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El Secretario de Defensa de Estados Unidos despierta enemistades incluso entre miembros del gabinete de George W. Bush, según lo relata «El País Semanal» de España.
La estrategia de Donald Rumsfeld es atacar para prevenir.
Desde el desastre del 11 de septiembre, el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, inició una política de fortalecimiento militar y expansionismo «preventivo», que tiene como objetivo convertir a su nación en el imperio más poderoso de toda la historia de la civilización.
Polémico desde cualquier perspectiva, el cerebro de la invasión a Irak ha cambiado la estrategia de defensa. A partir de un modelo empresarial, Rumsfeld asumió las riendas de la milicia y marcó límites a los militares.
Sus recalcitrantes posturas en torno a la manera en que deben solucionarse los conflictos internacionales, le han creado enemigos por doquier, inclusive en el seno del gabinete de George W. Bush.
Esto se hizo patente en las divergencias de Rumsfeld con el exgeneral y Secretario de Estado, Colin Powell, quien hubiese preferido agotar la vía diplomática antes de emprender una campaña bélica en contra del régimen de Saddam Husein.
Algo similar ocurre con los líderes europeos: desde el presidente del gobierno español, José María Aznar, y el Primer Ministro británico, Tony Blair, hasta el mandatario francés Jacques Chirac, y el canciller alemán, Gerhard Schröeder, todos preferirían a un Secretario de Defensa menos reaccionario y ultra conservador.
No obstante, el «triunfo» en Irak hace que sea posible augurar que desde ahora, los vientos en la Casa Blanca serán favorables a los halcones que dirigen Rumsfeld y el vicepresidente Richard Cheney.
INQUILINO DEL PENTÁGONO
Donald Rumsfeld ha tenido la rara oportunidad de estar a cargo de la maquinaria bélica más poderosa de la historia dos veces. Primero en 1975, con el presidente Gerald Ford, y luego en 2001, de la mano de Bush.
Su doble estancia en el Pentágono ha definido, en gran medida, el mapa geopolítico y los conflictos que caracterizan al mundo del siglo XXI.
A pesar de haber ocupado cargos importantes desde 1969, cuando era asesor de Richard Nixon, la carrera de Rumsfeld ha estado ligada mayoritariamente a la empresa privada.
Esto le confiere al Secretario de Defensa un carácter gerencial que no duda en exhibir. Desde mediados de los años 70, Rumsfeld y sus asesores ya habían trazado el futuro de la expansión militar estadounidense y habían determinado que Irak y Afganistán serían prioritarios para asegurar la estabilidad del Medio Oriente y el suministro de petróleo.
Sin embargo, por aquella época la prioridad era otra: la Guerra Fría estaba en pleno apogeo y lo importante era no perder el ajedrez con la extinta Unión Soviética.
Debido a estas circunstancias, ante el triunfo de la revolución islámica en Irán en 1979, Rumsfeld y los otros halcones temieron la influencia de los soviéticos y decidieron acercarse al régimen de Saddam Husein.
En 1983, en medio de la guerra entre Irak e Irán, el entonces presidente Ronald Reagan envió a Rumsfeld, — asesor presidencial –, a negociar con el gobierno de Husein.
Aunque Estados Unidos había roto relaciones con Bagdad en 1967, se decidió apoyar a Saddam en contra del ayatolá Komeini.
El hoy secretario de Defensa se reunió entonces con el Ministro de Relaciones Exteriores, Tarik Aziz, y con el presidente iraquí Saddam Husein. En ambas citas se llegó a la conclusión de que Washington y Bagdad tenían intereses similares en la región.
No obstante que Rumsfeld sabía que Husein estaba utilizando armas químicas contra los iraníes, el tema apenas se mencionó como un «escollo» par lograr un apoyo más directo de la Casa Blanca a Irak. Algo similar ocurrió con los derechos humanos, una temática que se dejó de lado para no entorpecer el acercamiento.
La visita de Rumsfeld a Bagdad sirvió para relanzar las relaciones con Washington; durante las administraciones de Reagan y Bush padre, Estados Unidos vendió armas a los iraquíes, incluyendo agentes que pudieron utilizarse para el desarrollo de armas químicas y biológicas.
EL CAMBIO DE RUMSFELD
Acabada la Guerra Fría, las prioridades de la política exterior de EE.UU. cambiaron. Poco a poco, Irak dejó de ser amigo y se convirtió en la peor amenaza para Estados Unidos en la región del Golfo Pérsico.
Esta transformación se consumó en agosto de 1990, cuando Husein ordenó la invasión de la antigua provincia independiente de Kuwait. Estados Unidos reaccionó con la operación «Tormenta del Desierto»; sin embargo, en el último momento, a las puertas de derribar al régimen, el entonces presidente George Bush decidió dar marcha atrás para no comprometer la coalición internacional que había forjado.
Desde ese momento, Irak se convirtió en el enemigo público número uno. La llegada de Bill Clinton a la Casa Blanca le bajó el perfil al conflicto y se dejó el asunto en manos de los mandos militares, quienes sostuvieron la presión en contra del régimen con esporádicos bombardeos en las zonas de exclusión aérea, establecidas al sur y norte de Irak en 1991.
En la década de los 90, los halcones de Rumsfeld y Cheney acusaron a la administración demócrata de dejarse guiar por los generales sin adoptar decisiones importantes basadas en la autoridad moral.
Cuando por fin regresó al Pentágono tras la cuestionada victoria de los republicanos en las elecciones de 2000, la obsesión del flamante Secretario de Defensa del nuevo gobierno de George W. Bush, fue la seguridad del territorio estadounidense. De este modo, uno de sus proyectos prioritarios era el desarrollo de un escudo antimisiles que protegiera a los Estados Unidos de un ataque con armas de destrucción masiva.
El caos del 11 de septiembre y la vulnerabilidad mostrada por la defensa nacional cambiaron radicalmente la estrategia de Rumsfeld.
La nueva doctrina de la administración fue atacar para prevenir. La primera presa fue Afganistán y, luego, la maquinaria bélica apuntó a Irak.
Otra transformación en el ámbito militar propia de la era Bush, es que los civiles, — de la mano de Cheney y Rumsfeld –, asumieron la planificación, estrategia y autoridad moral sobre las acciones bélicas emprendidas por la mayor potencia del mundo.
Desde su oficina en el Pentágono, posiblemente el Secretario de Defensa esté ahora apuntando sus dardos contra alguno de los países que Bush ha calificado como miembros del «eje del mal»: Irán, Corea del Norte, Sudán, Cuba.
No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos, hace poco Rumsfeld encargó un estudio para entender el colapso de los grandes imperios que han marcado la historia de la civilización: Egipto, Grecia, Roma, los mongoles, España, Gran Bretaña…
La principal pregunta del Secretario de Defensa era si es posible evitar el colapso. La respuesta de los historiadores y científicos, muy a su pesar, es que no se puede evitar la caída de un imperio.
Lo que los investigadores y Rumsfeld quizá olvidaron, es que el principal enemigo de los grandes imperios no ha sido externo, sino interno, y que la causa final de la destrucción no es otra que la codicia que lleva a la corrupción y la decadencia.
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