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El libro «Rodrigo Carazo, con la dignidad en las venas» resalta la firmeza del expresidente en el complejo período 78-82 y por lo tanto remite a un trozo vivo de nuestra historia que no debería olvidarse.
Rodrigo Carazo mantiene su abierta lucha contra los contratos que terminan por favorecer a organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
La dignidad es una palabra desgastada por el tiempo y corroída por el capitalismo salvaje, en el que los hombres y los gobiernos son pobres instrumentos al servicio de las transnacionales y los organismos monetarios con sede en Washington, que tienen prohibida la disidencia y alaban la genuflexión.
En un panorama en el que siempre predominan las cifras macroeconómicas y prevalece el lenguaje imperativo que exige el cumplimiento de las órdenes sin alterar jamás la ecuación entre ricos y pobres, siempre queda el ejercicio de la palabra como un eco eterno de dignidad.
En un volumen pequeño, que acaba de salir de las prensas y que es publicado por Ediciones El Castillo, y que tiene por título «Rodrigo Carazo, con la dignidad en las venas», se rescata la forma en que el entonces presidente de Costa Rica (1978-1982) condujo los destinos del país, lo que significó un abierto enfrentamiento con los dioses del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
El libro analiza parte de la labor de Carazo durante su convulsa gestión y luego la forma sólida como el exmandatario, considerado por algunos como el último presidente del país, se ha conducido en la vida pública, siempre comprometido con los más nobles valores de los latinoamericanos.
El propósito del libro es claro desde las primera líneas: desacreditar algunas mentiras bien contadas por la prensa costarricense y presentar la otra cara de los acontecimientos, para que el lector, con los elementos que le brinda la historia y el inexorable paso del tiempo, pueda por sus propios medios obtener «una verdad» menos contaminada.
La obra toca temas discutidos en el gobierno de Carazo, pero pareciera que solo ha pasado un día entre aquellos años y el hoy, porque aún planean sobre el país las anchas sombras del FMI y del BM, y de nuevo es necesario que se traiga a la mesa de la discusión el término soberanía, tan vilipendiado, tan prostituido y tantas veces enviado al basurero para poder pedir una pluma y estampar la firma de un acuerdo económico.
En este sentido, es emocionante el diálogo que se transcribe en las página 55 y 56 y que recoge una conversación entre Carazo y un representante del FMI, correspondiente a julio de 1981:
«Señor Presidente: lo que su gobierno debe hacer es cerrar algunos hospitales o algunos servicios que en ellos se prestan; también debe cerrar colegios de enseñanza media y de enseñanza primaria y pre-escolar; cerrar servicios de nutrición infantil, en fin, ajustarse a las recomendaciones de mi representado el FMI»
Si el lector sigue atento la lectura, tropezará, inevitablemente, con ese «debe» que a veces no deja ninguna salida, aunque en este caso el mandatario le respondió con la investidura que le otorgaba la primera magistratura del país: «Usted cumple órdenes y le habla al Presidente de Costa Rica como si fuese un subalterno del Presidente del FMI, cosa que la dignidad de mi pueblo no me permite aceptarle. Lo único que cerraré será la puerta de este país para usted y para la entidad, FMI, que usted representa».
La expulsión de la misión del FMI y la decisión de Costa Rica de suspender los pagos de la deuda externa motivaron un juicio contra el país y Carazo en la Corte del Estado de Nueva York. El fallo, para asombro de muchos, resultó favorable al expresidente.
LA VERDAD DE LA PRENSA
«Rodrigo Carazo, con la dignidad en las venas» también explica la relación que en los días difíciles de 1978 mantuvo la prensa costarricense- por lo general dispuesta a disparar críticas contra el enemigo, pero sin mirar jamás hacia adentro, para realizar un proceso de corrección a los múltiples yerros que arrastra cada día- con el exmandatario.
En la mayoría de los casos, sin embargo, detrás de los aparentes errores están las estrategias para catapultar o sepultar a determinado personaje y en aquella oportunidad al que había que silenciar era al presidente, según lo sostienen diversos pasajes del libro.
La obra documenta cómo el presidente de la república, con ocasión de una conferencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), fiel defensora y adalid de la libertad de expresión en el continente, denuncia el trato al que lo someten a diario los medios del país.
«Qué contrasentido más particular: luchar por un derecho, lograrlo, para entonces imponer la tiranía del poder publicitario, el capricho y la ausencia moral, para ofender, maltratar, enlodar, perjudicar a personas y familias, a seres humanos que deben ser objeto del respeto absoluto, en una sociedad que pretende ser civilizada y cristiana».
Estas palabras, pronunciadas en abril de 1980, comenzaron a estremecer al Teatro Nacional, lugar de la cita, y presagiaban el silencio que luego sobrevendría: «Señores delegados en esta conferencia Interamericana de Prensa, en mi país, como presidente de la República, quiero comunicarles que yo no tengo libertad de prensa».
El silencio, el silencio fue tan absoluto, contó Carazo en una entrevista de televisión, que desde entonces han pasado 22 años y todavía no ha recibido respuesta alguna de la SIP.
De nuevo, aunque los hechos parecen anclados en el ayer, el tema cobra actualidad en una coyuntura en la que se estudia la posibilidad de que realicen reformas a la ley de prensa, por la que los medios más poderosos mueven todo su arsenal económico y político.
El libro, en definitiva, apuesta por darle espacio a la palabra del otro -a la historia no oficial aunque sea un expresidente el que la cuente- y desde este punto de vista representa una oportunidad para que el período 78-82 sea releído con la distancia quedan los años.
Parece, no obstante, que los alisios de la historia corren en favor de Carazo, quien aún hoy, a sus 75 años, no se ha atrevido a hacer anuncios para pizzas o para universidades privadas, para los que es indispensable, por lo visto, el tener como requisito un premio Nobel.
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