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Profesionales costarricenses de filosofía han descollado en los hurras que la periferia centro y latinoamericana dedica a la voluntad del Primer Primate Short Leg planetario, Bush Jr., para destruir a Irak, apoderarse de su petróleo y mostrar la testa tumefacta y sanguinolenta de Sadam Hussein al mundo vía CNN. Primero fue Claudio Gutiérrez quien agudamente demostró que el Islam era descerebrado porque Mahoma murió seis siglos después de Jesús y permanece sin recibir la bendición de Jeremías Bentham. Eso justifica exterminarlo. Ahora es L. Lara quien convoca a destruir Irak porque él en sus cursos enseña (?) «que la historia se escribe con tinta, pero se hace con sangre» (LN, 15/10/02). Si Bush Jr. no arrasa a Irak y a su población, Lara se vería obligado a reprogramar cursos e incluso a cambiar de bibliografías. La magnitud del desafuero contra la libertad de cátedra resultaría intolerable.
El sano orgullo que experimenta el profesor Lara por su juicio lo lleva a revelar que se ve obligado a hablar con la verdad «para esclarecer puntos fijos y controversiales» que llegan ya «a la exasperación y a los umbrales del delirio», tal la proliferación de «opiniones manidas y confusas que hoy circulan por el mundo y que representan mala conciencia hacia EE.UU.». Si Gutiérrez proponía una hipótesis genial y básica (algo etnocéntrica, es cierto), Lara en cambio nos ofrece la verdad cultural, política, geopolítica y moral desnuda. Ventaja pornográfica que poseen algunos humanistas profesionales de la filosofía.
Además de su argumento autoritario (si lo dice en clase tiene que ser realidad), el profesor ofrece imágenes para condimentar su pasión ontológica por destruir no al gobierno de Irak (excusa de King Kong y asociados), sino a su pueblo. Redacta fiero: «Un régimen como el de Irak solo con la muerte abandonaría el delirio de grandeza, impulsado por el fanatismo de Alá». Por algún motivo, ‘delirio’ y ‘fanatismo’ se vuelven familiares. Antes, justificó la masacre (una agresión de EUA no puede considerarse guerra) como «un sacrificio que exige el espíritu universal de la historia». El Espíritu demanda la aniquilación de 24 millones de irakíes para que los dichos de Lara resulten ciertos.
Lara, humanista letrado, parafrasea en el título de su enseñanza moral el «Delenda est Cartago» (¡Cartago debe ser destruida!) con que un añoso Catón finalizaba hace algunas semanas (bastantes ya que el autista senador murió en el 149 a.C.) sus discursos. A su hora, Escipión Emiliano, general, acató la propuesta y los últimos días de existencia cartaginesa vieron a todo lo que podía moverse en la ciudad combatiendo contra el invasor romano (sobre las guerras púnicas no se vea CNN, ni se lea Selecciones del Reader’s Digest. Tampoco consulte a los dirigentes del fútbol ni asista a las clases de Lara). En todo caso, muchos cronistas estiman que la Roma indoeuropea destruyó a la semita Cartago africana porque resentía su estilo de vida comercial, tolerante y creadora de riqueza que desafiaba a una Roma militarista, pirata y que estrujaba a los pueblos que conquistaba para sostener internamente los privilegios de sus nobles. Por supuesto, los romanos se consideraron a sí mismos ‘superiores’ y difamaron a los sucesores de los fenicios como terroristas que debían ser exterminados. Imaginen: en la plutocracia cartaginesa se incluía el concepto de redistribución de bienes a los más necesitados. «¡Hay que destruir Cartago!». («¡También a Chávez!», vocifera un oportunista. «¡Y a Castro!», chillan Montaner/Ulibarri. «¡Y privatizar el ICE!», se hace oír el hijo de Miguel Ángel).
Lo empetrolado para Lara es que el «Delenda est Cartago» original suele actualizarse por doctos diversos como cercano a un Delenda est Yanquilandia. Los cartagineses, con su éxito comercial, serían antecedente de Disneyworld y Eminem. Habría que consultar al Espíritu laresco. Cierto es que los cartagos preferían comerciar a guerrear. Pero se podría pensar que para Bush S.A. la guerra es continuación del comercio por otros medios.
En lo que sí parece desubicado el Espíritu larante (estático al parecer en la Segunda Gran Guerra) es en su catónico regaño a los ‘pacifistas’ por preferir el diálogo y la negociación al combate. La gente decente del planeta estima que Bush Jr. y sus socios reúnen perfectamente brutalidad, codicia y capacidad material para destruir lo que se les antoje y salir impunes. Lo inaceptable es que reclamen honradez y dignidad humanas. Su acción rapaz debe ser retratada y recordada como tal. Y si el pueblo de Estados Unidos carece de capacidad moral y política para remover a sus dirigentes granujas, por desgracia tendrá que ser recordado también (si hay futuro) como una población bellacamente estólida y suicida. Nada muy extraño a Roma, por cierto. Ah, y no es la historia la que se constituye con sangre. Son las morcillas.
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