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La CIA desnudada

El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, exministro de la Revolución sandinista, nos facilitó este texto inédito, parte del próximo tomo de sus memorias La revolución perdida. Lo publicamos en forma exclusiva, gracias a la intermediación de una amiga común, la poeta Mayra Jiménez

El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, exministro de la Revolución sandinista, nos facilitó este texto inédito, parte del próximo tomo de sus memorias La revolución perdida. Lo publicamos en forma exclusiva, gracias a la intermediación de una amiga común, la poeta Mayra Jiménez
El poeta Cardenal narra las andanzas con la CIA de su primo Edgar Chamorro.
(Del nuevo tomo de Memorias La revolución perdida)
De la CIA se ha dicho que el pueblo norteamericano nunca puede saber si se excede en sus atribuciones, porque nunca ha sabido tampoco cuáles son sus atribuciones. También se ha dicho que como el presupuesto de la CIA es secreto y no tienen que rendirle cuentas a nadie, es un presupuesto ilimitado.

En un principio se pretendió que la CIA (Agencia Central de Inteligencia) fuera una agencia de coordinación de todo el espionaje en el extranjero para ser utilizado por el gobierno, pero en vez de eso, resultó ser una central de operaciones, y un instrumento secreto de la Presidencia para intervenir  en los asuntos internos de otras naciones (y también de los Estados Unidos) mediante la infiltración de agentes, la propaganda, las acciones paramilitares encubiertas, conspiraciones de todo tipo y aun asesinatos.


Lo de los asesinatos no lo estamos inventando. El 4 de diciembre de 1981, el presidente Reagan firmó un decreto,  prohibiendo a la CIA cometer asesinatos. Ya antes se lo habían prohibido los presidentes Ford y Carter, y si lo hicieron fue porque había necesidad de prohibirlo.

Eso se debió a que un comité del Senado descubrió que la CIA había asesinado o intentado asesinar a Fidel Castro, Patricio Lumumba, Rafael Trujillo, Ngo Dinh Diem y otros.

Aunque un jefe de la CIA dijo al Congreso que él entendía que esta prohibición de asesinar sólo se refería a jefes de estado. En 1983 la CIA había publicado para sus contras un manual titulado Operaciones psicológicas en la guerra de guerrillas, en el que se hablaba de neutralizar personas cuidadosamente escogidas; y en el New York Times se comentó esa palabra «neutralizar», diciendo que según los voceros de la CIA tenía un sentido benévolo, como contrarrestar un efecto de algo (por ejemplo las autoridades sandinistas) pero en la Revolución Francesa neutralizar la monarquía significó cortarle la cabeza al rey. En la guerra de Vietnam, continuaba el artículo, la CIA para la palabra asesinar usaba la extraña expresión «terminar con prejuicio extremo». En el lenguaje legal cuando un caso está cerrado «sin prejuicio» quiere decir que podría reabrirse alguna vez en el futuro. «Con prejuicio» quiere decir que no hay vuelta de hoja. «Con prejuicio extremo» no es un término legal sino que será invento de un abogado psicópata de la CIA, y significa terminar (neutralizar) extremadamente sin vuelta de hoja. Y el artículo continuaba con comentarios sarcásticos sobre el lenguaje macabro de la CIA en relación con Nicaragua.

Ese manual de la CIA, del que tengo un ejemplar, hablaba de los asesinatos con más franqueza, como cuando dice que deben contratarse criminales profesionales para que realicen ciertos «trabajos» específicos. Y con más descaro aún recomienda organizar protestas contra las autoridades para provocar disparos y de ese modo hacer que algunas personas mueran y la contra los convierta en mártires.

En ese manual estaban mezclados el crimen con la locura. En él se enumeraban los diversos recursos oratorios a los que los contras podrían recurrir cuando le hablaran a la población. Y esos recursos eran: anáfora, reduplicación, símil, antítesis, prolepsis, preterición, amplificación, deprecración, apóstrofe, interrogación, concesión y lilotes. Es difícil imaginar a un contra arengando a la población con estos recursos de oratoria, si es que un contra hubiera tomado alguna vez algún pueblo, que no fue el caso.

No es de extrañarse que el autor del manual fuera un agente de la CIA ya viejo que se vestía enteramente de negro, para inspirar a los contras, según decía él, un culto a la muerte; y lo bromeaban preguntándole si también usaba calzoncillos negros. Ese fúnebre agente, que se llamaba Kirkpatrick, pertenecía a una división internacional de la CIA en la que eran expertos en demolición, operaciones psicológicas o aéreas o marítimas, pero sin saber nada del país en el que trabajaban; y mi primo Edgar Chamorro dijo que parecía salido de una novela de Graham Greene.

Mi primo Edgar Chamorro que antes había sido jesuita, fue un contra de la CIA por tres años, y dejó de serlo desilusionado y también horrorizado por lo que lo obligaban a hacer y decir, o más bien por lo que la Central de Inteligencia hacía o decía por él. Y esto lo denunció después con mucha honestidad en la prensa de Estados Unidos y en el Congreso.

A él y a seis civiles más la CIA los contrató en Miami con sueldo y gastos pagados, para que aparentaran ser del directorio de la contra, y quitarle así la imagen de que estaba compuesta de ex-guardias somocistas, como en realidad estaba.

En Miami a este directorio de la contra la CIA los ensayó bien antes de que hablaran en público; les enseñó que no podían decir que querían derrocar al gobierno sandinista porque habría sido ilegal en Estados Unidos, ni que recibían dinero ni directrices de Estados Unidos. En la primera proclama que ellos leyeron se incluyó que estaban dispuestos a entregar sus vidas, pero mi primo Edgar cuenta que eso no lo habían escrito ellos sino que lo agregó un agente que llegó de Washington y que se llamaba George, pero nunca supo el apellido.

En esa proclama el directorio declaró que las fuerzas militares de la contra pasaban a estar bajo control civil, pero Edgar cuenta que ninguno de ellos había tenido ningún contacto con los militares, y que él al jefe militar, el Coronel Bermúdez, lo conoció hasta el momento del ensayo. Dice también que él pidió a los de la CIA que definieran las metas políticas, pero nunca lo hicieron. Ese George les reescribió todo lo que ellos habían escrito, haciéndolo que sonara más socialista, y allí es cuando él se dio cuenta que los norteamericanos eran los que tomaban todas las decisiones. Apenas hacía un mes que se habían dado a conocer como directorio, cuando la CIA desde Washington los hizo presentar una iniciativa de paz que significaba la rendición del gobierno sandinista. Él les preguntó qué sentido tenía presentar una propuesta que sería rechazada y le contestaron que era pura propaganda, y que así los sandinistas aparecían como intransigentes.

Edgar se dio cuenta que los civiles no tenían ningún control sobre los militares. Para los contras lo más común era asesinar a los prisioneros. Él les oía decir con una gran tranquilidad : «Le corté la cabeza». Como él estaba encargado de las relaciones públicas, declaró a la prensa que iban a tratar de mejorar el comportamiento de los soldados, pero eso no le gustó ni a los militares ni a la CIA.

No tenían ningún héroe, a diferencia de los sandinistas, y Edgar se propuso, como parte de su trabajo de relaciones públicas, crear la imagen de un héroe que fuera como el Che Guevara de ellos. Para eso le pidió al Coronel Bermúdez que le recomendara al mejor de sus soldados, y le recomendó a uno apodado «El Suicida», que era al que más admiraba. Había el inconveniente de que había sido guardia somocista, pero de todos modos se arreglaron viajes a Honduras de reporteros de Newsweek y Washington Post y otros, para fabricar el héroe. Pero el intento se frustró porque las atrocidades de «El Suicida» eran tan grandes que la misma contra, para aparentar que las violaciones a los derechos humanos le importaban, lo ajustició.

Edgar dirigía una publicación de la contra, y cuenta que una vez sacó en la portada a un soldado con una cruz en el pecho, y en una mano un arma y en la otra una Biblia abierta; y otra vez sacó soldados arrodillados con sus armas, como si estuvieran orando; y dice que era haciendo posar a los soldados ante los fotógrafos. Sacó también una foto del Papa que parecía que estaba bendiciendo a la contra.

Los de la CIA quisieron que el directorio lanzara una papeleta diciendo «El Papa también es contra», pero les pareció demasiado burdo y solo escribieron que el Papa estaba con ellos. La CIA le pagó a Humberto Belli, un reaccionario fanático asesor de monseñor Obando, para que elaborara con el directorio de la contra un libro sobre la «persecución religiosa» en Nicaragua. El cual después fue publicado con nombres supuestos, en una editorial ficticia.

Cuando llegó el Papa a Nicaragua dejaron caer desde aviones papeletas con su retrato y la leyenda de que estaba con ellos. Y también cuenta Edgar que la CIA contribuyó a las dificultades que el Papa tuvo en Nicaragua (sin dar detalles) y que después esto lo aprovechó al máximo para crearle una mala imagen a los sandinistas. Y otra cosa cuenta que es que fue la CIA la que por medio de ellos arregló que monseñor Obando, que había sido hecho Cardenal en Roma, se reuniera con la contra en Miami antes de regresar a Nicaragua.

Una vez ese George despertó a Edgar a las 2 de la mañana para darle un comunicado de prensa en perfecto español que él debía leer, en el cual la contra declaraba que había minado los puertos de Nicaragua. Y no habían sido ellos sino la CIA; ellos ni lo sabían. Él le reclamó al gringo que por qué la CIA no les daba el dinero a los nicaragüenses para que lo hicieran, y la contestación fue: «Así lo quieren en Washington».

Edgar dice que ellos eran un ejército completamente controlado por la CIA, fundado por la CIA, financiado por ella y dirigido por ella, sin ningún plan para Nicaragua. La CIA los obligaba a sostener algo muy ridículo: que ellos luchaban para impedir el flujo de armas de Nicaragua a El Salvador. Como si hubiera nicaragüenses que pudieran exponer su vida, y aun perderla, por una causa que nada tenía que ver con ellos. (Y era que no podían decir que luchaban para derrocar a un gobierno porque lo prohibían las leyes de Estados Unidos).
Dice Edgar que mantenían engañado al Congreso, diciéndole que eran un movimiento democrático, cuando en realidad eran terroristas. Cuenta que él y sus compañeros de directorio llegaron a Honduras a enseñarles a los soldados a poner bombas en objetivos civiles. Daban clases de cómo volar un auto poniendo un explosivo en el tanque de gasolina. Y hasta vio a dos de sus compañeros poner una bomba de tiempo en un camión cargado de combustible que iba a cruzar la frontera con Nicaragua.

La CIA, dice él, no distinguía ente los medios y los fines. Los medios eran un fin para conseguir otros medios. Y dice también que no tenían objetivos claros, confundían la realidad con la ficción, su capacidad de mentir no tenía límites, y todo esto hacía que se viviera en un estado verdaderamente de locura. El fingimiento y la alteración de la realidad era tal que temió perder la razón. Encontraba que su vida ya no tenía ningún asidero, y estaba compuesta sólo de fantasías proyectadas por manipuladores que fomentaban en él los peores instintos. Los que lo rodeaban no tenían nobles propósitos, eran ambiciosos y codiciosos, aventureros corruptos, desadaptados, egoístas, irresponsables y criminales, y peleaban sólo por sus intereses personales. «Me di cuenta -dice él- que estaba en el bando equivocado, defendiendo la causa equivocada. Y que seguir allí sería sólo continuar mi auto-engaño y caer yo también en corrupción».
El manual compuesto por el agente siempre vestido de negro, en el que se hablaba de «neutralizaciones» y asesinatos, fue lo último que hizo que mi primo Edgar se separara de la contra y de la CIA, y denunciara todas estas cosas ante el Congreso de Estados Unidos y en la prensa.
El manual del lúgubre agente insistía mucho en que ellos eran «guerrilleros cristianos», y hay una parte en la que decía que debían mostrar indignación porque el padre Escoto y yo ocupábamos cargos en el gobierno sandinista «contra las órdenes explícitos de Su Santidad el Papa». Cosa rara, porque ese manual no mencionaba otros nombres propios; y me pongo a pensar si sería por eso que aquel contra apodado «El Muerto», que había asesinado a los esposos Barreda por órdenes de su jefe «El Suicida», llegó después a Nicaragua con intenciones de asesinarnos a Escoto y a mí por ser sacerdotes en el gobierno; o como dicen ellos: para neutralizarnos con prejuicio extremo.

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