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La formación de los Estados latinoamericanos tuvo el esplendor del crepúsculo y la aurora: vasallaje colonial y reivindicación indígena. ¿Qué valor tiene la memoria histórica en esta época donde el cínico comulga, con la bendición del arzobispo, y se abanica sin el más mínimo rubor en las bancas de la Iglesia de Managua?
Nicaragua, al igual que otros pueblos, tuvo y tiene su clase dominante. León (liberales) y Granada (conservadores), símbolos de riqueza comercial y oligarquía. Y para definir el poder los caudillos armaron a los peones y los lanzaron al vórtice de la guerra. Y ya se sabe cómo los primeros acudieron a los esclavistas de Estados Unidos que, por designios de la providencia, querían convertir a Centroamérica en un Estado más…
Y después del desprestigio liberal quedaron gobernando, entre familiares y vecinos, casi por tres décadas, los granadinos; pero, los conservadores pronto serían desplazados por los signos emblemáticos de: «Dios, Patria y Progreso». Y ahora le seguiría el turno al general Santos Zelaya, un dictador «progresista» que echó a los ingleses de la Costa Atlántica, implementó la infraestructura vial y el ferrocarril, es decir, el señor dictador era consecuente con su credo liberal.
Después llegaron una y otra vez, las incursiones de los marines yanquis que controlaban el ejército, las aduanas, el ferrocarril, las minas, los bosques, los préstamos, los presidentes,… Y ahí surgió «El pequeño ejército loco», como lo llamaba Gregorio Selser, a los acombatientes de Sandino. Y también se sabe que éste derrotó a los gringos y la mano pacífica de la traición somocista lo asesinó con instrucciones del Departamento Estado.
Desde los años treinta, Somoza gobernó Nicaragua al estilo del Oeste; pero, las balas del poeta, en el cincuenta y seis, hicieron justicia. Y continuó la noche de los Somozas (Luis y Anastasio) y los serviles se multiplicaron, los favores, la corrupción y el poder, se unieron a los desaparecidos, los torturados y exiliados, todos con la complacencia de los inquilinos de la Casa Blanca.
Y llegó la Revolución con sus guerrilleros nacionales e internacionales, con sus poetas combatientes, y ahora sí, ¡la cosa va para adelante !… Y la Contrarevolución, los minados de los puertos -la CIA haciendo el trabajito-, el bloqueo económico, los serviles de turno externos e internos, los errores revolucionarios,… Y la historia sabe quiénes son los bufos y los testaferros, los que lucraron con la sangre del pueblo nicaragüense.
Y de nuevo apareció el dictador con «El espejo y la máscara» (Borges). Prometió acabar con la pobreza, construyó pistas en Managua, iluminó las calles e hizo su propio helipuerto; pero en los barrios marginales, los candiles y las candelas son ejercicios surrealistas . Y el hombre, como dice Darío, fue «lobo del hombre». Arnoldo Alemán es vulgar y descarado, manipulador y farsante, que lo diga Monseñor Obando y Bravo, un luminoso personaje que se caracteriza por cumplir fielmente con el precepto de gozar la mieses del poder .
Y no bastó el 70% de desempleo, ni la inmigración masiva, ni la privatización de las instituciones; había que traslapar cuentas en dólares, crear sociedades anónimas y, sin ninguna frase retòrica: robar y succionar la sangre, los huesos del pueblo nicaragüense.¿Dónde están los hijos de Sandino, de Fonseca, Rigoberto López Pérez, y los miles de combatientes caídos… ? Ojalá que la dignidad de los hijos de Diriangen no sea como el esfuerzo inútil de la testaruda piedra de Sísifo
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