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Argentina: naufragio y esperanza

A fuerza de pereza y de dinero cuentan con un ejército para servir a la patria y representantes para venderla.

A fuerza de pereza y de dinero cuentan con un ejército para servir a la patria y representantes para venderla.

J.J. Rousseau
Como dice Jorge Luis Borges, a los argentinos no nos une el amor sino el espanto. Y el espanto llegó con la dictadura militar en 1976, que sumió al país en la peor tragedia moral de su historia. Dicho en pocas líneas, el proyecto de la dictadura militar era reubicar al país en el nuevo orden económico mundial destruyendo, sea a la burguesía nacional, es decir a aquel sector del empresariado que reproducía su tasa de ganancia en el mercado interno, sea a los sindicatos y a todos los actores sociales con pretensiones de ascenso social. Así, durante la dictadura estuvieron a la orden del día la coacción económica, la tortura, la desaparición de personas y, claro está, la bendición papal, el tomismo como filosofía oficial y el infaltable fútbol.
Los gobiernos democráticos que sucedieron a la dictadura no pudieron, no quisieron o no supieron dejar los marcos en los que la dictadura había dejado al país. Si los focos de resistencia al programa neoliberal se extendieron durante la década de los  80, la hiperinflación de 1989 y el deterioro de los servicios públicos terminaron de disciplinar a la sociedad argentina que aceptó resignada la propuesta del expresidente Carlos Saúl Ménem.
Las elecciones del domingo 27 de abril pasado expresaron dos cosas: primero, la fragmentación social y cultural en la que se encuentra el país y, segundo, la masiva participación de un electorado desencantado pero que sabe lo mucho que está en juego en este momento.
Ménem obtuvo el primer lugar.  Más allá de sus desprolijidades gramaticales se trata de un político de fuste que sabe desarticular la protesta social; su mensaje más o menos implícito es: «yo o el terror». Para eso su propuesta se basa en la incorporación irrestricta al ALCA , la dolarización de la economía y la criminalización de la protesta social.  Ménem es el brazo largo de la dictadura, la dictadura con rostro civil: hay elecciones libres, libertad de prensa, de cátedra y de asociación, pero la muerte es administrada por la economía. Con Ménem cada madre parirá dos hijos: un argentino nuevo y el miedo de siempre. Hayek aprueba y el Marqués de Sade aplaude a rabiar.
El otro candidato que participará en la inédita segunda vuelta electoral es Néstor Kirchner. También se trata de un político profesional que es gobernador de la patagónica provincia de Santa Cruz. Si bien su provincia goza de indicadores sociales mucho mejores que el promedio nacional, creo que el mayor mérito de Kirchner consiste en que parece haber tomado nota de la rebelión del pueblo argentino a finales del año 2001. Su apuesta parece ser el fortalecimiento del MERCOSUR y, por ende, del mercado interno. Ha anunciado que su ministro de economía será quien actualmente ostenta ese cargo, Roberto Lavagna. Este ministro ha tenido una posición dura con los organismos multilaterales de crédito y es el artífice de la tímida recuperación de la economía argentina durante los últimos diez meses.
Pero la situación todavía sigue siendo muy grave: la desocupación ya supera el 20%, los índices de pobreza trepan al 50%, y hay un aumento de la emigración de mano de obra calificada a España e Italia principalmente pero también a Chile, Brasil, Australia y EE. UU.
Ahí van los economistas sugiriendo recetas y programas. Los economistas son una especie de ejército intelectual de ocupación y son el sueño panóptico de cualquier acreedor con cámaras ocultas en el dormitorio del deudor. Inventaron, antes que el televisor, la cámara indiscreta, el monitoreo minucioso de sus vigilados. Pero no siempre andan hirsutos y tristes, saben alegrarse cuando se recortan las partidas presupuestarias de los gastos sociales, cuando se despiden empleados o se suspenden obras públicas. Son buenos discípulos de las universidades de Chicago, propagan una fe y persiguen la herejía de cualquier idea autóctona porque son portadores de la verdad, la única verdad, la definitiva.
Pero el problema argentino no puede medirse más con diagnósticos económicos. El problema argentino debe medirse con las herramientas teóricas y procesales del derecho penal: simplemente se trata de un crimen cada vez que los hospitales no tienen insumos para atender a los enfermos o accidentados y cada vez que los niños pobres no asisten a la escuela porque están cerrados los comedores escolares.
Sin dolor no te hacés feliz. Pero ahora que se han quebrado casi todas las certidumbres del pensamiento político y social argentino y sobre las ruinas del país que fue y no pudo ser se escriben las esperanzas de una sociedad que podría decidir, por segunda vez en su historia, organizarse como nación y como estado. Somos muchos los que no queremos pensar en una eventual guerra civil como resultado de una salida autoritaria. Queremos, más bien, pensar en detener esta decadencia del capitalismo argentino y organizar una reconstrucción republicana que sostenga una democracia igualitaria.
Porque la Argentina necesita cambiar de régimen económico-social y de régimen político. Ya no puede seguirse sosteniendo instituciones que son una mera correa de transmisión de los dictados del Departamento del Tesoro de los EE. UU y sus oficinas: el FMI y el Banco Central. Estos entramados de poderes locales y extranjeros y que antes recibían el nombre de imperialismo han mostrado los dientes. Vinieron por nuestras empresas, por nuestro trabajo social acumulado, por nuestros mejores profesionales, por nuestros ahorros. Y ahora vienen por nosotros: por nuestra corporalidad y por nuestro futuro.
Y, por favor, ya basta con esa mezcla de economía y teología del sacrificio que es la deuda externa y eterna. No hay que ser economista para decirlo enfáticamente: la deuda no se debe pagar y el pueblo argentino debe comer.
Pero lo novedoso de esta situación es que les hemos perdido el miedo. Ahora los pobres vienen a legitimar su poder sin miedo a la muerte porque se cansaron de vivir bajo su amenaza y porque han perdido la vergüenza de ser siempre defraudados. Han perdido sus empleos, sus ahorros y sus ilusiones. Pero la esperanza aflora porque también han perdido la paciencia.
Por eso, la rebelión de diciembre de 2001 fue un poco de esperanza entre tanta falta de futuro previsible. En cambio, el resultado electoral parece privilegiar el orden al cambio, porque el nivel de expectativas se ha degradado. Pero nadie quiso abstenerse de participar en esta coyuntura y eso, de por sí, es auspicioso.  Es el índice de que Argentina ya no es un estado, pero ha vuelto a tener pueblo. Herido, pero pueblo al fin.


Filósofo argentino, nacido en Buenos Aires en 1960 y  radicado en Costa Rica desde 1990. Ha sido profesor de la Universidad de Buenos Aires;  investigador del Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), profesor del Instituto Tecnológico de Costa Rica y actualmente profesor en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica.

  • ROBERTO FRAGOMENO
  • Opinión
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