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El Crimen del padre Amaro

En 1994 el Centro Cultural de México me prestó el corto en dibujos animados de Carlos Carrera «El héroe», premiado en Cannes. Me pareció genial. Entre la multitud que espera el metro en una estación del distrito federal, una niña hermosa y lánguida está a punto de lanzarse a los rieles justo antes de que pase el tren. El protagonista navega por entre aquella marea humana indiferente y trata de impedir el suicidio. Sin embargo, su gesto es interpretado como una agresión. El buen samaritano pasa a ser malvado, y ella acaba con su vida sin que a nadie le importe.

En 1994 el Centro Cultural de México me prestó el corto en dibujos animados de Carlos Carrera «El héroe», premiado en Cannes. Me pareció genial. Entre la multitud que espera el metro en una estación del distrito federal, una niña hermosa y lánguida está a punto de lanzarse a los rieles justo antes de que pase el tren. El protagonista navega por entre aquella marea humana indiferente y trata de impedir el suicidio. Sin embargo, su gesto es interpretado como una agresión. El buen samaritano pasa a ser malvado, y ella acaba con su vida sin que a nadie le importe.
Comprendo la desconfianza que despierta «El crimen del padre Amaro», estrenada ahora que se derrumban las máscaras de una Iglesia Católica acorralada por la proliferación de escándalos. Sin embargo, la trayectoria de Carrera, y la de su excelente guionista, Vicente Leñero («Los albañiles», «El callejón de los milagros», «La ley de Herodes»), habla más bien de una coincidencia, bien aprovechada para el mercadeo.
 

 
Basada en una obra original de Eça de Queiroz (1875), la idea central se encuentra, asimismo, en «El héroe».
El protagonista es un sacerdote joven, recién llegado a una parroquia de pueblo, que quisiera ser bueno; lo hace y lo dice desde el inicio. Mas ese mundo enfermo fácilmente se lo traga; a las víctimas sólo les queda su derrota. Él se resiste a los abusos del párroco (amante de la viuda, «lavador» de dinero), simpatiza con el cura rebelde que se une a los campesinos pobres, y duda ante el llamado del amor con la joven puritana, a la que luego traiciona brutalmente. Pero su pragmatismo lo lleva al cinismo. No es un degenerado hollywoodense; sino, como la mayoría, que «en la ocasión se hace ladrón». En ambos filmes no bastan las buenas intenciones; los ideales son víctimas de las circunstancias, la injusticia es sistema.
Gael García Bernal, excepcional en un filme fuera de serie, «Y tu mamá también», titubea como Amaro. No expresa con claridad ese proceso de deterioro moral hecho de oportunismo; su figura es propicia, pero le faltó matizarla. Ana Claudia Telancón, con su juvenil belleza, sugiere talento. Otros (Sancho Gracia, Damián Alcázar) se ven convincentes.
No veo un filme dirigido a señalar los errores o los crímenes de la Iglesia. Eso está allí, atiborrado, mas no es lo principal. El relato, pesimista como es, no hace sólo énfasis en lo mal que está la Iglesia, sino en cómo ésta es parte de un conjunto social corrupto. El ruido nos habla del silencio de Dios. ¿Por qué la Iglesia no es mejor qué el resto de las instituciones?
Como en la vilipendiada y muy religiosa «La última tentación de Cristo» (Scorsese), la tensión es entre lo divino y lo humano. En la primera triunfa el amor universal de Jesús sobre su condición humana. En ésta la condición humana convirtió en una parodia la aspiración divina. La verdadera denuncia no son las lacras que ventila, sino el fracaso pastoral: la Iglesia no conduce a Dios, dice. Ese es el verdadero drama.

  • Gabriel González Vega 
  • Cultura
Opportunism
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