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En 1920, a los dos meses de edad, Clarice Lispector hizo su primera gran travesía de la lejana Rusia al noreste de Brasil. Hija de inmigrantes judíos ucranianos, Clarice creció bajo el calor de Recife (Pernambuco), donde vivió diez años; perdió a su madre en 1930 y, diez años después, se mudó con su padre y sus dos hermanas a Río de Janeiro. A partir de 1944, cuando se casó con un diplomático, vivió en Belém (Pará), en Estados Unidos y en varios países de Europa; durante su larga permanencia en el exterior, con temporadas en Brasil, escribió y publicó dos novelas (O lustre y A cidade sitiada) y un libro de cuentos. En 1959, cuando volvió definitivamente a Río, ya era considerada una de las más notables escritoras brasileñas.
Recife, la ciudad de la infancia y la juventud, fue la fuente de los primeros escritos, de varios cuentos de Felicidad clandestina (1971; traducción de Marcelo Cohen, 1997) y de crónicas publicadas en el Jornal do Brasil. El drama desgarrador del inmigrante del noreste aparece también en la figura de Macabea, una pobre muchacha de Maceió (Alagoas), cuyo destino trágico en Río de Janeiro es uno de los temas de La hora de la estrella, publicado en 1977 (traducción de Ana Poljak, 2000), cuando la escritora murió, a los 56 años.
Clarice debutó en 1943 con la novela Cerca del corazón salvaje (traducción de Basilio Losada, 2002), título que extrajo del Retrato del artista adolescente, de Joyce. En aquella época, la literatura brasileña ya contaba con una tradición, de Machado de Assis al arte de vanguardia del movimiento modernista de 1922. En la década siguiente, reforzaron esa tradición por lo menos dos libros: O quinze (1930), de Rachel de Queiroz, y São Bernardo (1934), de Graciliano Ramos. Pero cuando Clarice Lispector y Guimarães Rosa aparecieron en la década de 1940, la prosa brasileña dio un giro. Ya en 1943, António Cándido, un gran crítico brasileño, advirtió inmediatamente la novedad y la osadía del libro de la joven autora. Línea divisoria de las aguas en la literatura brasileña, Cerca del corazón salvaje fue considerado por Cándido ‘un intento impresionante de llevar la lengua a dominios poco explorados, forzándola a adaptarse a un pensamiento lleno de misterio, para el cual sentimos que la ficción no es un ejercicio o aventura afectiva, sino un instrumento real del espíritu, capaz de hacernos penetrar en algunos laberintos retorcidos de la mente’.
Ese comentario se ajusta prácticamente a toda la obra de Clarice, marcada por la búsqueda del sentido de la vida, en la que el hecho más prosaico puede desencadenar un sentimiento patético, vertiginoso, atravesado por imágenes candentes e ideas abstractas.
Casi todo lo que ella escribió parece sondear el corazón salvaje de la vida, reino de ambigüedades latentes, de transgresiones insospechadas, como la cucaracha muerta que la protagonista transforma en hostia consagrada en la novela La pasión según G. H. (traducción de Alberto Villalba, 2000). Búsqueda también de un lenguaje, no menos dramático que la vida, en la tensión e intensidad con la que los narradores se sumergen en el pozo oscuro de la pasión y el deseo, del amor y el destino del ser, inseparables de la muerte. Los dramas de los narradores y personajes de Clarice son también dramas de un lenguaje que expresa, con el ritmo y la cadencia de un estilo muy personal, el lado agónico o extático de los seres que evoca; dramas casi sin trama, porque a Clarice le interesa menos el enredo y el tiempo cronológico que la forma discontinua y fragmentada de expresar una experiencia interior, un trance visionario o, incluso, un pensamiento o concepto.
Es probable que el flujo de conciencia y la fina ironía deban algo a la obra de Joyce y de Virginia Woolf; pero ninguna escritora brasileña fue tan lejos y de una manera tan radical en dirección al abismo de la interioridad. Benedito Nunes, el más notable crítico de Clarice Lispector, ha señalado que ‘el ímpetu transgresor de los personajes femeninos de algunas novelas -Cerca del corazón salvaje, O lustre (1943), A cidade sitiada (1949), A maçã no escuro (1961) y ciertos cuentos de Lazos de familia (1960; traducción de Cristina Peri Rossi, 1988)- tal vez sea la marca invertida de la sumisión femenina’. Por otro lado, ‘el despojamiento personal de G. H. neutraliza la diferencia entre lo masculino y lo femenino, absorbida en una condición humana general en contraste con la animalidad y la vida orgánica. La novela póstuma Un soplo de vida (1978; traducción de Mario Merlino, 1999), narrada por dos personajes -un hombre y una mujer-, persigue el mismo pathos de la muerte y la locura que recuerda a los personajes de G. H. y de Água viva (1973)’.
La mujer que en 1975 participó en un congreso de brujería en Colombia era esquiva, tierna, bellísima, de una belleza extraña, con su rostro anguloso, los ojos un poco rasgados, vivos y perplejos, que parecían mirar hacia fuera, hacia el cielo y el infierno, pero sobre todo hacia dentro.
El lenguaje fue, de hecho, su travesía mayor y la más arriesgada: la pasión por el lenguaje, la tendencia tenaz, incesante y obsesiva a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo y fugazmente: el sentido mismo de nuestra existencia. ‘El lenguaje es mi esfuerzo humano. Por destino tengo que ir a buscar y por destino vuelvo con las manos vacías. Pero vuelvo con lo indecible’ (La pasión según G. H.). q
Milton Hatoum es escritor brasileño. Traducción para El país de Mario Merlino.
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