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La maldición del dios dólar

Conocida antes de la Revolución como el burdel de América, Cuba logró durante décadas minimizar el fenómeno de la prostitución; sin embargo, el auge turístico ha hecho que las «jineteras» vuelvan a ejercer el oficio más viejo del mundo.

Conocida antes de la Revolución como el burdel de América, Cuba logró durante décadas minimizar el fenómeno de la prostitución; sin embargo, el auge turístico ha hecho que las «jineteras» vuelvan a ejercer el oficio más viejo del mundo.
El limitado acceso que existe en Cuba a los bienes propios de una sociedad de consumo, — los cuales sólo es posible adquirir con dólares –, ha llevado a que el fenómeno de la prostitución reaparezca en la isla de la mano del turismo.
Debido a su situación geográfica, — como puerta de acceso al Nuevo Mundo –, y a su compleja historia, — marcada por las desigualdades, las guerras y el colonialismo –, en Cuba la prostitución es una actividad con profundas raíces e implicaciones en los más diversos ámbitos.
El auge de este oficio en los años 90, provocado por la delicada situación económica que vivió la isla después de la caída del socialismo en Europa del este, llevó a que periodistas cubanas del Servicio de Noticias de la Mujer (SEM) elaboraran una serie de valientes reportajes en los que se pretende demoler los mitos relacionados con el comercio del sexo y analizar sus repercusiones económicas, sanitarias y, principalmente, sociales.

LAS DOS CUBAS

Cuba sufre, desde inicios de la década de los noventa, la peor crisis económica desde los años 50.  Esta situación, marcó el retorno de las «jineteras», — como popularmente se conoce a las trabajadoras del sexo –, quienes han encontrado en el comercio de sus cuerpos una forma de obtener dólares, moneda que les abre la puerta a un nivel de vida que muy pocos cubanos pueden disfrutar en la actualidad.
El problema de la prostitución se había llegado a erradicar casi por completo de la isla luego del triunfo, en 1959, de la Revolución y el tránsito hacia una economía marxista.  En este marco, durante los años 60 las mujeres que se dedicaban al comercio sexual habían sido reeducadas para incorporarse a la sociedad de una manera más productiva y más acorde con la «moral socialista» consagrada en la legislación cubana.
Sin embargo, en La Habana, cerca de los puertos frecuentados por marineros extranjeros, reaparecieron «jineteras» que brindaban sus favores sexuales a cambio de bienes de consumo occidentales, imposibles de conseguir en el mercado oficial.
La explosión del fenómeno se dio con la caída del socialismo en Europa del este y el colapso de la Unión Soviética.  La economía cubana, que sufre en embate del embargo impuesto por los Estados Unidos, se enfrentó a una situación muy delicada.
Los productos más básicos escasearon y muchas mujeres se vieron forzadas a emigrar de las provincias hacia la capital, en donde se dedicaron a prostituirse.
Ante la compleja coyuntura financiera, el gobierno cubano  vio en el turismo la salvación para atraer divisas a su alicaída economía.
Surgieron así dos cubas.  Una, la tradicional, obrera  y socialista, y otra, muy diferente relacionada a la industria del turismo.
Hasta 1993, el comercio con dólares había  estado prohibido; sin embargo, cuando éste se liberalizó, cada vez más cubanos  y  cubanas se vieron atrapados por el consumismo, lo que generó una necesidad inusitada por obtener la divisa extranjera.
Se abrieron una serie de tiendas, restaurantes, hoteles, bares, locales de entretenimiento, discotecas, etcétera, en los que sólo era posible pagar con moneda estadounidense.
La mayoría de los cubanos, cuyos trabajos no tienen relación con el turismo, quedaron al margen de este nuevo mercado de bienes y servicios.
Esto llevó a que muchos profesionales optarán por  trabajar como  choferes, taxistas o cargadores de maletas, ya que, de este modo, podían conseguir propinas en el anhelado billete verde.
De igual modo, las jóvenes cubanas, tentadas por el incipiente mercado de productos occidentales, optaron por vender sus cuerpos a los turistas.

EL PRINCIPE AZUL

Tradicionales barrios como El Vedado o Miramar, sitios turísticos como La Habana Vieja o la Marina Hemingway, y los sectores aledaños a los hoteles, restaurantes, bares y discotecas se convirtieron en el escaparate en donde las jóvenes, muchas veces menores de edad, ofrecían sus favores sexuales a los extranjeros.
Cuba empezó a ser conocida como un destino turístico de índole sexual y fueron muchos los foráneos que llegaron al país en busca de sexo a bajo costo.
Ante esta situación, el gobierno de Cuba optó por acometer contra la actividad del comercio sexual.
A pesar de que en el derecho cubano la prostitución no está tipificada como delito, se obligó a las trabajadoras del sexo a ingresar en centros de reeducación.  A los proxenetas e intermediarios se les procesó y muchos están en prisión.
Esto obligó a las «jineteras» a buscar nuevos y más discretos medios de llegar a su clientela.
Según datos de SEM, la mayoría de los cubanos no piensa que el problema de la prostitución haya disminuido desde 1999, — año en que se adoptó una política represiva más clara en contra de las trabajadoras del sexo –, sino que ahora se hace de forma más clandestina y oculta.
Lo más grave es que el comercio sexual se ha ido asociando, paulatinamente, a otras actividades delictivas, tales como el contrabando, el tráfico de drogas, la pornografía y el abuso de menores.
Además, los últimos años ha  habido un incremento notable de la prostitución masculina, un fenómeno desconocido hasta  hace algún tiempo.  Jovencitos ataviados con llamativas vestimentas pululan por las cercanías de los centros turísticos en busca de hombres extranjeros bisexuales u homosexuales.
También hay otros trabajadores del sexo, — principalmente de raza negra –, especializados en ofrecer sus servicios de compañía y algo más a mujeres europeas.
El principal problema con la prostitución masculina, según las periodistas de SEM, es que las autoridades parecen hacer la vista gorda a su existencia y únicamente persiguen a las mujeres.
Éstas, por su parte, han encontrado sus formas de lidiar con la policía y los otros cuerpos que las vigilan, ya que, mediante pagos en efectivo o en favores sexuales, han comprado una «licencia» para ejercer  tranquilamente el oficio.
El papel social de la «jinetera» también ha cambiado sustancialmente.  A estas mujeres ya no se les ve con tan malos ojos.  Un contador, en declaraciones a una periodista de SEM, mencionaba que, si no fuera por la «jinetera», en la cuadra donde vive no habría dulces para los niños.
La tolerancia también se da de parte de las familias, para quienes el ingreso económico que generan estas jóvenes se ha convertido en el principal sustento económico.  De todos modos, casi todas estas chicas sueñan con que alguno de sus clientes, un príncipe azul, se enamore de ellas y se las lleve a vivir en mejores condiciones, algo que los familiares apreciarían.
La vertiente más peligrosa del problema, es la que se refiere a la salud pública.  Debido a las características propias de las prostitutas cubanas, — que, en general, buscan una relación duradera más que el pago por un  tiempo limitado de sexo –, el uso de protección contra las infecciones de transmisión sexual es muy limitado.
El uso del preservativo es iniciativa, casi siempre, del cliente y la mayoría de las trabajadoras del sexo están muy mal informadas sobre las vías de infección  de enfermedades tan graves como el virus de inmunodeficiencia (VIH).
La infección de VIH se ha multiplicado en los últimos años, lo que ha puesto en alerta a las autoridades sanitarias de la isla.
La disyuntiva es que es muy complicado aparejar la represión contra la prostitución con programas preventivos y de control para evitar nuevos contagios.
El escenario es complicado y nadie ha planteado  otras  vías para que las  trabajadoras del sexos  puedan cambiar su actividad sin perder su nivel de vida.  No obstante, empezar por denunciar el problema, como lo han hecho las periodistas de SEM, es ya un paso muy importante hacia la búsqueda de soluciones concretas.
 

  • Manuel D. Arias M. 
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