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Bush apura el reloj

Las últimas gestiones diplomáticas evidencian un cisma en el sistema de relaciones internacionales, que Estados Unidos ha provocado con su anunciado ataque a Irak.

Las últimas gestiones diplomáticas evidencian un cisma en el sistema de relaciones internacionales, que Estados Unidos ha provocado con su anunciado ataque a Irak.
El Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones (ONU), se apresta a votar una resolución, auspiciada por Estados Unidos, Gran Bretaña y España, que pretende fijar un plazo de días para el desarme definitivo de Irak; sin embargo, la comunidad internacional se muestra a favor de dar más tiempo a los inspectores de armas.  Ante estas circunstancias, Rusia, Francia y China manifestaron su intención de utilizar su poder de veto para bloquear una autorización tácita a los planes bélicos del presidente estadounidense, George W. Bush.
La Casa Blanca emprendió una campaña diplomática sin precedentes para recabar apoyo entre los cinco miembros permanentes del citado Consejo y los otros diez representantes no permanentes.
El Secretario de Estado, Colin Powell, y el presidente han realizado maratónicas rondas de diálogo que evidencian que, por primera vez, la posición de Estados Unidos se encuentra aislada, con la excepción del Reino Unido y España.
A pesar de este esfuerzo diplomático por obtener una resolución que autorice una intervención armada contra Saddam Husein, Bush anunció que no necesita la aprobación de nadie para emprender una acción que «es vital para la seguridad nacional de Estados Unidos».
 
Tanto Bush como Tony Blair, Primer Ministro británico, y el presidente del gobierno español, José María Aznar, mantienen oídos sordos a los llamados de naciones, de sus propios pueblos y de los inspectores de armas de la ONU, que coinciden en que es necesario más tiempo para verificar el desarme efectivo de Bagdad.
De producirse un ataque contra Irak sin autorización de la ONU, Estados Unidos vulneraría el actual orden mundial.  Este desprecio hacia el organismo multilateral sería una declaración implícita de que Estados Unidos no actúa como una superpotencia sino como un imperio.
El Presidente de Francia, Jacques Chirac, indicó que su país, uno de los cinco miembros permanentes del Consejo con derecho al veto, jamás aprobará una campaña bélica contra Irak en las actuales condiciones.
El Ministro de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa, Igor Ivanov, se expresó en términos similares.
China, otro país con poder de veto, reveló su intención de unirse a Francia y Rusia en el bloqueo de una resolución en tal sentido.

SIN ALIADOS

La primera crisis desatada por la obsesión de la Casa Blanca de desalojar por la fuerza a Husein, se dio en la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), en donde todos sus miembros europeos, menos Gran Bretaña y España, se mostraron contrarios a una nueva guerra.
La opinión pública europea y la mayoría de los gobiernos que integran la Alianza creen que los inspectores de la ONU no han tenido el tiempo ni los medios suficientes para cumplir con su tarea.
Por esta razón, Alemania y Bélgica bloquearon una iniciativa estadounidense que pretendía vincular a la OTAN en la defensa de Turquía, en caso de conflicto bélico.
El punto no era dejar indefenso al gobierno de Ankara, sino rechazar el apremio estadounidense por una acción bélica inminente.
En más de medio siglo, nunca había ocurrido un altercado de tal magnitud en la OTAN, por lo que algunos analistas cuestionan el futuro de la cooperación militar y de inteligencia trasatlánticas.
En el caso de Inglaterra, Tony Blair no desea perder el estatus de su país como aliado preferencial de Washington; además, en su postura hay resabios del pasado imperialista británico.
A Aznar, por su parte, se le ha caído la careta de derechista demócrata moderno y ha asumido la posición de la dictadura franquista, de una España como «último baluarte cristiano de occidente».
Por el momento, la OTAN se sostiene en pie; pero su credibilidad está por los suelos.  La crisis le ha dado la razón a los dirigentes que postulan la necesidad de una política exterior europea común, ajena a los intereses de Estados Unidos, y la creación de una fuerza militar que únicamente responda a las instituciones de la Unión Europea (UE).
El gobierno de Alemania, con el Canciller Gerhard Schröeder a la cabeza, es uno de los que cuestionaron las intenciones de a Washington.
Con los vínculos trasatlánticos que aseguraron la seguridad de occidente en el último medio siglo, a punto de colapsar, la situación en la ONU es mucho más compleja.
Bush afirmó que si el Consejo de Seguridad no emite una nueva resolución, la ONU quedaría desacreditada y se convertiría en una institución inservible.
Otros países entienden que el papel de Naciones Unidas no es darle el marco legal necesario para que Estados Unidos ejerza su papel de policía global.
De no obtener una aprobación en el Consejo de Seguridad, la posición de Washington hacia la ONU debilitaría a la entidad.
Este panorama revela las presiones de Estados Unidos sobre dicha instancia y sus países miembros, igual que las que ejerce, de manera solapada, sobre los gobiernos de México y Chile.
Estos dos países son miembros no permanentes del Consejo y, aunque en principio se oponen a la guerra en Irak, el ascendente económico y político de Estados Unidos sobre ambos, podría cambiar su postura.
El chantaje se convierte de este modo, en una herramienta del nuevo poder imperial que pretende exhibir la Casa Blanca.
Como parte de su campaña en los medios, Bush intenta desacreditar a los países que no apoyan su política hacia Bagdad.  Incluso dijo que Francia y Rusia se oponen a una invasión debido a que tienen firmados contratos petroleros con el régimen iraquí.

LA OPOSICIÓN

Las últimas semanas han estado marcadas por los llamados a la paz desde los más diversos ámbitos.
La Iglesia Católica retomó un papel activo y condenó un conflicto que, según el Papa Juan Pablo II, sería un atentado contra la razón.
A lo largo y ancho de los cinco continentes, la gente de las más diversas etnias, religiones y tendencias políticas se lanza a las calles para tratar de frenar el ímpetu de este maquinaria bélica.
Desde América Latina y Europa, las voces contrarias a la guerra se hacen cada vez más contundentes.
A pesar de que, según las encuestas, la mayoría de los estadounidenses apoya a su presidente, también hay sectores que llaman a la cordura y piden más tiempo para los inspectores de armas.
Este es el caso del senador Edward Kennedy, quien cuestionó las razones que impulsan al ejecutivo a semejante despliegue bélico.
Algo similar sucede con el expresidente Jimmy Carter, quien recordó que, luego de los atentados del 11 de septiembre, muchos regímenes antagónicos a Estados Unidos se mostraron solidarios con su sufrimiento.  Una intervención en Irak, declaró el premio Nobel de la Paz, dejaría la imagen de su país por los suelos, acrecentaría el odio hacia lo estadounidense y, a mediano plazo, provocaría un incremento en las acciones de grupos terroristas radicales.
Sin embargo, de acuerdo con los analistas militares, ya es demasiado tarde para echarse atrás.
Estados Unidos tiene 350.000 soldados en el Golfo Pérsico y el aparato militar más avanzado de la historia.  El costo de haber llegado hasta la zona sólo puede recuperarse con una campaña exitosa que culmine con la apertura de la llave petrolera iraquí, cerrada por las sanciones impuestas al régimen de Husein hace doce años.
Se cree que el plazo máximo estipulado por la resolución que británicos, españoles y estadounidenses van a presentar ante el Consejo de Seguridad expira el próximo 17 de marzo.
Si la iniciativa es rechazada o vetada, el inicio de los bombardeos tendría lugar esta misma semana.
Aviones estadounidenses e ingleses han incursionado en las zonas de exclusión aérea y han destruido las defensas iraquíes.  Esto permite el ingreso al país de agentes encubiertos que entrenan y dan apoyo logístico a los kurdos, chiítas y otros grupos opositores.
Los planes de invasión hablan de la toma de Bagdad en 72 horas.  Sea realista o no este plazo, también se estima que morirán alrededor de 400 mil personas.
Ignorando este costo humano, la administración Bush inició el proceso de contratación con las empresas que se encargarán de la reconstrucción del país, en especial una vinculada al vicepresidente Dick Cheney.
Hay otros dos factores que explican la prisa de Bush: la llegada de la época caliente al desierto iraquí, lo que complicaría las operaciones; y otro es el calendario electoral, ya que el presidente quiere asegurarse un triunfo antes de que empiece la carrera por la Casa Blanca con miras a las elecciones de 2004.

  • Manuel D. Arias M. 
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