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La deuda médica con las mujeres

Varias investigaciones han profundizado en el hecho de que tanto la salud de las mujeres como su participación en el ejercicio de la medicina han estado determinadas, históricamente,  por la religión, la filosofía y la medicina.

Varias investigaciones han profundizado en el hecho de que tanto la salud de las mujeres como su participación en el ejercicio de la medicina han estado determinadas, históricamente,  por la religión, la filosofía y la medicina.
Platón sostenía que las mujeres éramos inferiores a los hombres; aseguraba que el hombre estaba regido por su cabeza y que las mujeres éramos limitadas por nuestro útero. Siguiéndole la idea, Aristóteles afirmaba que la mujer era un hombre fallado.
Por su parte Hipócrates, con su teoría de los humores, creía que todas las enfermedades que aquejaban a las mujeres eran causadas por el útero; él establecía una estrecha relación entre la sangre menstrual y la salud de éstas. Mucho después, durante la Edad Media, Galeno opinaba que la mujer era un hombre invertido y que su frialdad y humedad la hacía inferior al hombre, cuya sequedad y calidez le otorgaba inteligencia y valentía. En esa misma época, la Inquisición idea la figura de la bruja para clasificar, entre otras, a mujeres cuya principal actividad era sanar. Durante cuatro siglos fueron juzgadas y quemadas por ejercer un oficio que les era vedado; resultaba así la medicina una prerrogativa de los hombres.
 
En esas posturas subyace, de alguna manera, la idea de lo femenino como algo misterioso e incontinente, estrechamente vinculado con su cuerpo sexuado. La imagen de que las mujeres eran reguladas o controladas física y psíquicamente por su útero fue cobrando seguidores, hasta llegar a su punto de máxima expresión durante el siglo XIX, en el cual se construyó la histeria como la enfermedad típica de las mujeres. Dicha herencia perdura y actualmente es común escuchar esa diagnosis ante una conducta o enfermedad, en una mujer, que resulte incomprensible o molesta.
Por siglos la filosofía, la religión y la medicina han luchado por alejar a las mujeres de sus terrenos, negándoles el derecho a curar y proscribiéndolas al lugar de irracionales, y han mantenido un pacto patriarcal cuyo principal fruto es la naturalización de la violencia contra ellas. Bien han sabido estas ciencias construir una imagen de las mujeres como seres biológicamente inferiores a los hombres, y de allí dar un salto que justifica las relaciones de poder en su perjuicio.
Ello explica, en parte, la avalancha de exámenes, cirugías y medicación que se dirige a las mujeres, en muchos casos de manera innecesaria, cuyos propósitos fundamentales parecen ser experimentar con nosotras, convertirnos en consumidoras de sus productos y silenciarnos.
También pone en contexto el hecho de que cuando asistimos a una consulta médica, en espera de aliviar algún malestar físico o emocional, en muchas ocasiones nos topamos con profesionales en salud que nos infantilizan al educarnos como si no entendiéramos lo que nos pasa, nos niegan la toma de decisiones informadas y nos reducen al papel reproductor.
Esa historia explica el hecho de que la exclusión de las mujeres de ciertas especialidades médicas, la menor retribución por iguales trabajos, las menores oportunidades de ascender intelectual y laboralmente, sean algo común para muchas que trabajan en salud.
Cuando se habla de una construcción democrática de la salud se está en la obligación ética de reconocer que las mujeres enfermamos, más bien, de historia: de frustración, por no poder satisfacer nuestros anhelos o no poder siquiera formularlos; de pobreza, al ser las más pobres del mundo; de obligación, al tener que cumplir con mandatos de género que nos relegan al lugar de cuidadoras de otras personas; de prohibición, al ver obstruido nuestro desarrollo personal debido a prejuicios que nos bloquean puestos o profesiones; de opresión, al no ser respetados nuestros derechos sexuales y reproductivos que incluyen decidir si deseamos la maternidad o no y vivir el sexo placenteramente.
La construcción democrática de la salud implica un compromiso y una lucha para que las mujeres podamos tener un acceso y control tanto de los recursos en salud como de nuestros cuerpos y derechos.

  • Isabel Gamboa Barboza
  • Opinión
Violence
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