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La persona que me lo cuenta es un Asesor, de esos que tienen la entrada libre y las puertas abiertas a todas las dependencias del Gobierno. Me lo relata carcajeándose, y en sus ojos brilla un placer casi infantil al transmitirme el suceso. Y su placer era mayor porque él había sido testigo de un hecho muy simpático y típico de la protagonista, que para el caso, es la misma cuya aventura le da nombre a este relato.
Se encontraban varios Asesores haciendo antesala en Casa Presidencial, cuando de repente apareció la señora Ministra, estirada cuan es. Uno de los Asesores de algo la vio y corrió tras ella. Al ratito regresó refunfuñando y maldiciendo contra la señora: «¡Desgraciada…qué se habrá creído! Yo que he trabajado para este Partido y para el pueblo, que me he entregado a cambio de nada; que trabajo como mula por todo el Norte del país, que vi nacer este movimiento…»; más otras palabras y frases que censuramos aunque las usara Cervantes. La persona que me lo cuenta le sugiere que se calme y que se desahogue soltándole a él lo sucedido en aquel pasillo sin testigos. «Mire compañero, le digo a la tal por cual que necesito pedirle un favor. Me pregunta de qué se trata el favor. Le digo que necesito una cita con ella para hablarle de los problemas en aquellas comunidades…y sabés qué me contesto la malpuesta esa; qué hable con su Secretaria y que lo anote en su agenda…pero que ella cree que no me podrá atender ni el año 2003. Desgraciada, cómo me trata así. Me voy de este Partido…me largo.» El hombretón, de casi dos metros y trescientas libras, salió pateando sillas y paredes y se largó.
El Asesor que me lo cuenta, militante en otras filas durante la época de los viajes gratuitos al Socialismo continúa con su anécdotas, luego del intertexto oral del asesor grandullón y resentido en su más social y cristiano amor propio. «Pues la cosa es que llega la señora Ministra y de sopetón se topa con don Abelardo. Entonces le cuenta en tono de reclamo algunos pormenores de su gira al interior del país: – «Pues figúrese Usted…tuve que montarme en un caballo, pero había tal cantidad de barro que este se hundió y me llegó el lodo hasta los muslos. ¡Si viera Usted don Abelardo! Aquello no es calle ni nada, hay que mandar a pavimentar y a arreglar eso. ¿Por qué me fue Usted a mandar a ese lugar? Entonces don Abelardo le contesta: «¡Por eso la mandé a usted…para que conozca un poquito este país, para que vea que no es como el centro de la Capital. Imagínese a esos chiquitos que vienen desde las montañas, caminando horas por esos barriales para llegar hasta la Escuelita del lugar; con hambre a veces y descalzos siempre. Por eso la mandé a usted, le repito, para que se empape de la realidad nacional y podamos hacer algo para que en el futuro nadie se embarriale. Por su informe, ¡Muchas gracias!»
«Mirá, agrega el Asesor, y te lo cuento a vos que sos del mismo patio profesional de la Ministra, y que sos tan duro con mi Partido; para que veas que don Abelardo está en todas.»
Al final le tiré la chinita de que si todo anduviera como él asegura, el grandulón no se habría largado de su Partido. «¡Qué va!, me contestó de inmediato, la semana pasada me lo encontré en un acto en Esparza y le mandé el filazo de rigor. ¿Sabés qué me dijo?: «¡ Es que llevo el gusanillo muy pegado al corazón!»
Conclusión: muchas veces, el sectarismo y el dogmatismo, nos hacen creer que sólo nosotros amamos esta Patria.
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