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Resulta por lo menos paradójico que aunque Charles Bukowski se inició y publicó más libros como poeta que como narrador, en lengua española se le conozca más como esto último y su obra poética haya sido, hasta cierto punto, relegada. Esto tiene varias explicaciones. Primero que nada, responde a una política de la editorial catalana Anagrama que posee los derechos de la obra de Bukowski en español, la cual ha privilegiado la publicación de la obra narrativa de este escritor nacido en Andernach, Alemania, en 1920 y muerto en Los Ángeles en 1994. De hecho, en una sola ocasión Anagrama ha publicado un libro con poesía de Bukowski: se trata de la antología Run with the hunted, de 1993, a la que titularon Peleando a la contra, pero que en realidad debió haber sido Corre con la presa.
Otra razón podría ubicarse como un reflejo de la reacción que la misma poesía de Bukowski ha causado en la crítica norteamericana y del mundo en general. A pesar de tener una aceptación popular inobjetable (por ejemplo, en Alemania, hasta 1990, se habían vendido dos millones 200 mil ejemplares de sus libros), la poesía de Bukowski no aparece en ninguna de las antologías de poesía norteamericana de las consideradas “importantes”. Russell Harrison, uno de los pocos críticos serios que se han ocupado de la obra de Bukowski tratando de ubicarla en su contexto real sin denostarla a priori, afirma que esta falta de respuesta de la crítica se debe primordialmente, más que a la forma al contenido de la poesía de Bukowski.
Bukowski, nos dice Harrison, más que ser un poeta confesional o un rezagado poeta beat o incluso un poeta contracultural, es un poeta proletario, pero no en el sentido marxista, sino en el sentido de que habla de la vida de las personas de la clase trabajadora, de la gente de la calle, los obreros, las prostitutas, los pordioseros, la gente común y corriente, que está afuera, que siempre lo ha estado, de lo que se suele llamar “el sueño americano”. Sin ser abiertamente político (de hecho abominaba la política (bueno, en realidad abominaba cualquier cosa que no fuera su literatura), Bukowski aportó más en la comprensión de esa realidad que ningún otro escritor norteamericano.
Desde luego, para el stablishment literario, para “literatos” que para escribir se ponen guantes y camisa de seda, en ésta y otras latitudes, Bukowski es un poeta menor. Pero a fin de cuentas: ¿qué es un gran poeta? El nicaragüense José Coronel Urtecho lo ha dicho muy claramente: “Si escribió un gran poema, uno solo, es un gran poeta.” Bukowski escribió cerca de mil cien poemas (por lo menos son los que se han publicado hasta la fecha, pero parece que dejó muchísimos más sin publicar y que han salido a la luz poco a poco desde su muerte, pues para él, un periodo de sequía era “pasar dos o tres noches sin escribir”). Y no escribió un solo gran poema sino varios. Quizá ha sido precisamente esta monstruosa producción la que ha actuado en detrimento de la apreciación del real valor de la obra poética. Es decir, entre tanto poema, es posible que se hayan colado algunos no tan buenos o definitivamente malos, sobre todo si se toma en cuenta que el menos indicado para decidir qué era bueno o malo era el propio Bukowski. Para él, todo lo que escribía era genial, le pesara a quien le pesara.
Por otro lado, también han contribuido a alimentar esta percepción de que Bukowski es un poeta que sólo habla de “borrachos, prostitutas y perdedores”, algunas antologías de su poesía, sobre todo en idioma español, que aunque contadas, han sido significativas. Por lo menos en México, fue en 1983 cuando Roberto Castillo tradujo algunos poemas de Bukowski y logró que los publicara la Universidad Autónoma del Estado de México con el título de Soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre. El libro correría con tal suerte que sería reeditado casi doce años después, luego de la muerte del autor de Factotum. En tanto, en Argentina, Federico Ludueña seleccionaría y traduciría poemas de Bukowski para dos volúmenes, en edición bilingüe, que también aparecieron en 1995. Tengo entendido que en Chile Pedro Antonio Araya y Yanko González publicaron en 1996 una antología titulada La muerte se está fumando mis cigarros, pero no la he podido conseguir. En España, en 1998, Mondadori publicaría un pequeño volumen con veinte poemas, en la colección Mitos, que ten dría amplia circulación, con traducciones de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro. De regreso en México, en 1999, Ediciones del Milenio publicaría El amor es un perro infernal, selección de poemas del libro del mismo título, con traducciones de Víctor M. Carrillo. Y anda circulando por ahí (yo la conseguí en el Tianguis del Chopo) una antología pirata, supuestamente publicada en Colombia por una editorial llamada El Héroe Desconocido, con el título de Los poemas del viejo indecente, traducidos por un tal Francisco Jaymes. Es tan pirata, que además del poco cuidado de la edición y las erratas, hasta el apellido de Bukowski escriben con “y”.
Por todo es notable la aparición de El mundo visto desde la ventana de un tercer piso, pues es la primera ocasión que se publica en español un libro de poesía de Bukowski tal y como él lo concibió. Aunque en realidad este volumen reúne dos libros, ya que incluye los dos primeros poemarios publicados como tales por Bukowski: Mi corazón atrapado en sus manos, que reúne poemas escritos entre 1955 y 1963, y Crucifijo en una mano muerta, con textos de 1963 a 1965. Ambos libros verían la luz de nuevo años después, como parte del volumen Burning in water, drowning in flame (Black Sparrow, 1974). Conviene recordar la forma en que surgieron estos libros para ubicarlos en su real contexto.
En 1963, Charles Bukowski trabajaba en el Servicio Postal de Los Ángeles y vivía con Frances Elizabeth Dean, quien sería la madre de la única descendiente del escritor: Marina. Bukowski se encontraba en un profundo estado depresivo, pues apenas unos meses antes había muerto la mujer a la que quizá más había amado hasta el momento en su vida: Jane Cooney Baker, quien muchos años después encarnaría a Faye Dunaway en Barfly, la película estelarizada por Mickey Rourke en el papel de Henry Chinaski, alter ego de Bukowski. Para ese entonces ya habían aparecido poemas de Bukowski en muchas de las revistas subterráneas de poesía que circulaban por todo el país y había publicado algunos cuadernillos de corto tiraje con sus poemas. Una de estas publicaciones era el periódico The Outsider, editado en Nueva Orleáns por John Webb y su esposa Gipsy Lou, en el que también colaboraban personajes como William Burroughs, Lawrence Ferlinghetti y Henry Miller. El corresponsal del periódico en la costa oeste les recomendó que publicaran a Bukowski, quien ya se había hecho de cierta reputación como poeta underground. Los Webb adoraron el trabajo de Bukowski desde el principio y le publicaron once poemas en el primer número del periódico. Fue tal la respuesta de los lectores que los Webb decidieron otorgarle el premio como primer “Outsider del Año”, que incluía una bonita placa para colgarla en la pared y, lo más importante, la publicación de una antología de su trabajo. Ese libro sería It Catches My Heart in Its Hands, que aparecería en octubre de 1963 y del que sólo se hicieron 777 ejemplares, editados bellamente por Loujon Press, propiedad de los Webb. Desde luego, esa primera edición es ahora una pieza de coleccionistas. El día que Bukowski lo tuvo en sus manos, según nos cuenta su biógrafo Howard Sounes, supo que “los años de miseria, la depresión, los sentimientos de pérdida habían valido la pena para ver algo tan maravilloso”, su primer libro.
El volumen, cuyo título está tomado de un verso de Robinson Jeffers, uno de los poetas favoritos de Bukowski en esa época, contiene lo que a consideración de Bukowski era lo mejor que había escrito hasta entonces y sin duda algunos de sus poemas más célebres, como “La desgracia de las hojas”, “A la puta que se llevó mis poemas” o “Poeta viejo”. Para los estándares de ese tipo de publicaciones, el tiraje se agotó en pocos meses y los Webb le propusieron que les diera material para un segundo libro, pero Bukowski no tenía nuevos poemas, así que se puso a escribirlos, época que coincidió con el nacimiento de su hija Marina. Entre sus nuevas obligaciones y los problemas domésticos con FranceEyE, como le decía a su mujer, Bukowski no avanzaba en la producción de los poemas, así que en mayo de 1965 los Webb se lo llevaron a Nueva Orleáns para que se concentrara y terminara el libro. Pero Bukowski se la pasaba tan a gusto sin problemas, bebiendo y tratando de ligarse a cuanta mujer veía, que escribía bien poco, por lo que cada vez que John Webb lo veía llegar a la oficina de la editorial le preguntaba: “¿Ya traes los poemas, Bukowski?” Como la respuesta era casi siempre negativa, Webb lo mandaba a escribir. Bukowski temía que trabajar bajo presión convirtiera a su poesía en “periodismo”, pero finalmente terminó el libro y se publicó a finales de ese año, nuevamente con una bella edición cuidada por los Webb en Loujon Press, pero ahora con un gran tiraje y una distribución manejada por un editor de Nueva York. Con ello, Crucifix in a Deathhand se convirtió en el primer libro de Bukowski que circuló más allá del cerrado ámbito de las ediciones underground. No obstante, el mismo Bukowski no quedó satisfecho con el contenido, pues pensaba que los poemas no habían alcanzado la altura de los del primero. Aun así, contiene páginas memorables, como “Ninguna lady godiva”, “Los obreros”, “Algo para los coyotes de los hipódromos, las monjas, los empleados de abarrotes y para ti…”, “Estoy muerto pero sé que la muerte no es así” y “Ellos, todos ellos, saben”.
Contrariamente a las traducciones, no sólo de poesía sino también de narrativa, de la obra del autor de Pulp, la de Adolfo Vergara rehúye caer en los excesos de sus colegas españoles o argentinos, que se esfuerzan en tratar de adaptar, sin éxito, los giros del habla callejera de Los Ángeles, muchas veces utilizada por Bukowski, a la de sus propias urbes, con lo que en lugar de tener un Bukowski en español tenemos un Bukowski en barcelonés o en rioplatense. Al respecto, hace poco, un escritor mexicano al que han emparentado mucho con el angelino (pero que bien mirado tienen poco en común, salvo el alcoholismo), Guillermo Fadanelli, contaba que él y un grupo de amigos leyeron primero a Bukowski en las traducciones de Anagrama y trataban de imitarlo en sus escritos. Muchos años después, al leerlo en el inglés original se dieron cuenta que en realidad le habían copiado el estilo a los traductores de Bukowski, pero no a él. En ese sentido, la traducción de Adolfo Vergara es limpia y busca apegarse lo más posible al sentido original de los poemas, lo que nos permite acercarnos con mayor justeza a los primeros pasos del Hijo de Satanás. Tomado de La Jornada
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