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En el fútbol de Costa Rica han trabajado decenas de entrenadores suramericanos, desde los buenos hasta los mediocres.
Orlando De León es el técnico uruguayo de mayor arraigo en el fútbol nacional, un entrenador que en Costa Rica ha hecho escuela.
El uruguayo Carlos Linaris hizo bicampeón al Deportivo Saprissa; adquirió cara de ganador y el técnico, con mucha astucia, no se ha desprendido de ella.
Es un entrenador caro, no se «quemó» y cuando lo buscan, hace relucir esa credencial de ganador. En la temporada anterior, fue contratado por el Club Sport Herediano y como las cosas no caminaron bien, antes de empezar siquiera a hundirse, renunció y regresó a su país. Con esto, mantuvo esa imagen de vencedor.
Un compatriota de Linaris, Gustavo de Simone, fue contratado al final de la década de los 90, por el Club Sport Cartaginés; como desarrollaba un gran trabajo al frente de los brumosos, llamó la atención de la Federación Costarricense de Fútbol que le ofreció un buen contrato para que renunciara al cuadro de la Vieja Metrópoli y se hiciera cargo del proceso de la Selección Nacional en ruta al Mundial de Italia 90.
El charrúa lógicamente se ilusionó, tomó las riendas de la tricolor y con ello, dio el paso en falso más grande de su vida como entrenador.
Apenas iniciándose las eliminatorias, unos malos resultados del llamado «equipo de todos» lo pusieron en la cuerda floja. De Simone fue despedido y se ganó inmerecidamente la otra cara del entrenador: la de técnico perdedor. Nunca más pudo consolidarse; fue de club a club y hoy está escondido en la segunda división como técnico de Sagrada Familia.
Linaris ganador; De Simone perdedor.
Las caras del entrenador.
APORTE SURAMERICANO
¿Qué le han dado positivamente al desarrollo del fútbol nacional las decenas de técnicos que han trabajado con nuestras selecciones y clubes a lo largo de tantos años?
La respuesta es bien difícil.
Otto Pedro Bumbell, un entrenador brasileño que vino a trabajar en el Saprissa en los años 50, es recordado con enorme cariño y su labor sigue siendo respetada. Entrenó con éxito a la Selección Nacional, pero en aquellos años, el fútbol de Costa Rica se paseaba como amo y señor del área centroamericana.
El argentino Carlos Peucelle tuvo un tránsito corto por el Saprissa; más éxito tuvo su coterráneo José «Chepe» Ramos, una gloria del seleccionado argentino que hizo campeón a los morados y les transmitió sabias enseñanzas. Sin embargo, la semilla de Ramos no fructificó; igual su estadía por acá fue de tránsito.
El mítico del balompié argentino, Humberto Maschio, integrante de la más famosa delantera platense, llamada de los «carasucias» y que formaron, aparte de Maschio, Orestes Corbatta, Valentín Angelillo, Omar Sivori y José Cruz, fue el técnico responsable de la tarde negra en el estadio Ricardo Saprissa, cuando dirigiendo a la Selección Nacional, vio a pocos metros cómo Honduras nos empataba 3-3 un partido que se ganaba 3-1 y nos eliminó de competir en un Mundial.
Pero, aquí trabaja aún Orlando de León, un uruguayo que la supo hacer, porque fue de menos a más.
Llegó muy joven a hacerse cargo en los años 70 de la Asociación Deportiva Ramonense, un cuadro modesto de la primera división, que el «charrúa» llevó a los primeros planos en su primera temporada y lo ubicó en el tercer lugar de la clasificación. Para lograr tal proeza, De León se trajo tres futbolistas uruguayos que jugaron muy bien y los acopló como líderes de un grupo de jugadores jóvenes del propio cantón poeta. La mezcla fue explosiva y a Orlando, desde ahí, se le etiquetó para su beneficio, como un técnico forjador de figuras, promotor de futbolistas jóvenes, mentor, maestro, calificativos todos bien merecidos que le permitieron al entrenador estar, un cuarto de siglo después de llegar al país, consolidado en su profesión, siempre con trabajo en clubes de primera y segunda, respetado y querido, pues a su virtud como técnico, aportó otra aún mejor: una vida ordenada y de hogar admirables.
Pero, claro, también por el fútbol costarricense han pasado y siguen fichados por nuestros clubes, técnicos que no han servido ni han aportado nada.
NO ES UN MONOPOLIO
El hecho de que al fútbol costarricense arriben tantos entrenadores, sobre todo suramericanos, muchos sin nada que ofrecer y con las valijas vacías, no es un detalle aislado.
Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Colombia, son países que exportan futbolistas y entrenadores a todo el mundo; a los países con un fútbol de primer mundo y desarrollado, van a trabajar los jugadores con condiciones similares. Con los entrenadores pasa igual.
Un técnico como Héctor Cúper, hoy en el Inter de Milán, considerado como uno de los mejor pagados del mundo, no se va a venir a trabajar a Costa Rica o Guatemala.
La historia que se escribe es otra, sobre todo en Uruguay, país de geografía mínima, de posibilidades de trabajo cortas, casi encerrado entre los dos grandes, Argentina y Brasil, con poco oxígeno, obliga a sus ciudadanos a buscar el pan con el sudor de sus frentes y a sus futbolistas, con el de sus piernas.
Los jugadores que integraron selecciones mundialistas de Uruguay, por ejemplo, Julio César «Pocho» Cortés, quien jugó y trabajó muchos años en Costa Rica, se valieron de esa imagen imborrable con el uniforme celeste para viajar por el mundo del fútbol, ganándose justamente su salario como profesionales en el césped y en el banco.
Decenas de jugadores que vistieron los gloriosos uniformes de Peñarol y Nacional, los dos grandes del fútbol uruguayo, terminadas sus carreras hicieron cursos de entrenadores y se lanzaron a la conquista del orbe.
A Costa Rica han llegado de estos, pero más de los otros; jugadores que fueron regulares, que se graduaron en regulares academias y que han hecho aportes apenas regulares al desarrollo del balompié criollo. Son decenas, y algunos aún trabajan acá; son esos que van de equipo en equipo, desechables como los envases y apenas sobreviven.
No tuvieron el tacto, la paciencia, quizá la suerte de Carlos Linaris o del hoy técnico del Saprissa, Manuel Keosseian, otro uruguayo que hizo al Alajuelense campeón y sacó igual etiqueta de vencedor.
¿Cómo no «quemarse»; cómo no desprestigiarse…, cómo evitar la calificación de entrenador perdedor?
Quizá la respuesta la hallemos en el perfil que hoy muestra otro entrenador uruguayo; nos referimos a Daniel Casas, un volante que se lució con el Herediano y Guanacaste, que retornó a su patria a graduarse y que se vino a Costa Rica dispuesto a triunfar.
Primero hizo un enorme trabajo con el Santos de Guápiles en la segunda división y lo empujó al ascenso; la temporada anterior dejó a San Carlos en los primeros cinco lugares de la tabla y renunció a la espera de su gran oportunidad.
Hoy rechaza ofertas de clubes de la segunda división y de equipos modestos de la primera categoría, precisamente para no manosear su nombre. Requiere como todos, del trabajo, pero no se va al peor postor.
Espera paciente su momento, sabe que vendrá por lo hecho anteriormente.
Linaris, Keosseian, De León, Casas…nombres de vencedores.
Los de la otra cara, son legión y, lamentablemente, también perdieron su nombre.
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