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Informe del rector y lección inaugural

Con el perdón de mis coterráneos, permítanme decir que por lo menos algunos de nosotros, los cartagos, podríamos pasar por los «gallegos» de Costa Rica. El otro día, con el afán de ver cuál era la parte que le correspondía a la Universidad recitar en el diálogo de sordos actual sobre el año escolar de 200 días, me asomé a la oficina de uno de mis compañeros para preguntarle con candor ibérico; «… ¿cuáles son los retos actuales de la educación superior en Costa Rica? Me pareció que ni él ni yo estábamos preparados para ese cuestionamiento y pensé que pocos como el Rector podrían estar en capacidad de describir e interpretar la situación y los desafíos que enfrenta una universidad de un país tercermundista como el nuestro, de abundantes necesidades y escasos recursos. Debo decir que pertenezco a ese grupo de funcionarios, coetáneo de colegas pensionados o muertos, que comenzó a trabajar en la Universidad cuando el tráfico de vehículos era manejado por una sola persona; cuando todos los funcionarios debían firmar un registro diario de entrada y salida del trabajo y, relevante para lo que sigue, todas las unidades académicas debían hacer un recuento escrito en el que se basaba el informe anual del rector.

Con el perdón de mis coterráneos, permítanme decir que por lo menos algunos de nosotros, los cartagos, podríamos pasar por los «gallegos» de Costa Rica. El otro día, con el afán de ver cuál era la parte que le correspondía a la Universidad recitar en el diálogo de sordos actual sobre el año escolar de 200 días, me asomé a la oficina de uno de mis compañeros para preguntarle con candor ibérico; «… ¿cuáles son los retos actuales de la educación superior en Costa Rica? Me pareció que ni él ni yo estábamos preparados para ese cuestionamiento y pensé que pocos como el Rector podrían estar en capacidad de describir e interpretar la situación y los desafíos que enfrenta una universidad de un país tercermundista como el nuestro, de abundantes necesidades y escasos recursos. Debo decir que pertenezco a ese grupo de funcionarios, coetáneo de colegas pensionados o muertos, que comenzó a trabajar en la Universidad cuando el tráfico de vehículos era manejado por una sola persona; cuando todos los funcionarios debían firmar un registro diario de entrada y salida del trabajo y, relevante para lo que sigue, todas las unidades académicas debían hacer un recuento escrito en el que se basaba el informe anual del rector.
Entonces no había tantos retruécanos y circunlocuciones sobre este pseudoactual tema de la rendición de cuentas y el funcionario de más jerarquía de aquella universidad, entonces llena de idealistas, aún íngrima como institución de educación superior en el país, cumplía con describir lo que había hecho con la plata que la sociedad costarricense le había confiado. Así, con esta inquietud en mente, apuré con mi índice húmedo de saliva las páginas del Estatuto Orgánico y ahí aún estaba: el inciso «j» del Artículo 40 obliga al rector a presentar un informe anual y el inciso «o» del artículo 30 al Consejo Universitario a conocerlo. Debo confesar, sin embargo, que he tenido menos éxito en obtener un ejemplar de cada unos de esos informes anuales que se debieron haber presentado, al Consejo en primer lugar y agrego, a la comunidad universitaria en particular, y al escrutinio de cada uno de los ciudadanos de Costa Rica en general, tal vez de la misma forma y tamaño, con la misma pompa y boato, con que ahora se despliegan los avisos de la Universidad en los periódicos de circulación nacional. Creo que solo como anécdota puedo mencionar que el correspondiente al bienio 1996-1997, se cita como recibido en la sesión del Consejo celebrada el 27 de agosto del 2002. ¡Y yo insistiendo con mis alumnos sobre la obligación de presentar sus trabajos a tiempo! O como dicen ellos, ¡que mala nota! Y confundido, terminé pensando que ahora cada escuela, cada facultad e incluso cada universidad dedica una gran cantidad de tiempo a ver cuál tema de moda, actual o caliente, puede ser abordado en las lecciones inaugurales por algún personaje al que le han inflado el ego. En contraste con esa silenciosa competencia, existe menos interés en hacer un recuento de realizaciones o en invocar las cosas por hacer. En este ambiente de frivolidades pensé que sería una buena idea que el Rector saliente pudiera, al final de su ejercicio, combinar el seso y la experiencia lograda desde la posición de ventaja que ha tenido por casi ocho años, para, libre ya de compromisos electoreros, responder con más juicio que el resto de los ciudadanos a la pregunta: ¿Hacia dónde se dirige la Universidad? Un documento que sería un diagnóstico en parte; una reafirmación de principios siempre; una declaración de intenciones y una decisión actual sobre políticas. Y quizás podría hacerlo en una sesión solemne y pública del Consejo Universitario; casi como un examen oral de aquellos que se estilaban en Estudios Generales hace unas cuatro décadas atrás. Hoy, tal vez vistos con el mismo desdén que los propósitos de inicio de año, contagiados de una recitación de cifras estadísticas y de la cacofonía de cifras contables de un rojo chillón, hubiera sido útil tener los informes de los años pasados. Sin embargo, es precisamente la ausencia de estos documentos lo que hace que el próximo informe del Rector sea, con toda seguridad, extremadamente útil para delinear la problemática universitaria actual y hacer un inventario de los asuntos impostergables que la persona que tome el relevo de la Rectoría debe atender de manera perentoria, sin esperar el aprendizaje de su primer año de gobierno. Así, puede ser que, metafóricamente hablando, en mi senil mañana, cuando me suba al taxi y con la arrogancia de los que tienen cédula iniciada en «tres» le diga al conductor, «me lleva a la universidad», no me pregunte, «¿a cuál?».

  • Victor Gomez
  • Opinión
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