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Es una lástima que los movimientos sociales de las últimas décadas no hayan prestado más atención a los planteamientos del feminismo. Tendrían más argumentos, energía, y pasión para luchar contra la globalización neoliberal si no se hubieran tergiversado y trivializado las teorías feministas.
Por ejemplo, entre los males que nos ha traído el nuevo imperialismo, está la sustitución de una economía basada en producir bienes, por una basada en la especulación. Hace unas décadas, un sector del feminismo centró su crítica del patriarcado en el hecho de que éste era un sistema en el que se sobrevaloraba el producir bienes por encima del cuidar y nutrir. Si los movimientos sociales nos hubieran escuchado, si hubiesen centrado sus reivindicaciones en el amor por todo lo relacionado con la reproducción humana, no creo que los hijos de Davos hubiesen tenido tanto éxito en imponernos una cultura que estimula la acumulación de dinero, el mercado de valores, y la circulación de capitales, por sobre el bienestar y la salud de las grandes mayorías.
Otro tema central del feminismo es el empobrecimiento mayor de las mujeres, debido a que somos las que realizamos los trabajos que nuestra cultura considera menos importantes, aunque sin ellos, no podríamos sobrevivir. Sin embargo, los otros movimientos sociales, además de que no tomaron la feminización de la pobreza como su bandera, tampoco le prestaron atención. Ahora no sólo vivimos en sociedades donde se ha mercantilizado la reproducción humana, sino que tampoco se valora el producir comida, ropa, casas, etc., aunque esa producción la realicen hombres en sus parcelas o en sus pequeñas o medianas o empresas.
Y es que era lógico que una cultura que ni siquiera aprecia el hecho de cuidar y nutrir a los suyos, tenía que degenerar en una que ridiculiza el amor y fomenta una sexualidad controlada por una alianza mafiosa internacional constituida por vaticanos y estados que han usurpado el poder que emana de los cuerpos generadores de vida. Una cultura así no podía menos que terminar negando la importancia de que cada pueblo produzca su propia comida y ame a su propia tierra. Hoy, gracias a la globalización de estos disvalores, la pobreza de los hombres también se está profundizando y todas las personas trabajamos sin amor, porque tanto lo que hacemos como nuestros propios cuerpos nos son ajenos.
Mucha de la energía del feminismo de otras décadas se centró en la necesidad de reivindicar también el erotismo y las relaciones sexuales honestas e igualitarias. Insistíamos en que si desde niños se nos enseñaba a mentir sobre estos aspectos tan básicos, qué mentiras no toleraríamos en otros campos. De nuevo, los otros movimientos no nos escucharon, insistiendo en que el placer y el erotismo nada tenían que ver con la política y la democracia. Ahora tenemos a pueblos enteros tan acostumbrados a vivir en la mentira de sus cuerpos, que se tragan el cuento de que la globalización que nos han recetado las grandes transnacionales a través del BM, el BID y el FMI, los está beneficiando. Aunque sus mismos cuerpos hambrientos en tantos sentidos les digan lo contrario.
La globalización nos está negando hasta la posibilidad de un futuro. La economía especulativa exige que las empresas o políticos que quieran mantenerse a flote tengan que obtener provechos inmediatos, sin importar las consecuencias. Por eso, su publicidad nos vende la idea de que la pureza de la atmósfera, la limpieza de los ríos, la vida de los bosques se pueden comprar; por lo tanto, debemos vendérselas, aunque sin ellas, no podamos sobrevivir. Otro tema central del feminismo ha sido y sigue siendo el que sí podemos vivir sin explotación de ninguna especie. Pero sin futuro, no hay utopía posible de ser soñada.
Por eso nos urge un movimiento que enfrente la globalización holísticamente. Es cierto que los movimientos sociales pueden incluir a personas con intereses diferentes, pero un movimiento no puede subsistir sin una posición común y una utopía compartida. Luchar contra la globalización puede ser nuestra posición común, soñar con un mundo de igualdades debería ser la utopía. Pero esta vez, la utopía tiene que incluir los valores asociados con lo femenino si quiere tener éxito.
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