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Para los meses de marzo y abril, la Cámara Costarricense del Libro realizó un foro distribuido en dos mesas redondas por semana, acerca de la situación actual del libro en Costa Rica. Esta reflexión, que abarcó áreas como derechos de autor, editoriales, comercialización, autores, medios de comunicación, libreros y lectores, permitió un diagnóstico oportuno acerca del mundo del libro en el país.
En síntesis, la actividad es creciente y saludable, pero carece de medios de difusión mayores y de criterios de selección adecuados.
Aunque la oferta de títulos es relativamente amplia y las librerías son lugares mucho más acogedores y con precios más accesibles, el público encuentra motivo para queja en la falta de libreros capacitados que funcionen como guía para el lector.
Al pensar en el estado del libro hace cinco o diez años para atrás, se evidencia un cambio importante en esta actividad comercial.
Lo primero es que la oferta de libros era escasa. Cada vez más las viejas grandes librerías desaparecían o se convertían en bazares, donde se podía adquirir desde una herramienta de jardinería hasta un lápiz labial. Eran, más bien, papelerías que hacían fiesta con los inicios de lecciones escolares y con las celebraciones de Navidad. Poco a poco las librerías Valerín, Trejos y López, ubicadas en el centro de la capital, debieron cerrar sus puertas.
Cercana a la Universidad de Costa Rica, estaba la legendaria librería Macondo y su legendario librero Dante Polimeni, lo cual era un oásis y una necesidad en el mundo académico. La librería Nueva Década de Eduardo Montesinos, no contaba por entonces con la oferta de títulos que hoy tiene, sino que era más modesta, pero igual permitía enterarse de algunas novedades, sobre todo en los campos político y filosófico.
La fuente de textos actualizados dependía en mucho de lo que los profesores o estudiantes que salían del país adquirieran en otras ciudades.
Sin embargo, dos fenómenos hicieron más rentable el negocio librero, pese a que sean criticados por los mismos libreros: los libros de autoayuda y la literatura técnica y empresarial.
Al mejorar la rentabilidad del negocio, otros se aventuraron al mundo de los libros y las librerías existentes se atrevieron a manejar un nivel de riesgo aportando nuevos títulos.
Luego la Librería Internacional impuso un modelo de librería decorada y estilizada, que ofrece una idea de elegancia y de clase al comprador.
Poco a poco, los libreros fueron haciéndose más amables con sus compradores.
Por otra parte, se impuso la venta de saldos, lo cual permitió libros mucho más baratos y para quienes no podíamos adquirir tanto como queríamos, esa era la posibilidad de tener una sonrisa en los labios tras visitar una librería y no la frustración a la que estábamos acostumbrados por salir con las manos vacías.
En estos días es fácil encontrar libros en los supermercados, ver brotar nuevas librerías y encontrar precios accesibles y ediciones variadas, muchas de calidad.
La disposición en ediciones muy baratas de algunos textos clásicos de los siglos XX y XIX. Los múltiples precios de distintos sellos editoriales y una oferta actualizada, dinamizaron el movimiento del mercado librero.
Hoy este mercado se mueve con vigor; la oferta librera aún no llega a lo que quisiera, faltan, por ejemplo, colecciones de poesía, los autores norteamericanos, italianos, franceses o alemanes no se conocen, pero con lo que hay, el lector puede entretenerse. Otra de las deficiencias que o se ha podido superar es la falta de cobertura de mercados fuera de la capital. Algunas escasas librerías en puntos específicos apenas mantienen un resgistro de libros, especialmente de texto, pero los otros títulos casi no tienen movimiento.
Hoy, en el mundo de los libros nos encontramos con un ambiente mucho más dinámico. Sabemos que se compran mucho más libros. Esperamos que se lean y que además el gusto por la lectura lleve a conformar una mejor dieta que la lectura ligera.
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