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Con el espíritu de amplitud que siempre tuvo este periódico y con una paciencia benedictina que yo nunca jamás he tenido, hemos dejado imprimir en estas páginas las aseveraciones más insultantes que se me hayan hecho en la vida, incluyendo en este caso faltas a la verdad, a mi honor y a mi familia. Una auténtica cacería de brujas.
Aun así, no podía tomar otra actitud, no sólo porque creo -con Voltaire- en el derecho sagrado de la opinión contraria, sino porque como director del Semanario hubiera sido indigno aprovechar el cargo para coartar las exacerbadas opiniones que mentían y difamaban.
El aliciente contra toda esa hiel derramada, eran los cientos de firmas que me apoyaban, los artículos solidarios y los abrazos en el «súper», en la feria, en la calle. A todos estos amigos, mi AGRADECIMIENTO ETERNO y mi disposición plena a continuar en las mismas batallas utópicas de siempre, aunque me lleven a los mismos calvarios cutres, como éste. Yo sé que ese idealismo compartido fue lo que animó a mis defensores a creer -a priori- en mi honorabilidad, porque asumieron que un cobarde que hostiga a una joven, nunca será un valiente en las luchas por el decoro. Ni a la inversa. Los cobardes y los hipócritas son flácidos en todos sus actos y poco saben lo que es decoro. La historia lo tiene probado. No había dónde perderse.
La acusación de bromas y miradas torvas, que se me hizo, era de por sí mojigata y ridícula, por lo que no entré a discutirla en público y el proceso que se me siguió fue vergonzosamente sesgado e indigno para una universidad. Pregúntenlo a sus protagonistas. Ellos lo saben, y lo han dicho.
En el expediente administrativo que se me abrió, no hay una sola acta y la declaración de los testigos aparece mutilada, o desaparecida del todo, si es que era en mi favor. La supuesta ofendida declaró en privado y yo sólo pude hacerlo como testigo y no como inculpado. En el presuroso despido que demandaba el rector Macaya (no olvidar que venía desde la Radio), aparece una firma suplantada y un reconocimiento notarial de que lo actuado es absolutamente nulo. Como profesor nunca fui investigado ni suspendido ni procesado, pero sí despedido!!! Tales son apenas algunos de los desbarajustes del proceso, los cuales denuncié repetidas veces sin que me oyera nadie en la nefasta asesoría jurídica, brazo del poder, encargado de ajusticiar disidentes con artes malévolas que habrán de descubrirse muy pronto.
La comisión investigadora nunca declaró el tan repetido y denunciado acoso sexual. Es más, evitó el empleo de esa palabra y acuñó -bajo presión- lo de «falta grave», por un supuesto mal ambiente de trabajo. Lo publiqué varias veces, pero mis enemigos no querían aceptarlo y lo esgrimían como su consigna en medio de invenciones y sandeces que, por dicha, solo unos pocos les han creído.
Bueno, ahora el asunto está en los tribunales de justicia. Lo actuado por el rector Macaya y sus asesores se pone a prueba en la Corte Suprema. De allí vendrá un fallo casi definitivo y es bueno que termine entonces la discusión pública desde estas páginas. Hay que respetar a los jueces.
Quedan en el tintero muchos artículos, mensajes del extranjero y otras muestras solidarias. Vamos a dejarlas para otro momento. Y por ahora, que consten aquí mis más ardorosas GRACIAS.
La Universidad de Costa Rica vive momentos de crisis y las páginas de su Semanario deben emplearse en lo prospectivo, en la agitación del pensamiento, en la transparencia, en la búsqueda de rumbos, no en asuntos tan baladíes y personales. Además, ya nueve meses fueron suficientes.
Espero que con toda la mentira dilapidada, tanto en las alturas como en las bajuras, se construya algo de provecho para la sociedad costarricense, porque debemos buscar la equidad y la armonía entre los sexos y no la guerra de las mujeres contra los hombres. El tema es de absoluta actualidad y el periódico lo seguirá abordando, pero ya no en la perspectiva del publicitado caso. Lo ahondaremos en lo que toca a una inteligente política de género que depare una Universidad a la altura de nuestro tiempo y una Costa Rica más justa.
Gracias a todos, en especial a los amigos cuyos mensajes hemos sacrificado.
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