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A pesar de que la Casa Blanca sigue atronando con sus tambores de guerra, el régimen iraquí le comunicó a las Naciones Unidas que está dispuesto a que regresen los inspectores de armas.
Collin Powell, Secretario de Estado, junto a Jack Straw, Ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido. Ambos encabezan las gestiones diplomáticas para intervenir militarmente en Irak
La determinación del ejecutivo norteamericano de intervenir militarmente para sacar del poder al presidente iraquí, Sadam Hussein, no parece apaciguada por el anuncio, el martes 17 de septiembre, de que Bagdad permitirá el retorno incondicional de los inspectores de armas de la ONU.
La presión de la Liga Árabe y del del mundo musulmán, así como de los países de la Unión Europea que se oponían a una nueva guerra en la zona del Golfo Pérsico, — especialmente Alemania –, parece haber sido determinante a la hora de que el líder iraquí cediera y comunicase al Secretario General de la ONU, Kofi Annan, su disposición para que expertos analicen el arsenal de ese país, con el objetivo de comprobar que no se ha desarrollado armamento de destrucción masiva de ningún tipo.
El cambio de postura de Bagdad será llevado ahora ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el cual deberá decidir sobre las acciones que se adoptarán en el futuro inmediato para verificar que Irak no posee, ni tampoco desarrolla, armas químicas, biológicas o nucleares.
A pesar de la posición de la Casa Blanca, para la mayoría de países, el gesto de Hussein podría evitar un nuevo baño de sangre; no obstante, el gobierno del presidente estadounidense, George W. Bush, continúa con sus preparativos bélicos.
El ejecutivo de Washington manifestó, poco después de conocer el comunicado del régimen iraquí, que es necesario «no albergar falsas esperanzas». El vocero de la administración Bush recordó la gran cantidad de ocasiones en las que Bagdad ha burlado las resoluciones de la comunidad internacional.
El anuncio de la disposición de Husein para que regresen los inspectores de la ONU, sorprendió a la diplomacia estadounidense, en plena ofensiva para asegurarse el apoyo necesario para ejecutar una acción armada con el aval del máximo órgano de las Naciones Unidas: el Consejo de Seguridad.
VIENTOS DE GUERRA
En días pasados, y luego de la emotiva alocución de Bush ante la Asamblea General del mencionado organismo, los analistas políticos habían calculado que los miembros permanentes del Consejo menos afines a los intereses norteamericanos, — Rusia y China — estarían dispuestos a no ejercer su derecho al veto en una resolución para atacar a Husein, debido al temor de que el régimen iraquí esté, verdaderamente, acumulando un arsenal que cambiaría definitivamente el equilibrio geopolítico y militar en la región.
El gobierno de Arabia Saudita había anunciado que estaría dispuesto a que los norteamericanos utilizaran su territorio en una eventual invasión de su vecino, siempre y cuando la acción militar estuviese amparada por una resolución de Consejo de Seguridad de la ONU.
El posible regreso de los inspectores de armas trastorna los planes de Bush de ganarse el aval diplomático antes de lanzar las bombas; sin embargo, en múltiples oportunidades el mandatario ha asegurado que sacará a Hussein del poder con o sin el visto bueno del Consejo de Seguridad.
En el caso de actuar de manera unilateral, Washington aún contaría con el apoyo de sus incondicionales aliados: el Reino Unido e Israel.
La no existencia de un terreno desde donde lanzar la ofensiva, no obstacularizaría los planes de la milicia estadounidense, dotada de la última tecnología y de los recursos necesarios para una invasión desde el mar y el aire.
Los costos de la guerra, según diversos medios de prensa, ya han sido calculados por el Pentágono. Al parecer, el capricho de sacar a Hussein del poder costaría entre 100 y 200 mil millones de dólares.
El armamento requerido, así como los suministros, serían un buen aliciente para mover la estancada economía norteamericana, la cual, de triunfar los intereses de la Casa Blanca, se vería beneficiada a mediano plazo con la entrada en el mercado de los cientos de miles de barriles de petróleo que Irak no puede exportar actualmente debido al embargo.
Para las compañías petroleras norteamericanas, de este modo, el costo de la intervención sería mínimo comparado con el beneficio potencial que podría obtenerse.
Además, a escala política, Estados Unidos se desharía de uno de sus rivales más enconados y complicados, el cual ha sido capaz de poner en riesgo los intereses de Washington en una zona clave del planeta.
LAS METIRAS DE BUSH
Irak es un país arruinado desde que, en 1991, la ONU le impuso un embargo comercial que ha deteriorado su economía y ha puesto al borde de la inanición a la mayoría de su población.
A pesar de algunas medidas que intentaron en el pasado suavizar el bloqueo, como el canje de petróleo por medicamentos y alimentos, la situación en la nación asiática es cada vez más compleja.
Desde la Guerra del Golfo, Estados Unidos y Gran Bretaña mantienen zonas de exclusión aérea al norte y al sur del país, supuestamente para defender a minorías kurdas y chiitas del régimen de Bagdad. Las incursiones de aviones en territorio iraquí provocan un goteo constante de muertes.
En un país en las condiciones de Irak, parece difícil que realmente se desarrollen armas de alta tecnología capaces de romper el balance militar de la región.
Durante los años de inspecciones de la ONU, realizadas hasta 1998, no se pudo determinar la existencia de un arsenal de armas de destrucción masiva. No obstante, algunos observadores aseguran que Bagdad estaba a seis meses de desarrollar la bomba atómica, cuando Hussein decidió expulsar a los representantes de Naciones Unidas.
Ciertas o no estas predicciones, hay algunos errores comunes a la hora de evaluar el régimen iraquí desde la perspectiva occidental.
En primer lugar, el régimen de Hussein es laico y no está ligado al movimiento islámico radical del que nació la red terrorista Al Qaeda, responsable por los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
De hecho, según información de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), que no debió trascender a la prensa, el líder iraquí está en la lista negra de los seguidores de Osama Bin Laden.
La condición de Bagdad hasta el pasado martes, era que se retirase el embargo como condición previa para el regreso de los inspectores de la ONU.
Una y otra vez, Estados Unidos se ha opuesto a levantar las restricciones comerciales contra el régimen de Hussein.
El hecho de que el presidente iraquí sea un dictador o no, no parece justificar la postura norteamericana, que ha incluido a ese país en la lista negra de amenazas terroristas o países rebeldes.
El poder de la Casa Blanca sobre los medios, asegura sin embargo que, cuando sea necesario, habrá excusas suficientes para justificar una invasión estadounidense a Irak.
Bush parece dispuesto a completar la tarea que su padre dejó inconclusa. Ésta es una de las prioridades de su política exterior y, a pesar de la buena voluntad del resto de naciones, parece que la guerra será inevitable.
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