la cumbre.
En su reseña de la conferencia de prensa celebrada en La Habana, en la que el propio Castro dio a conocer la conversación telefónica con Fox, el diario mexicano «La Jornada» señaló que el presidente cubano «hizo un recuento de la agitada relación bilateral con México, prácticamente desde el principio del gobierno foxista. Su parte troncal fue la transcripción del diálogo con Fox, siguió con la desembocadura de la cumbre de Monterrey y concluyó con las reiteradas declaraciones del Presidente y del canciller de México en las que ambos negaban expresamente la acusación cubana».
Si Cuba exhibiera las pruebas, había dicho el diario cubano «Granma», días antes, al referirse al tema de Monterrey, «produciría deshonor o desestabilización a México», recordó La Jornada. «Castro explicó hoy: «La palabra desestabilización se empleó porque el aventurero canciller mexicano arrastró en su perfidia nada menos que al Presidente de México. No podían usarse nuestras pruebas sin implicarlo. Tal vez esto los condujo al error de creer que nos resignaríamos al golpe sin que se destapara la caja de Pandora».
Por otra parte, las duras acusaciones de La Habana contra el presidente uruguayo lo llevaron a decidir la ruptura de relaciones diplomáticas con la isla. El gobierno mexicano, por su parte, parece haber optado por bajarle el tono a la confrontación y dijo que no habrá ruptura de relaciones con Cuba.
En medio de la crisis venezolana, que difícilmente puede considerarse resuelta; de la de Argentina, cuyo desenlace es cada vez más difícil de pronosticar; y de la intensificación del conflicto armado en Colombia, con una creciente participación militar norteamericana, el recrudecimiento de las tensiones en torno al caso de Cuba viene a contribuir a ese clima enrarecido que se extiende por la región, como resultado de una crisis anunciada.
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