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Don Abel y su máximo enemigo

La asfixiante situación  económica que enfrentan las clases sociales más necesitadas del país hace evidente una acción eficaz para combatir la pobreza. Y ello lo entiende precisamente un humanista como don Abel. Pero, esta visión humanista, que ha rechazado ciertos detalles políticos, me parece que ha ido en detrimento por la forma como se han tomado y defendido algunas decisiones; lo que  ha provocado una serie de inconsistencias en la acción gubernamental. Aducir desconocimiento en algunos temas de trascendencia política es una posición muy sincera y digna de alabar. Pero no medir las implicaciones políticas y sociales de las decisiones tomadas es un pecado mortal. No hay que ser psiquiatra, abogado o economista para tener esa malicia política para administrar las posibles consecuencias éticas y morales que se hallen detrás de las decisiones presidenciales.

La asfixiante situación  económica que enfrentan las clases sociales más necesitadas del país hace evidente una acción eficaz para combatir la pobreza. Y ello lo entiende precisamente un humanista como don Abel. Pero, esta visión humanista, que ha rechazado ciertos detalles políticos, me parece que ha ido en detrimento por la forma como se han tomado y defendido algunas decisiones; lo que  ha provocado una serie de inconsistencias en la acción gubernamental. Aducir desconocimiento en algunos temas de trascendencia política es una posición muy sincera y digna de alabar. Pero no medir las implicaciones políticas y sociales de las decisiones tomadas es un pecado mortal. No hay que ser psiquiatra, abogado o economista para tener esa malicia política para administrar las posibles consecuencias éticas y morales que se hallen detrás de las decisiones presidenciales.

Pedir un superávit a una institución del Estado recortando algunas de sus partidas y líneas de acción es una cosa. El hecho de no medir con ello un posible despido de trabajadores y su costo social no es muy propio que un Presidente lo desconozca. Me refiero también a la embarcada del Presidente en cuanto a aceptar un arreglo en torno al asunto del Banco Anglo.  A pesar de lo técnicamente fundamentado que hubiera estado la recomendación o consejo dado al Presidente, el tema del Banco Anglo NO SE TOCA. Ya el pueblo dio su veredicto sobre la vergüenza política y el impacto psicológico que representó esa quiebra para este. Así, el sentido común, la lógica y el tacto estarán siempre por encima de una cuestión meramente jurídica.
El Presidente se ha rehusado a actuar con cálculo político, algo muy evidente en un humanista. Pero no se puede actuar por emociones. Me parece que las características de «ser amable, gran persona y muy inteligente» con que don Abel ha defendido a algunos de sus colaboradores e incluso los ha nombrado, para efectos políticos son irrelevantes. Ojo, no quiero decir que las cualidades éticas y morales no deban contar en la designación de un funcionario  público. Pero una institución no puede tener sólo a una gran persona como su jerarca.
Por otro lado, don Abel debe recordar que ya no es diputado y,  por lo tanto, no se encuentra amparado constitucionalmente en cuanto a lo que dice. Ahora sí tiene responsabilidad, y también por lo que hace como Presidente. Ya no puede ser más eso de «yo digo lo que pienso» o «yo soy así, y nunca cambiaré». Así que aunque no lo quiera, don Abel debe hablar como Presidente; esto JAMÁS significaría que mienta o que tergiverse sus verdaderas intenciones. El pueblo necesita escuchar a un Presidente seguro no confiado como le ha sucedido; de ahí algunos deslices que lo han obligado a cambiar de parecer o externar una opinión distinta.
Finalmente, me parece que don Abel tiene cierto temor de verse como una figura autoritaria, que vaya en detrimento de su imagen de persona humanista y con impecables rasgos de comunicador social. Aunque quiera manejar una posición consensuada diciendo que «si el pueblo quiere lo haremos, si no, no»,  inevitablemente lo lleva a un plano de poca convicción política. Y esto se pudo ver en la mediación política tan tenue, a mi parecer, que se condujo en cuanto al tema de los 200 días, a inicios de enero. Ello le valió a la propuesta gubernamental -según algunos sectores- el grado de «ocurrencia» por haberse dado marcha atrás de un día para otro.
Las negociaciones que se avecinan sobre el Tratado de Libre Comercio van a ser duras, no se puede andar con paños tibios con una posición similar. Dar marcha atrás en algo que Costa Rica necesita para participar en otros mercados (Cumbre de la Unión Europea, mayo 2002) sería un golpe muy fuerte para lo que queremos como país; no es una cuestión de rechazar las intenciones del imperialismo, como algunos sectores lo han puesto.
Por todo lo anterior,  como ciudadano ya no quiero escuchar al Presidente Pacheco decir que lo embarcaron o que se siente solo. Quiero a un Abel Pacheco fuerte, decidido, con ideas claras sobre lo que hay que hacer en este país,  cueste lo que cueste. Por eso confié y confiaré en él como mi Presidente.

  • Aramis K. Vidaurre
  • Opinión
Imperialism
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