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Si todas las mujeres ganaran lo que verdaderamente vale su trabajo y tuvieran educación y empleos de calidad, ¡cuánta menos pobreza habría!
El 70% de las mujeres dedicadas al trabajo doméstico tiene apenas educación primaria y el 24% algún nivel de secundaria. Si estas amas de casa fueran a trabajar, con su actual nivel educativo tendrían que hacerlo como domésticas o en el sector informal.
Cuando las mujeres venimos al mundo, el suelo no está parejo para nosotras. Una vieja historia por la cual en algún momento los hombres se impusieron en el lugar de la dominación, pesa como un grillete que cumple la función de impedir nuestra completa emancipación. Si logramos educarnos, si trabajamos y somos autónomas, se nos paga menos por hacer las mismas labores que los hombres, aunque tengamos la misma calificación. A pesar de ello, las mujeres vamos ganando la calle y el mercado de trabajo, es decir, conquistamos mayores posibilidades de autonomía. Hoy encaramos un nuevo reto que, por su propio interés, también deberían hacer suyo los hombres: lograr que nuestra mayor incorporación al mercado de trabajo sea a partir de empleos de calidad y no como quieren los grandes capitales, es decir, como mano de obra barata con la cual se abarata el conjunto de los salarios.
EL MERCADO SE “FEMINIZA”
El avance es lento, pero seguro. Las mujeres en todo el mundo están conquistando su derecho al trabajo. Nancy Montiel, profesora de la Escuela de Economía de la UCR, explicó que, en Costa Rica la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral “aumentó de un 16% a un 36% (1998) a lo largo de un proceso que ha tomado casi 50 años.” Pero esta mayor presencia sigue siendo baja en comparación con parámetros internacionales, pues en los países desarrollados se sitúa alrededor del 60%. “El progreso que se ha realizado es tal que esta tendencia puede describirse como un verdadero fenómeno de feminización de la fuerza laboral y del empleo. En 1994, alrededor del 45% de las mujeres entre 15 y 64 de años de edad eran económicamente activas”, afirma un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Para que esta situación se dé, confluyen diversos aspectos. En primer lugar están las luchas libradas históricamente por las propias mujeres para acceder a la condición de ciudadanas plenas. Pero, estas se ven atizadas por la propia necesidad del capital de recurrir a su “ejército de reserva” –las mujeres- por ejemplo cuando los hombres estaban matándose en las guerras mundiales o, como ahora, bajo la estrategia neoliberal, para suplir el retiro del Estado de sus obligaciones sociales, o simplemente para abaratar el costo de la fuerza de trabajo. Es decir, que cuando resulta necesario, el capital y el patriarcado son lo suficientemente flexibles para soltar un poco los grilletes, pero no tanto… Veamos cómo funciona.
EL COSTO DEL GÉNERO
Montiel afirmó que uno de los factores influyentes es la mayor escolarización de las mujeres. “Son aquellas que van adquiriendo estudios las que se incorporan al mercado laboral. El grueso de la población femenina con primaria o menos, o incluso con pocos años de secundaria, no se incorpora.” Y es que aquí también el legado cultural que nos oprime, nos pone en desventaja. “Las mujeres que cargan con el trabajo reproductivo y además tienen baja escolaridad, encuentran que si trabajaran, no obtendrían lo suficiente como para pagar a quien las sustituya en el trabajo reproductivo o doméstico”, explicó. Es una doble trampa: por ser mujeres no terminaron de educarse, y por eso mismo no obtienen trabajos con una remuneración suficiente para emanciparse. Así, para los hombres la misma baja escolaridad no es un obstáculo para incorporarse al mercado de trabajo. En Costa Rica, el 71% de los hombres con primaria incompleta trabaja, mientras que solo un 23% de las mujeres con ese mismo nivel educativo lo hace. La existencia de esta brecha entre los sexos también se comprueba en los demás estratos educativos. “No es solo que su nivel educativo impida a las mujeres incorporarse más. Es un factor cultural, porque casi todos los hombres con bajo nivel educativo se incorporan. Esto se debe al rol que ellos tienen como proveedores dentro de la sociedad”, dijo Montiel. Aun así, la verdadera participación de las mujeres en la economía se encuentra sub-registrada en las estadísticas. “No se incluye en ellas las actividades que hacen para terceros, como oficios domésticos para otros hogares en tiempo parcial o el trabajo para autoconsumo, que se da mucho en la agricultura”, explicó. Un estudio realizado por el economista Juan Diego Trejos, también de la UCR, estima que si esas actividades invisibilizadas se contabilizaran, la participación de las mujeres en el mercado laboral en Costa Rica, aumentaría a más del 43%. ¡Nada menos que el 70.5% de las personas reportadas como “inactivas”, mayores de doce años, son mujeres!, según la Encuesta de Hogares 2002. La mitad son esposas o compañeras del “jefe de hogar” y el 64% se dedica a los oficios domésticos. En una investigación realizada por Montiel (1998), el 19% de las mujeres inactivas manifestó que deseaba trabajar y estaba disponible para hacerlo ahora o más adelante. Sin embargo, la mitad dijo no hacerlo debido a “obligaciones familiares o personales” –es decir, por la función impuesta a su género- y un 11% debido a que no creía poder encontrar empleo. Entre las inactivas que se dedicaban a los oficios domésticos estas cifras son más impresionantes: un 22% desea trabajar y de ellas un 62% no lo hace debido a “obligaciones familiares y personales” y un 22% debido a que no cree poder encontrar trabajo. “Esta información es un reflejo de la influencia que ejercen los roles de género sobre lo que las mujeres desean hacer y de cómo estos roles las perpetúan en su situación por no haber acumulado experiencia laboral, sobre todo después de cierta edad, tal vez los 35 años. Si estas mujeres inactivas que desean laborar y no lo hacen por motivos asociados a los roles de género se incorporaran al mercado de trabajo, la tasa neta de participación femenina ascendería al 43%, un incremento de ocho puntos porcentuales, nada despreciable”, dijo la economista. Esta apreciación es importante porque muestra que, para estas mujeres, es casi imposible revertir su situación. “Se dice que los países deben aumentar la tasa de participación de las mujeres, pero ¿en qué trabajarían? Esta situación no se puede revertir en el corto plazo. La solución está en que las nuevas generaciones de mujeres no dejen de estudiar. Para quienes no tienen mayor escolaridad y 40 o 50 años de edad, es muy difícil que su situación cambie”, enfatizó. El empleo de las mujeres se concentra en cuatro grandes sectores: Servicios personales, sociales y comunales (principalmente trabajo doméstico); Gobierno (administración pública); Comercio (al por menor, restaurantes y hoteles) e Industria (alimentos, textiles). El 45% de las mujeres que trabaja vive en el sector rural. La mayoría de las que labora en el servicio doméstico son adolescentes (12-17) y adultas mayores (55 y más). Un 75% de ellas apenas logró un nivel primario de educación y el 24% vive en la pobreza. El trabajo por cuenta propia y de baja calificación de las mujeres ha crecido a una tasa de 20% anual desde 1987. El género también pesa en lo que se refiere a los salarios. En un estudio realizado por Montiel para medir el impacto de diez años de reformas neoliberales (1987-1997), se comprobó que las horas promedio que trabajan las mujeres ha disminuido con respecto a los hombres, porque en general ellas solo pueden trabajar remuneradamente tiempo parcial. Como consecuencia, el salario mensual de ellas ha caído por declinación de las horas de trabajo. En 1988 las costarricenses laboraban remuneradamente un 89% de las horas que trabajaban los hombres. Una década después, en 1998, tal cifra se había reducido todavía más, al 80%, como consecuencia del crecimiento de los empleos de tiempo parcial y para mujeres. Su ingreso mensual también empeoró, pues bajó del 82% en comparación con los hombres, en 1988, al 78% en 1998. A esto se suma que en todos los niveles educativos, los salarios de los hombres son superiores a los de las mujeres, independientemente de que ambos sexos tengan la misma capacitación. “Los trabajos que se tipifican “para hombres” son más valorizados. Ganan menos las mujeres que hacen trabajo de oficina que los hombres en trabajos de operarios, aunque este tipo de empleo sea menos calificado”, dijo Montiel. Un 40% de los hombres tiene buena calidad salarial, cosa que apenas un 30% de las mujeres tiene. En cuanto a la llamada “calidad no salarial” –estabilidad, seguro social, un salario mayor que el mínimo menor- la brecha disminuye, pero persiste. Las mujeres ocupadas en el servicio doméstico son las peor remuneradas. Les siguen las que trabajan en el sector informal, quienes también son más adultas y adultas mayores. Sus niveles educativos son bajos (concentración en primaria y secundaria) y un 14% de ellas vive en la pobreza. Pero, con esta desigualdad ¿pierden solo las mujeres? No, el conjunto del hogar popular. La confederación sindical estadounidense AFL-CIO ha hecho los siguientes cálculos para Estados Unidos:
La familias trabajadoras pierden $2.000 millones anuales de ingresos debido a la brecha salarial de género (más de $4.000 cada mujer trabajadora).
Si a las mujeres casadas se les pagara lo mismo que a los hombres con igual capacitación, su ingreso familiar aumentaría en casi 6% y las tasas de pobreza de sus familias caerían del 2.1% al 0.8%.
Si las madres solteras ganaran tanto como los hombres con igual capacitación, sus ingresos familiares aumentarían en casi 17%, y sus tasas de pobreza se rebajarían a la mitad, de 25.3% a 12.6%.
Si las mujeres solteras ganaran tanto como los hombres con igual capacitación, sus ingresos aumentarían en 13.4% y sus tasas de pobreza bajarían de 6.3% a 1%.
Y toda esta riqueza se la deja el capital. Un informe de la CEPAL (2001) afirma con respecto a Argentina: “La «feminización» de la fuerza de trabajo que se verifica, puede ser otro aspecto de su «precarización» general, demostrando que se han revertido las tendencias de inserción laboral, ya que no sólo ha sucedido este fenómeno sino que también se han «masculinizado» la desocupación y subocupación.»
ENTONCES, ¡CUIDADO!
Según la CEPAL, la mayor incorporación de las mujeres al trabajo es buena para ellas porque les proporciona una base material y social para fortalecerse y “empoderarse”. Sin embargo, en la manera como se está dando, también forma parte de la estrategia del capital para aumentar su rentabilidad a escala global. La OIT lo pone así: “Aunque la mujer se ha beneficiado más que el hombre con los empleos recientemente creados, persiste la desigualdad en la remuneración y ha descendido la calidad del empleo. En los países industrializados, la creciente participación de la mujer en la fuerza de trabajo resulta de la expansión del trabajo a jornada parcial. En casi todos los países, la búsqueda del rendimiento económico impuesto por la competencia mundial va acompañada de un creciente recurso a la mujer como una fuerza flexible y económica, con la consiguiente limitación de la creación de puestos de trabajo estables y a tiempo completo.” Eventualmente, la feminización del mercado laboral en estas condiciones, llevaría a una “feminización” de los salarios, es decir, que tiraría hacia abajo incluso los salarios de la fuerza de trabajo masculina, principalmente en los países pobres (o que se encuentran en el lugar de la dominación, o en el lugar de lo femenino). “La lucha por salario igual para ambos sexos no es únicamente un asunto de las mujeres. Cuando ellas reciben uno igual, el ingreso de sus familias aumenta y toda la familia se beneficia”, argumenta la AFL-CIO. Agrega que según la investigación “Salario igual para las familias trabajadoras: Datos Nacionales y Estatales sobre la Brecha Salarial y sus Costos”, de 1999: “Los hombres que realizan trabajos usualmente o predominantemente ejecutados por mujeres –comercio, servicios, puestos administrativos, por ejemplo- también son víctimas de este sesgo salarial. Los 4 millones de hombres que trabajan en ocupaciones predominantemente femeninas pierden un promedio de $6.259 cada año.” En el marco de un eventual Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Costa Rica, la AFL-CIO abogaría por el respeto a todos los derechos y conquistas laborales, incluido el de las mujeres a un salario igual en condiciones equiparables. Y los sindicatos y gremios costarricenses deberían hacer su parte. En este contexto, Montiel considera que el objetivo del Plan de Reactivación Económica de la administración Pacheco, de “consolidar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, sobre todo en lo que se refiere a oportunidades educativas, de manera que el acceso de las mujeres al mercado de trabajo sea mayor, y con ello aumente el potencial productivo del país”, apenas aborda la problemática. “Es un objetivo para el mediano y largo plazo, para apostar al crecimiento a través de una mayor educación de la mujer sostenida a lo largo del tiempo”, enfatiza. Y agregó: “lo que se debe hacer en la dimensión de tiempo que tiene un Gobierno es cambiar de enfoque, no depender únicamente de la atracción de empresas extranjeras y capacitar a la fuerza de trabajo del país para generar sus propias empresas. No importa que sean microempresas, pero de alta calificación, porque si de esas hay muchas, se tiene impacto en el empleo. No hay por qué pensar que se deben atraer empresas que generen mil empleos. Pueden ser 100 empresas con 10 personas empleadas cada una, pero bien remuneradas. Es una forma de distribuir riqueza sin supeditarnos a abastecer mano de obra para grandes empresas transnacionales.”
FEMINIZAR LA RIQUEZA
Dice un informe de la CEPAL: “El aporte de las mujeres que trabajan, ya sean jefas o cónyuges, es crucial para que los niveles de pobreza no sean aún mayores a los actuales. Un ejercicio de simulación llevado a cabo con el objeto de establecer cuánto aumentaría la pobreza si las mujeres que son cónyuges no aportaran sus ingresos al hogar, entregó resultados reveladores. Sin este ingreso, para 1994, los hogares pobres urbanos hubieran aumentado entre 2 y 7 puntos, según el nivel de pobreza efectiva y de participación laboral femenina en los países. Por otra parte, si todas las cónyuges aportaran, la pobreza se reduciría hasta 9 puntos porcentuales.” Y si todas las mujeres ganaran lo que verdaderamente vale su trabajo y tuvieran educación y empleos de calidad, ¿cuánta menos pobreza habría? Quizás y, después de todo, en un acto de justicia poética, sea la lucha por reivindicar plenamente a las mujeres –encarada esta vez por las mujeres y los hombres “feminizados”- la que termine de cavar la tumba del neoliberalismo.
La riqueza no pagada:
El VII Informe sobre el Estado de la Nación (2000) estimó tentativamente en casi un 10% del PIB (más de ¢489 millones) el trabajo doméstico no pagado que realizan las mujeres costarricenses.
“La mayoría de las actividades productivas de la mujer permanecen invisibles en las estadísticas del trabajo y en las cuentas nacionales. Si este trabajo invisible y no remunerado de la mujer en la agricultura de subsistencia, en las empresas familiares y en el hogar se tuviese plenamente en cuenta en las estadísticas laborales, aumentarían sus niveles de actividad económica del 10% al 20%. Y si se calcularan las obligaciones familiares como actividades productivas en los diversos sistemas de las cuentas nacionales, aumentaría el valor del PIB mundial del 25 al 30% y la tasa de participación de la mujer sería igual o superior a la del hombre.” (OIT, “La remuneración por el trabajo de la mujer: una curiosa paradoja”).
Fuentes de interés
“La mujer y el trabajo en Costa Rica en la última década: participación laboral, nuevas inserciones y discriminación por género en las prácticas de contratación”, Nancy Montiel Masís, Instituto de Investigaciones, en Ciencias Económicas, UCR, 1998.
“Reformas económicas, mercado laboral y calidad de los empleos”, Nancy Montiel Masís, en “Empleo, crecimiento y equidad: Los retos de las reformas económicas de finales del siglo XX en Costa Rica”, Anabelle Ulate, CEPAL, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2000.
“El trabajo de las mujeres. Amenazas, seguridades y necesidad de políticas públicas. Notas para un debate.” María Nieves Rico, CEPAL, 2001.
“La mujer y el mundo del trabajo: Los costos sociales de un verdadero progreso”, OIT, 1994.
“La feminización de la pobreza”, OIT, 1995.
“Convenios y recomendaciones de la OIT: Una revolución silenciosa”, OIT, 1996.
“Equal Pay for Working Families: National and State Data”, AFL-CIO, 2003.
“It’s Time for Working Women to Earn Equal Pay”, AFL-CIO, 2003.
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