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El viernes 7 de febrero, la muerte en México, como consecuencia de un paro cardíaco, del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, con 81 años de edad, provocó un vacío considerable en las letras latinoamericanas.
Su obra: varios ensayos, una novela y varios volúmenes de cuentos, le valió un sitio destacado en el mundo literario del continente como los premios Javier Villaurrutia y Juan Rulfo en México, el Nacional de Literatura en Guatemala, junto a figuras como sus compatriotas Miguel Angel Asturias y Luis Cardoza y Aragón, oel más reciente Principe de Asturias en Letras, por parte de la corona española.
Lo que más ser reconoce en su trabajo, como un hecho proverbial, es su producción de cuentos breves y brevísimos. Desde el uso de la ironía y el humor, logró obras desconcertantes, muy sencillas y resumidas en su mayoría en pocos párrafos, incluso líneas.
No se trata, en el caso de Monterroso, de rebuscados juegos de lenguaje o situaciones sobrerreales, que invoquen la metafísica, sino de juegos con los conceptos y las aparentes certezas de la sociedad.
Muy sustentado en los clásicos, este escritor guatemalteco exiliado en México desde 1944, era un obsesionado con la revisión de sus textos. Cuidaba la palabra en una búsqueda de precisión y sentido poético al mismo tiempo, que le permitiera, según sus propias palabras, a cada cuento valerse por sí mismo como una obra de arte.
Desde sus primeras historias publicadas, que luego recogió en un volumen, su primer libro, que tituló, no sin ironía, «Obras Completas», Monterroso rompió con estructuras clásicas del cuento y con formas que delimitaban su posibilidad creadora.
«El cuento debe ser denso, intenso, desde la primera hasta la última línea. No importa el final ni importa la historia. Importa la historia por la forma en que esté contada.», explicaba.
Visto así, quizás no existe una forma literaria más cautivante que el cuento, pues el lector debe ser atrapado desde el inicio y no permitirle ninguna salida, ni siquiera cuando ha terminado de leer.
En este sentido, Monterroso sostenía las virtudes de la relectura. Una historia es un punto de apoyo desde el cual se puede sostener una gran cantidad de lecturas todas distintas.
Para mucho autores, el cuento es el género más difícil, aunque para muchos lectores pueda parecer el más fácil.
Al respecto decía: «quizá la dificultad del cuento reside en la sencillez, en tratar un sólo tema. Se tiene que llegar al fondo de las cosas; al fondo de las personas y lograr que lo que se cuente sea verdaderamente el reflejo de un problema humano».
Con situaciones que dejan al lector perpeplejo, sus cuentos señalan vericuetos de la condición humana y las grandes paradojas de la sociedad, con lo que se remonta a una de las funciones básicas de la narración desde su origen.
Otro de los aspectos más destacables de su vida fue el interés por la integración de la intelectualidad centroamericana. Pese a vivir en México más de la mitad de su vida, abogó muchas veces por favorecer su relación con autores y artistas de toda la región.
En ese sentido gustaba rescatar que había nacido en Tegucigalpa, Honduras, y que los primeros textos que despertaron su interés por el mundo de las letras provenían de una antología preparada por el costarricense Moisés Vincenzi; de ahí que se definiera como escritor centroamericano.
La obra de Tito Monterroso es objeto de innumerables estudios y ocupa un lugar propia en bibliotecas y en la memoria de miles de hispanohablantes en todo el mundo.
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