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La ancestral sabiduría micronesia, antecedente de rasgos de la chilenidad urbana, indica que no se debe hablar en público de los amigos. La razón es clara: nunca les parecerán suficientes los elogios y vindicaciones. Siempre considerarán que merecían más. Por esta vez ignoraré la cautela micronesia. El asunto lo amerita. Una decisión del equipo de rectoría expulsa del semanario Universidad y de la docencia universitaria a Carlos Morales, costarricense peculiar, ‘chilenoide’, como Carlos Monge e Isaac Felipe Azofeifa, y, como chilenoide, izquierdoso en un país conservador, frontal y terco hasta la arrogancia en un medio que se representa a sí mismo como un «plato de babas», centroamericanista y latinoamericano en una tierra que muchos exquisitos querrían colindara con Suiza y hablara sólo inglés. Periodista de batalla en una comarca que colma de premios y reconocimientos a Eduardo Ulibarri, tolera a Julio Rodríguez y parece avergonzarse de Parmenio Medina.
A Carlos Morales se le expulsa a raíz de una acusación por acoso sexual que le hiciera Ivannia Salazar, ex redactora del semanario y cuyo nombre consigno porque ya se la ha mencionado por este asunto en diversos medios. Conviene decir algo sobre el acoso sexual. Se trata de una forma extrema de violencia moral para quien lo sufre. La o el acosado se siente tratado como objeto, como medio, deshumanizado. El costo de esta violencia, la pérdida de autoestima, por ejemplo, puede ser irreversible dependiendo su eventual recuperación de los contextos en que se mueve la víctima. Al constituir violencia moral, el o la acosada siente su laceración como asco por el agresor y por sí mismo. Para su psiquis, el daño puede significar un eterno retorno, irritación permanente, ambiguos sentimientos de defensa/agresión, de destrucción y autodestrucción recurrentes.
Moralmente, el testimonio de un o una acosada es indiscutible. El o ella se saben acosados, se sienten acosados, se viven acosados. En este sentido, poco importa que el acoso sea imaginario o efectivo. La vivencia del acoso pertenece a la subjetividad. Regalando la buena fe, Ivannia Salazar se sintió acosada. Psicológicamente lo fue. Carlos Morales rechaza con vehemencia ser su acosador. Pero él no puede hablar por Ivannia ni por su historia. Es posible imaginar a Salazar como una persona honesta.
Legalmente el asunto es distinto. Sentirse acosada o acosado es una cosa y probarlo de acuerdo a Derecho otra. Aquí se exige un procedimiento. Pruebas. Criterio recto. Discrecionalidad y subjetividad no debían jugar papeles decisivos en este campo. Menos aún la
predisposición para librarse de alguien. Es público que Carlos Morales no tiene buenas relaciones con el actual equipo de rectoría (tampoco las tuvo con otros anteriores) y que se valora a sí mismo como denunciador de su mediocridad y de sus errores y como develador de sus posibles actos de corrupción. Carlos Morales nunca ha sido, con buenas o malas razones, un periodista cómodo ni agachado. Sus características pueden resultar, como el acoso sexual, también emocionalmente imperdonables.
Institucionalmente la denuncia de Ivannia Salazar fue conocida y estudiada por una Comisión Instructora (tres personas) nombrada por la Comisión Institucional que existe para estos casos, instancias todas derivadas de la autoridad universitaria y confiables, por lo tanto, para esa misma autoridad. Dos miembros de esta Comisión opinaron que Carlos Morales merecía una suspensión laboral de pocos días y lo urgieron a mejorar el clima de relaciones de género en el semanario. El miembro restante estimó las acciones y omisiones de Morales «muy graves» y recomendó su despido sin responsabilidad patronal tanto en su calidad de Director del periódico como en su condición de profesor (pese a que el acusado nunca fue requerido por esta función).
Sepa el lector que las recomendaciones de la Comisión Instructora no son vinculantes para el equipo de rectoría. Discrecionalmente esta autoridad decidió ignorar por completo el juicio de dos personas respetables y de su confianza y, en asunto jurídicamente delicado, resolvió unilateralmente el despido de Carlos Morales. Es pública y notoria la animadversión que el equipo de rectoría siente por el periodista. Se notifica también a la comunidad universitaria que las opiniones de las Comisiones Instructoras carecen de todo valor si no concuerdan con las emociones de la autoridad que las vigila.
Carlos Morales estima, en alegato jurídico, que nunca fue probado el ilícito de «acoso sexual» y que no puede ser legalmente sancionado por algo que jurídicamente no existe. Exige, por tanto, pleno reintegro a sus funciones universitarias.
Queda por decir que el contenido de la acusación por acoso sexual, material aportado por la actora, es lábil, aunque ella lo haya sentido letal, y resulta desproporcionado para la sanción que liquida a Carlos Morales como universitario y periodista.
También, que si la autoridad universitaria no reconsidera su decisión unilateral, Carlos Morales recurrirá a los tribunales pertinentes y confía que en ellos se falle su caso a Derecho. Cuando retorne, sin embargo, todos habremos perdido. Y, debido a mis antecedentes micronesios, creo que ya lo hemos hecho.
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