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Que contribuyen con la conservación de especies y que cumplen una función educativa por medio de sus animales, han venido diciendo por casi 50 años los promotores de los zoológicos. Así, al haber desfigurado la realidad, unos por desdén y otros por desconocimiento, han visto a los zoológicos como algo útil y hasta necesario, fortaleciéndose de esa manera ese mito que hoy es cuestionado por reconocidas organizaciones conservacionistas.
Aquí en Costa Rica, donde no existe una política oficial que al menos oriente hacia la formulación de una estrategia nacional relacionada con su existencia, ese mito ha empezado a ser cuestionado desde hace unos años. Hoy la Defensoría de los Habitantes estudia acusaciones, que tienen que ver con el Parque Bolívar (esa «zoocárcel» del centro de San José) y su similar de Santa Ana, que ha hecho despertar a la municipalidad de ese cantón que ahora exige mejores condiciones para los animales allí enjaulados, tal y como se aprobara hace unas cinco semanas (Tico Times, 5 abril,2002). El hecho de que un ente privado sea el que diga la primera y la última palabra, sobre un asunto de indiscutible interés público, es visto como un problema que han de resolver las nuevas autoridades ambientales del Estado.
Pues bien, para reforzar su mito, los funcionarios interesados en los zoológicos tratan de presentarlos cual si fueren «arcas bíblicas» donde se preserva las especies que han perdido sus hábitats, para después devolverlas a sus ambientes recuperados. Y es que si pusieran en práctica algunos de los conocimientos rudimentarios de genética de poblaciones, y aceptaran humildemente su incapacidad en el área reproductiva, admitirían la falsedad de ese argumento. Una cosa es criar pollos, chanchos o tepezcuintles, y otra es tener que lidiar con poblaciones silvestres en peligro de extinción. Cientos de animales de una misma especie serían necesarios para llevar adelante un esfuerzo semejante, y ningún zoológico en el mundo (¡y mucho menos en Costa Rica!) tiene tal capacidad. Un gran bagaje de información biológica se necesitaría para crear las condiciones ambientales propicias para impulsar con relativo éxito un plan reproductivo semejante, y ¡no se tiene! Del millón y medio de especies animales, quizá un puñado podría ser reproducido y un número ínfimo introducido a su ambiente natural. El argumento de la conservación, es pues un mito.
¿Y el argumento de la educación ambiental? ¡Veamos!
En vista de que el de la conservación ha venido cayendo como un fr*gil castillo de naipes (con animales impresos en las cartas), se argumenta que cada individuo (una danta, un elefante, un puma, un chimpancé, un mono tití…) paga el precio de su cautiverio en pro del bienestar de su especie como un todo. Sin embargo, al visitar esas «zoocárceles» nos damos cuenta de que esos «esfuerzos educativos» no pasan de ser acciones cosméticas intrascendentes. ¿Qué aprende un visitante sobre la danta del Bolívar? O incluso, estará dispuesto a aprender algo, cuando el interés de su visita es el de divertirse ante la presencia del animal enclaustrado. Más bien, alegan algunos especialistas, que el conocimiento de la mayoría de la gente sobre especies en peligro de extinción se limita a los grandes mamíferos que atraen su atención, cuando lo cierto es que esas glamorosas especies representan sólo la punta de un iceberg, de un inmenso iceberg, formado por la gran masa de especies que cotidianamente caen en los abismos de la extinción. Así, cuando muy raramente se tiene algún éxito en su reproducción (como sucede con los osos panda) gracias a las campañas publicitarias, se crea en ciertas personas una falsa sensación de seguridad. «Ya no hay que preocuparse de su extinción», piensan, profundizándose así el problema. ¿Será ese un objetivo de la educación ambiental?
En fin (el espacio es limitado) no se trata de discutir si en Australia se lanzó hace nueve años una Estrategia Mundial de Conservación en Zoológicos. Se trata más bien de prestarle atención a los valores del ecosistema y a la necesidad de conservar la biodiversidad, así como a la implementación de principios éticos aplicados a la conservación, al tiempo que se establecen relaciones perdurables entre la humanidad y la naturaleza. Todos ellos objetivos de dicha Estrategia que no siempre son respetados.
No se justifica, pues, el sufrimiento a que son sometidos los animales confinados en zoológicos, y más si hablamos de los decadentes zoológicos tercermundistas, donde los recursos económicos limitados traen consigo mayores torturas para los pobres animales. ¡Ojalá! nos preste atención el amigo Carlos Manuel Rodríguez, ministro de Ambiente y Energía, pues el tema no puede ser soslayado por más tiempo y el Estado costarricense no puede tolerar más la actual situación.
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