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Triunfo de Kirchner consolida nuevo escenario

La derrota de Carlos Ménem en las elecciones argentinas consolidará los cambios políticos que América Latina.

La derrota de Carlos Ménem en las elecciones argentinas consolidará los cambios políticos que América Latina.
El triunfo de Kirchner fue muy bien visto por Lula porque favorece al Mercosur.
«Cobarde», era lo menos que le decían en las calles porteñas al expresidente argentino, Carlos Ménem, después de su anuncio, hecho el pasado 15 de mayo, de que renunciaba a la segunda ronda electoral.
«Le quitamos a los adversarios el placer de votar contra Ménem», dijo, en tono de explicación, el compañero de fórmula del expresidente.
La retirada solo vino a consolidar lo que las encuestas decían: Ménem perdía tres a uno contra el gobernador de la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia, Néstor Kirchner, también peronista, como él.
Éste último contó con el apoyo del presidente Eduardo Duhalde, enemigo político de Ménem, quien sale fortalecido de una azarosa presidencia interina, para la que nunca fue elegido popularmente.
El triunfo de Kirchner pone en sintonía a las dos mayores economías de América del Sur: la de Brasil y la de Argentina, que son también los dos países con mayor peso político en la región.
El resultado en Argentina ayuda también a ir perfilando una alternativa al modelo económico que durante un cuarto de siglo se impuso en América Latina y que ha contribuido a ahondar las enormes disparidades regionales.
En los últimos 40 años la deuda externa de América Latina pasó de $5.000 millones a $ 800.000 millones, pese a que se ha transferido a los países acreedores, en ese período, una suma que posiblemente se acerque al monto de la deuda actual.
Durante la década «menemista», la deuda argentina pasó de unos $65.000 a casi $150 mil millones. Ese fue el secreto de la estabilidad lograda en sus dos administraciones. Pero, para financiar el déficit con nuevos préstamos, Argentina debía ofrecer tasas de interés cada vez más elevadas a los inversionistas. Al concluir el gobierno de Ménem, el país debía pagar unos $10 mil millones anuales de intereses por su deuda externa.
Esta última no creció más porque, cuando asumió la presidencia, ya  no había mucho qué vender. Pero Ménem entregó un país quebrado y con los activos públicos dilapidados, pese a que, en 1999, víspera del estallido de la crisis, las empresas privatizadas ganaron $1,9 mil millones más que el año anterior, mientras las otras 500 principales empresas del país perdían casi $4,5 mil millones.
Ese esquema se agotó y dejó el país exhausto. Ahora se perfilan nuevas batallas por enderezar un rumbo que llegó a un callejón sin salida.

AFILANDO ESTACAS

Agotada por la sangría que el modelo neoliberal ha representado para la región, todos afilan las armas en procura de alternativas distintas para el futuro.
Por un lado, los partidarios del modelo liberalizador y privatizador resumido en el «Consenso de Washington» se reúnen para analizar cómo seguir ahondando su proyecto. Se preguntan qué fue lo que no funcionó y afirman que el fracaso se debe a que no lograron llegar hasta el final del proyecto, o sea,  en el proceso de privatizaciones (quedan aún algunas joyitas a las que echar mano, entre ellas las empresas petroleras en Brasil, Venezuela y México,  y algunas otras, como el ICE, en Costa Rica). Pero no es todo. Pretenden avanzar lo más que se pueda y lo más rápidamente posible en un modelo de apertura comercial que, como lo demuestra el caso de México, acentúa las disparidades económicas y agrava el proceso de informalización de nuestra economía.

AGOTADOS

Pero son cada vez mayores las voces que advierten sobre la necesidad de cambiar de modelo. Agotados, los países latinoamericanos sufren una crisis de empobrecimiento de sus mayorías, de polarización social y de una carga de la deuda imposible de sostener si no es a cambio de ahondar aun más la pobreza.
Lula asumió en Brasil comprometido con el FMI a mantener un superávit primario (antes del pago de la deuda), pero comprometido también a destinar esos recursos a la amortización de los préstamos recibidos. De este modo, el gobierno se encuentra con las manos amarradas y limitado para el desarrollo de sus programas sociales.
La situación de Kirchner es muy parecida. Sin margen de maniobra alguno, el anuncio de que mantendrá en su cargo al actual ministro de Economía, Roberto Lavagna, indica que habrá pocos cambios y se mantendrá una política fiscal y monetaria prudente. No puede ser de otra manera.
Obligado, al igual que Lula, a lograr un superávit primario, en este caso de 2,5%, algo menor que el brasileño, Kirchner tendrá, de todos modos , que renegociar la deuda, que llegó a valer 20% de su valor facial en los mercados internacionales, debido a la crisis económica. Ahora, con la ligera recuperación, los acreedores querrán recibir algo más por sus títulos.
Pero lo más difícil será, probablemente, negociar con los bancos los costos de la «pesificación» de los depósitos y con el FMI el aumento de las tarifas de servicios públicos, hoy en manos de empresas extranjeras. Quedará poco o nada para los programas de desarrollo y de atención a la pobreza y a los desempleados.
Para enfrentar esta disyuntiva, Brasil y Argentina buscarán fortalecer sus relaciones económicas y políticas.
El triunfo de Kirchner fue saludado con entusiasmo por Lula. El canciller brasileño, Celso Amorin, afirmó que la victoria de Kirchner provocaba una enorme satisfacción en Brasil. La visión favorable al Mercosur de Kirchner, un proyecto que Ménem aborrecía, contribuirá a relanzar este proyecto.
El ministro de Industrias brasileño, Luiz Fernando Furlán, manifestó su esperanza de que este bloque se amplíe con el ingreso de Perú y Venezuela.
A ese grupo hay que sumar también una nueva actitud de apoyo al Mercosur del gobierno recién elegido de Paraguay, y que asumirá en agosto.
Para mostrar hasta dónde está dispuesto a llegar, el gobierno brasileño concedió a los empresarios argentinos, la semana pasada, sin negociación previa alguna, una línea de crédito de mil millones de dólares, para promover sus exportaciones, no solo las dirigidas a Brasil, sino a cualquier país del mundo.
En cambio, la visión de Estados Unidos es otra. El subsecretario del Tesoro para Asuntos Internacionales, John Taylor, expresó su deseo de que el futuro Gobierno argentino siga la actual política económica y aborde reformas estructurales que, en su criterio, permitirían acelerar la recuperación económica del país.
Pero, desde un punto de vista regional, se perfila lo que algunos ven como una polarización regional, pero en la que otros ven un esfuerzo por encontrar alternativas a la crisis económica por la que atravesamos, cuyas causas atribuyen  al proyecto definido en el «Consenso de Washington».
Por un lado, estaría el bloque del norte, de Canadá a Panamá, al que podría sumarse, según esta visión, Chile.
Por el otro lado, un Mercosur fortalecido ofrece una alternativa distinta, pero aun no del todo definida debido, entre otras cosas, a la difícil situación financiera de los países que lo integran.
América Latina va así buscando salidas a una crisis a la que le falta todavía un elemento: las consecuencias, difíciles de prever, de la grave recesión mundial que se extiende y de la que no escapará la economía estadounidense, gravemente endeudada y con enormes desequilibrios, tanto fiscales como comerciales.

  • Gilberto Lopes 
  • Mundo
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