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En los anales de la infamia

Un año después del peor ataque terrorista en la historia, aún quedan muchas heridas abiertas y demasiados misterios sin resolver.

Un año después del peor ataque terrorista en la historia, aún quedan muchas heridas abiertas y demasiados misterios sin resolver.
A un año de aquel 11 de septiembre, aún son demasiados los enigmas que nublan la visión de lo que verdaderamente sucedió ese día.
Eran poco más de las siete de la mañana (hora de Costa Rica), cuando las cadenas de televisión internacionales hicieron un corte en su programación habitual para mostrar imágenes de lo que, en ese momento, se pensaba que era un accidente: un avión de pasajeros se había estrellado contra una de las torres gemelas de Nueva York.
Pocos minutos después, un segundo aparato impactaba el otro gigante de cristal y acero; era definitivo: Estados Unidos, la nación más poderosa de la Tierra, estaba bajo ataque.
El siguiente blanco de la oleada terrorista fue el Pentágono y un cuarto avión, que se dirigía seguramente contra el Congreso o la Casa Blanca, caía en las afueras de Pensylvania, en condiciones que todavía no han sido aclaradas satisfactoriamente.
A un año de aquel 11 de septiembre, aún son demasiados los enigmas que nublan la visión de lo que verdaderamente sucedió ese día.  En los doce meses transcurridos desde las masacres de Nueva York y Washington, el mundo ha sufrido complejas transformaciones que han variado notablemente el panorama geopolítico. El homenaje a las víctimas, que debería marcar la conmemoración de este lóbrego aniversario, ha quedado ensombrecido por la nueva posición que Estados Unidos ha asumido en el mundo.

EL HALCÓN Y SU FURIA
Desde la caída de la Unión Soviética y el bloque socialista, la ubicación de Estados Unidos como una superpotencia se había reforzado; sin embargo, Washington había preferido la discreción, especialmente durante la presidencia de Bill Clinton, y había evitado la prepotencia.
La paz en Irlanda del Norte, las negociaciones entre árabes e israelíes y el diálogo con Rusia sobre desarme nuclear, fueron algunos ejemplos de la política exterior estadounidense, vigente hasta 2000.
Cuando George W. Bush asumió el poder, — luego de una compleja elección que le dio la presidencia a pesar de haber obtenidos menos votos directos que su adversario –, se hizo evidente que los «vaqueros» volvían a tomar las riendas del imperio. Sin embargo, ninguno de los halcones que rodean al mandatario fue capaz de adivinar un golpe como el del 11 de septiembre.
El poderío militar y tecnológico quedó ridiculizado en una mañana de infinito dolor para miles de personas.
Estados Unidos tenía el rostro ensangrentado y el orgulloso presidente Bush tuvo que esconderse en los refugios más secretos con los que cuenta el complejo militar. La respuesta era inminente; pero ¿contra quién?
Especulaciones iniciales condujeron a encontrar pruebas que, según los servicios de inteligencia, demuestran la culpabilidad en los atentados de la red islámica radical Al Qaeda, manejada por el millonario saudita Osama Bin Laden y dispersa por gran parte del mundo árabe.
De acuerdo con versiones de prensa no confirmadas, el ala más dura del ejecutivo estadounidense le recomendó a Bush contestar al ataque contra Nueva York y Washington con el lanzamiento de un misil nuclear contra la simbólica Mezquita de La Meca, el lugar más sagrado para los musulmanes. No obstante, durante algún tiempo la mesura se impuso.
Mientras tanto, la onda expansiva de la destrucción de World Trade Center (Centro Mundial del Comercio) hizo tambalearse a los mercados y aceleró una inminente crisis económica que afecta aún a todo el planeta.
Por fin, la maquinaria bélica de la superpotencia desencadenó su furia contra el primer chivo expiatorio.  El régimen talibán, — que había llevado a Afganistán al oscurantismo medieval debido a su interpretación radical del Corán –, fue atacado debido a que había alojado a Bin Laden y algunos de sus secuaces. Los civiles, al igual que en Nueva York y Washington, fueron las principales víctimas de una campaña militar que consiguió derrocar a los talibanes; pero que no dio con los responsables de lo acontecido el 11 de septiembre.
Bin Laden y sus partidarios se esfumaron como la neblina y nadie sabe con certeza dónde están. El mundo árabe, en general, fue responsabilizado por la opinión pública estadounidense por los ataques.  Los musulmanes sustituyeron a los comunistas como los enemigos de la «democracia y la libertad». El gobierno republicano, a tono con sus postulados ultra conservadores, adoptó una postura imperial y se negó a comprometer a Estados Unidos en una serie de tratados internacionales.
De este modo, la Casa Blanca se negó a ratificar el protocolo de Kyoto sobre el calentamiento global y el convenio para la creación del tribunal penal internacional.
El país más poderoso del mundo, según la visión del ejecutivo, no podía ser obligado por otras naciones a disminuir sus emisiones de gases contaminantes o arriesgarse a que sus soldados fuesen acusados de crímenes de guerra.
El diálogo de paz en el Medio Oriente dejó de tener el patrocinio estadounidense y Bush le dio luz verde al gobierno del ultra derechista Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, para acabar con la «amenaza terrorista» de los palestinos.
El pueblo palestino ha sufrido el yugo de unas fuerzas armadas israelíes, que bajo el pretexto de derrotar al extremismo islámico, han masacrado a civiles en un 11 de septiembre sin fin. Asimismo, la Casa Blanca se ha reservado el derecho unilateral de atacar a Irak cuando lo estime necesario, con tal de derrocar el régimen de Saddam Husein, a quien acusa de fabricar armamento de destrucción masiva.
La oposición de sus tradicionales aliados europeos a la mayoría de estas políticas, no le ha hecho cambiar el rumbo a Bush, quien se niega a concertar sus acciones futuras en el campo militar. El presidente parece obsesionado con un proyecto que también marcó la presidencia de su padre.
El escudo antimisiles, reedición de la famosa Iniciativa de Defensa Estratégica conocida como «Guerra de las Galaxias», ha levantado suspicacias en Europa, Rusia y China.
El hecho de que Estados Unidos sea invulnerable a un ataque nuclear gracias a un escudo de alta tecnología, variaría de forma notable el balance geopolítico de la post guerra fría.  La disuasión nuclear pasaría a ser historia, lo mismo que el concepto de «destrucción mutua en caso de guerra», lo que podría llevar, eventualmente, a que Washington deje de temer al uso de su arsenal atómico.
Para acabar de enturbiar sus relaciones con el resto del mundo, la Casa Blanca impuso una serie de aranceles a productos como el acero que podrían llevar a un conflicto comercial con la Unión Europea y que hundiría a Latinoamérica en una crisis económica más profunda.
Con respecto a esta región, el presidente parece dispuesto a alzar la espada y retrotraer la situación política a la época en la que Estados Unidos derrocaba e imponía gobiernos por la fuerza.
El fracasado golpe de Estado en Venezuela del 11 de abril y el Plan Colombia, son dos facetas de esteneo imperialismo estadounidense.  Dejar a Argentina a la deriva, después del fracaso de las recetas del Fondo Monetario Internacional, es otro ejemplo del cariz de la política exterior del Departamento de Estado con respecto a América Latina.
LÍNEAS BORROSAS
A pesar de la contundente intervención estadounidense en Afganistán, aún quedan demasiados cabos sueltos sobre lo que sucedió el 11 de septiembre.
Para empezar, cada vez son más las versiones que apuntan hacia el hecho de que los servicios de inteligencia estadounidenses habían recibido informes sobre el riesgo de un atentado y los habían descartado sin mayor investigación.
Al parecer, el mismo presidente estaba al corriente de una posible acción de grupos islámicos radicales que implicaría el uso de aviones de pasajeros; sin embargo, no se tomó previsión alguna. Sobre la autoría intelectual de los atentados también persisten las dudas.
Los suicidas que volaron los aviones han sido plenamente identificados y se ha seguido la pista sobre sus actividades anteriores; no obstante, los nombres de los que planificaron la masacre, aún no se conocen. Sólo una persona ha sido acusada formalmente por la justicia de EE.UU. y su relación con el caso no está del todo clara.
La profundidad de la implicación de Osama Bin Laden también es otro aspecto nebuloso.  El líder de Al Qaeda negó inicialmente estar relacionado con los ataques; sin embargo, se felicitó por ellos.  En declaraciones posteriores, parece atribuirse la acción; pero no de manera contundente.
El paradero de este multimillonario saudita, — producto él mismo de la sed petrolera de occidente –, es, quizás, el mayor misterio que sobrevuela aún los escombros de las Torres Gemelas. Nadie se atreve a darlo por muerto y tampoco a decir dónde podría hallarse oculto.  Pakistán, Irak, Sudán, Filipinas, Bosnia, Kosovo, Chechenia, Daguestón…, la lista de posibles escondites es infinita.

Lo más grave, es que la política de Estados Unidos hacia los países árabes, especialmente en relación con Palestina e Irak, está despertando mucho odio en las naciones islámicas, lo que podría ser un caldo de cultivo para miles de potenciales Bin Laden.
Otro misterio que aún persiste, es el del vuelo que cayó cerca de Pensylvania y que, supuestamente, se estrellaría en el Congreso o la Casa Blanca.
La versión oficial y de la prensa es que el aeroplano se precipitó luego de una lucha entre los pasajeros y los secuestradores; no obstante, es posible que el aparato haya sido derribado por cazas de la fuerza aérea, algo que el gobierno de Bush no parece dispuesto a aceptar, ya que significaría reconocer que se disparó contra un avión cargado de civiles inocentes que intentaban tomar el control.

POLÉMICO MEMORIAL
A lo interno, las cosas también han cambiado en Estados Unidos desde el 11 de septiembre.  Durante varias semanas, ciertas canciones fueron censuradas en la radio, lo mismo algunos informes periodístico de carácter independiente.
Los tediosos controles en los aeropuertos, puertos y carreteras han desmoronado el sentimiento de libertad que tanto aprecia el pueblo estadounidense, siempre reacio a cualquier control por parte del gobierno federal.
Algo impensable ha sucedido en relación con la estructura del Estado.  Se ha adoptado la decisión de crear un «súper» ministerio del Interior, el cual se encargaría de coordinar las acciones de las agencias de inteligencia para prevenir posibles acciones terroristas.
Este tipo de iniciativas, de acuerdo con la idiosincrasia del ciudadano medio, coartan sus libertades y sus derechos individuales.
Mientras tanto, en el corazón de Nueva York hay todavía un enorme hoyo que marca el punto cero de los atentados. Se han presentado varias propuestas para rescatar la zona; no obstante, todas chocan con la firme intención de los familiares de las víctimas de crear un parque y un memorial en el sitio en donde una vez se levantaban dos edificios que eran símbolo del poder económico del país más rico del mundo.

  • Manuel D. Arias M. 
  • Mundo
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