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Con cierto tono de angustia, enfrentada a la dramática realidad de un voraz y desigual consumo de los recursos naturales, los delegados se reúnen en Johanesburgo con más desconfianza que esperanza.
Según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la utilización de recursos supera todos los años en 20 % la capacidad del ambiente para regenerarlos.
Los periódicos están llenos de información sobre la cumbre de Johanesburgo, la tercera sobre desarrollo sostenible, inaugurada el 26 de agosto en Sudáfrica y que cuenta con la asistencia de unos 130 jefes de Estados y más de 30 mil delegados.
Pero una revisión de los artículos sobre la reunión no dejan espacio para el optimismo. Después de la cumbre de Río, la antecesora de esta, realizada hace diez años, un tono de mayor realismo se ha impuesto al debate.
Los líderes mundiales hablarán mucho sobre ambiente; «la cuestión es si, tras su clausura, las buenas intenciones se plasmarán en políticas eficaces o, como pasó con la de hace diez años en Río, apenas tendrán consecuencias para la salud del planeta», decía un diario español en vísperas de la inauguración del encuentro.
Parece haber pocas dudas sobre la respuesta. Pero no se debería concluir que, por lo tanto, todo es inútil, como señalan algunos comentaristas. Por el contrario, el balance arroja, al final, un dato positivo: estos temas, hasta hace poco preocupación exclusiva de grupos sociales sin poder, acabaron por incorporarse a la agenda de los Estados y al discurso político. No es poca cosa.
Aún más interesante: fenómeno global por excelencia, la preservación del ambiente exige medidas públicas que contrarían las tendencias a la privatización que prevalece en el otro modelo de globalización. Por eso, ni George Bush, ni José Ma. Aznar, están presentes en Johanesburgo. Ojalá eso ayude a que prevalezca la sensatez en Sudáfrica. Pero, de todos modos, los acuerdos a que se lleguen (si es que se logra), o las recomendaciones que surjan de la cumbre, deberán ser implementados por los gobiernos y se enfrentarán, nuevamente, a los Bush y los Aznar que dirán, en Washington y en Madrid, «no» a las aspiraciones más sentidas de la humanidad.
Algunos defienden la idea de que el tema ambiental es el más político de la agenda global. «No es fácil pasar de un modelo de desarrollo que se sustenta en la desigualdad y la explotación ilimitada de los recursos, a otro más solidario y respetuoso con la naturaleza», señaló el diario español «El País». Y agregaba, con mucha ingenuidad: «pero tampoco lo fue convencer hace algunas décadas a empresarios y administraciones de la necesidad de filtrar residuos o no verterlos a los ríos o playas, y hoy parece algo obvio».
Lo que ocurre es que las consecuencias de la contaminación fácilmente se revierten sobre toda la humanidad y algunas medidas, como las mencionadas en el artículo, reditúan con rapidez a quienes las adoptan. Pero el cambio en el modelo de desarrollo tiene que ver con una repartición distinta de la riqueza en el mundo, tema que está sobre la mesa en Johanesburgo pero que no se resuelve en este tipo de reuniones. Por eso tampoco están Bush ni Aznar, que prefieren quedarse sentados en los sillones donde resuelve este tipo de problemas.
DESAFÍOS
Un resumen de los desafíos que debe enfrentar la cumbre muestra una mezcla de problemas sociales y ambientales que deberían separarse para su análisis.
El primero es el crecimiento de la población mundial, hoy de 6.100 millones de personas y que llegaría a 9.300 millones a mitad de siglo. Los 49 países menos desarrollados verán triplicar su población, al pasar de 668 millones a 1.860 millones, con lo que se ve que también este tema está vinculado a la pobreza.
A esto hay que agregar el que algunos señalan como el más grave y profundo reto de la humanidad hoy: la creciente desigualdad. Cerca de 2.800 millones de personas «viven» con menos de dos dólares diarios. El 80 % de la riqueza mundial está en manos del 15 % de los habitantes del globo. Dicho de otro modo, el 85 % del mundo debe contentarse con 20 % de la riqueza producida.
Es creciente la conciencia de que ese desequilibrio llevará el mundo a una catástrofe social y eso hay que detenerlo. Sin embargo en los últimos cinco lustros ha predominado una política que acentúa esas disparidades, acordada en el «Consenso de Washington» y basada en un proceso de apertura y globalización diseñado a la medida de las empresas transnacionales. Eso es lo que Bush ni Aznar quieren discutir.
Consecuencia del aumento de las demandas sobre los recursos naturales y de las disparidades derivan otras, de carácter ambiental.
La primera es la sobreexplotación de los recursos. Según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la utilización de recursos supera todos los años en 20 % la capacidad del ambiente para regenerarlos. De acuerdo con esos cálculos, en 2050 la población mundial consumirá entre el 180 y el 220 % del potencial biológico del globo.
Este consumo excesivo ha generado cambios importantes. El primero es el climático, provocado por la combustión de petróleo, gas y carbón, que provocan la emisión de dióxido de carbono y otros gases que crean el «efecto invernadero» y el aumento de la temperatura en la atmósfera terrestre. Estados Unidos, principal consumidor de energía en el mundo, es, lógicamente, el principal contaminante, por lo que la administración Bush no quiere oír hablar de compromisos en esta materia que obliguen a reducir la emisión de gases.
Otro proceso acelerado de destrucción de recursos naturales es el de especies animales y vegetales, dos procesos estrechamente vinculados.
Se estima que poco más de once mil especies animales están amenazadas de extinción en las próximas décadas, debido a la desaparición de su hábitat natural. La superficie boscosa mundial se redujo un 2,4 % en la última década y un 40 % más podría desaparecer en los próximos 20 años, según la FAO.
El crecimiento de la población aumenta la presión para extender las tierras de cultivo y el acceso al agua para consumo humano.
RESULTADOS
Se espera que en la cumbre de Johanesburgo se elabore un Plan de Implementación y una Declaración Política, firmada por los Jefes de Estado. Además, se debe llegar a una serie de asociaciones o «partnerships» entre gobiernos, sector privado, organizaciones no gubernamentales (ONG) para la implementación de la Agenda 21, una serie de medidas acordadas en Río de Janeiro.
«Brasil va a trabajar firmemente para que no se retroceda en los compromisos alcanzados y los documentos firmados en Rio-92 y hará hincapié en la imperiosa necesidad de crear una plataforma de acción para trabajar en la Agenda 21 y los acuerdos de Rio de Janeiro», declaró el Ministro de Medioambiente de ese país, José Carlos Carvalho.
Este es uno de los dos mensajes que llevará el presidente brasileño, Fernando Henrique Cardoso, a la cita mundial.
Pero, desde la cumbre de Río, dijo el diario francés «Liberátion», «pasamos del voluntarismo del entusiasmo al pesimismo de la razón». Es difícil esperar que Johanesburgo esté a la altura del desafío, agregó.
Sin embargo, el periódico destacó el debate en torno a una idea novedosa y que refleja un concepto de globalización distinto al prevaleciente hasta ahora: se trata de los «Bienes públicos mundiales» (BPM), muy distinto a la de privatización que se ha impulsado.
Bajo este concepto se incluyen diferentes tipos de bienes, entre ellos, la salud pública, la educación o la seguridad alimentaria.
El combate contra las desigualdes puede ser un objetivo, afirmó Katelle Le Goulven, del Programs de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), una de las defensoras del concepto de BPM, al recordar que las consecuencias derivadas de la pobreza se manifiestan en todos los países, ya sea en la forma de migraciones o de enfermedades que se diseminan.
El concepto de BPM introduce en el debate la importancia de la riqueza colectiva, de la gestión de un patrimonio común y la necesidad de un gobierno global. El desarrollo sostenible y el « laissez-faire » son incompatibles, asegura Ricardo Petrella, consejero de la Comisión Europea. «El desarrollo sustentable y el creciente liberalismo son incompatibles ; demanda, por el contrario, una creciente regulación de los mercados y la subordinación de los objetivos económicos a las necesidades sociales», agregó.
Todo esto ayuda a entender lo que está en juego en Johanesburgo y por qué Bush ni Aznar asisten. El resto de la humanidad lo hará, algo desesperanzada y escéptica.
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