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América Latina vive un proceso de revitalización electoral y nuevos movimientos sociales.
Protestas populares se extienden en varios países latinoamericanos.
Son demasiados signos como para evitar verlos. Enumeremos los electorales.
En la última semana de octubre, Lula, un candidato de origen social obrero y que no ha renunciado a sus raíces y más bien las ha transformado en partido, obtiene el resultado electoral que lo catapulta como presidente de Brasil con una ventaja de 20 millones de votos (61.4%) sobre el candidato continuista, José Serra, rechazado por uno de cada cuatro electores (abstención del 20%). Lula hereda una situación económica y social brutal. La administración Cardoso deja a Brasil como el país que paga las más altas tasas de interés del mundo, una reducción de 7 veces sus reservas (5 mil millones de dólares hoy, recibió 32 mil millones) y una deuda pública que pasó del 28% del PIB en 1994 (64 mil millones de reales) al 58.3% en el 2002 (600 mil millones de reales). El crecimiento del país ha sido el más bajo de su historia. Por el contrario, el desempleo está en su nivel más alto (8%) y su moneda se depreció un 68% durante el 2002. La pobreza afecta a casi 80 millones de brasileños clasificados en 27 millones de miserables, 30 millones de pobres y 20 millones de ‘fantasmas’ sin existencia legal que sobreviven con 30 dólares mensuales o menos. En el otro polo, un poco más de un millón de opulentos se apropia del 14% de la riqueza. Este es el statu quo el FMI exige a Lula que se mantenga.
En el mismo mes de octubre y en Ecuador, donde más de un millón de niños pauperizados sufre el trabajo forzado y el acoso sexual, Lucio Gutiérrez, postulado por la Alianza Sociedad Patriótica 21 de enero y el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, con fuerte base indígena y rural, encabezó la primera ronda electoral con una estrecha ventaja de dos puntos (20%) sobre su contendor inmediato, Alvaro Noboa, el hombre más rico de Ecuador, empresario bananero y una de las 14 fortunas más grandes de América Latina, símbolo preciso de la explotación, depredación, corrupción y entrega en este subcontinente. Si triunfa en la segunda ronda, Gutiérrez recibirá, al igual que Lula, una economía tradicionalmente desgarrada y frágil pero hoy conmovida brutalmente por la dolarización neoliberal.
A mitad de año, en Bolivia, Evo Morales (20%) y Felipe Quispe (5%), del Movimiento al Socialismo y el Movimiento Indígena Pachakuti, levantados como candidatos por orga
nizaciones campesinas e indígenas y con un mensaje popular, nacional (recuperación del petróleo y el gas) y antineoliberal por tierra, territorialidad, créditos blandos, salud y educación, democracia participativa, potenciación de la economía hacia el mercado interno e integración nacional y latinoamericana, se transformaron en la principal fuerza política de oposición al sistema. La elección boliviana tuvo como una de sus facetas más irritantes la intervención del gobierno de Estados Unidos que amenazó, vía su embajador, con sancionar económicamente a Bolivia si el electorado votaba por Evo Morales.
EL GRAN GORILA
Precisamente el avance electoral de la izquierda y centroizquierda, con sus tesis sociales, nacionales y de integración popular y latinoamericana ha tenido como contexto internacional una fase de particular arrogancia injerencista en los asuntos internos de las naciones del subcontinente por parte de Estados Unidos de Norteamérica. Sus dirigentes políticos, corporativos y banqueros, en línea con el Big Ape (Gran Gorila), vetan candidaturas, como la de Morales en Bolivia, la de Ortega en Nicaragua o la de García en Perú, manipulan la moneda y el crédito internacional buscando cercar al electorado y conspiran abiertamente para derrocar gobiernos que no favorecen sus negocios, como el actual de Chávez en Venezuela. Este grosero injerencismo, plagado de amenazas y confabulaciones, comprende asimismo una solución «israelí» para los conflictos de Colombia, una completa militarización de la agenda del combate contra el narcotráfico y la vinculación de la eventual Asociación de Libre Comercio de las Américas (ALCA) con la «guerra global y preventiva contra el terrorismo» incluyendo la amenaza militar contra las migraciones. El endurecimiento geopolítico estadounidense se acompaña de una mayor presencia militar en el subcontinente. En los últimos años ha agregado a sus enclaves de guerra en Guantánamo y Puerto Rico bases en Manta (Ecuador), Curazao, El Salvador y Aruba. Se discuten nuevas ubicaciones en Alcántara (Brasil) y Tierra del Fuego (Argentina) y se presiona por una academia «policial» en Costa Rica. El Plan Colombia, por su parte, busca no sólo destruir a las más antiguas estructuras político/militares populares de América Latina (FARC y ELN), sino desagregar la posibilidad de una Iniciativa Regional Andina que bloquee la iniciativa estadounidense de «buenos negocios» entre el tiburón y las sardinas bautizada como ALCA.
La codiciosa grosería de la injerencia política y geopolítica de la administración Bush no
ha conseguido, sin embargo, derrocar el mandato popular de Hugo Chávez ni destruir a Cuba, ni evitar las votaciones por Morales o Gutiérrez o García, ni doblegar las variadas formas de manifestación por la base que siguen exigiendo en Argentina «¡que se vayan todos!» tras el brutal derrumbe de su experiencia privatizadora y dolarizadora encabezada por los ‘conocidos’ de siempre.
Estos conocidos constituyen precisamente la base local del asedio contra el actual gobierno popular venezolano. Empresarios globalizados mediante alianzas estratégicas dependistas, políticos/empresarios corruptos, jerarquía de la iglesia católica, medios masivos vinculados a la SIP, sindicalistas y militares transformados en grupos de presión y personalidades antipopulares como efecto de su codicia particular o de su ignorancia o ceguera. Esta base local, que existe en todas las formaciones sociales latinoamericanas, tiene su correlato internacional en los gobiernos entreguistas o semientreguistas que todavía configuran mayoría en la OEA y que esperan que Estados Unidos los saque de apuros y deudas mediante el ALCA y su adhesión a un librecambismo internacional que jamás ha practicado la hiperpotencia del Norte. Los entreguistas aspiran a que Bush haga realidad su proclamada autoidentificación ideológica de un «conservadurismo ultraindividualista con compasión». El patético fracaso de Fox en conseguirlo podría servirles de ejemplo.
SENSIBILIDAD POLÍTICA
Desde el ángulo popular, no se espera en cambio nada por compasión. La consigna fundamental es «Sin resistencia no hay alternativa». Los millones, especialmente en Brasil, que se oponen al ALCA o a iniciativas como las del Plan Pueblo-Panamá, agitan, desde sus necesidades, su agenda propia: Soberanía Alimentaria, Desarrollo Local (con empoderamiento de sujetos populares y democracia participativa), derechos económicos, sociales y culturales (siempre discriminados y postergados porque el sistema actual carece de financiamiento para ellos), crítica de la «modernización» vía maquila y corporaciones de enclave, y valoración ambiental, social y natural, de los megaproyectos transnacionalizados. Esta agenda social, y otras semejantes, no han surgido en los últimos días. Formaron parte, junto con la exigencia de castigo a los responsables por las violaciones a derechos humanos fundamentales y políticos, de la agenda de mujeres, campesinos, jóvenes y estudiantes, creyentes religiosos antiidolátricos, trabajadores, pueblos indígenas y empobrecidos, de la sensibilidad política que acompañó la desaparición o relegamiento de las
dictaduras de Seguridad Nacional y su reemplazo neoligárquico por regímenes democráticos restrictivos. Fracasado el esquematismo neoliberal latinoamericano de entregarse a las fuerzas del mercado global para crecer y ‘chorrear’ riqueza, y pese a la ominosa terquedad del FMI y el Banco Mundial, la agenda social y política popular comienza a readquirir masiva presencia electoral. Ya es gobierno en Brasil, Venezuela y Cuba. Es la principal sensibilidad político/cultural en Argentina y también la principal fuerza de oposición en El Salvador, Bolivia y Nicaragua y se proyecta como alternativa en México. En todas partes la gente y los electores reclaman les permitan la oportunidad para crear una toda nueva América Latina.
Su reclamo tiene a su favor el fracaso neoligárquico histórico. En casi doscientos años de independencia y monopolio político los autárquicos grupos reinantes en América Latina no han logrado (en algunos países como Guatemala ni siquiera lo han intentado) dejar de producir empobrecimiento y discriminación masivos, corrupción y entrega. Los movimientos sociales populares y sus gobiernos tienen asimismo a su favor su número, su heroísmo, su grandeza moral, su cultura de resistencia. Si se los permiten, y mejor si se les acompaña, pueden construir con su trabajo otra América Latina. Históricamente, es cierto, este sueño, ha sido detenido con el crimen y el terror.
Es en este contexto esperanzado pero también ominoso que vuelve a resonar en ciudades y campos la demanda/grito que alguna vez fue proyecto (sanmartiniano, bolivariano, zapatista, sandinista, farabundista, guevarista) político «¡¿Es posible otra América Latina!?»
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