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Limón se filma

«Pido cámara, pido acción…» Entretelones de la filmación de la película «Caribe», que se rueda en Limón.

«Pido cámara, pido acción…» Entretelones de la filmación de la película «Caribe», que se rueda en Limón.
Nano Fernández es uno de los mejores sonidistas de Costa Rica. Esta vez debe trabajar bajo el húmedo clima de Limón.
La selva frondosa es una franja verde oscura y alta que oculta el Atlántico agitado a pocos metros de distancia. Por ahí, una amplia tienda ampara el servicio de catering. El angosto camino de tierra hacia la carretera está atravesado de vehículos, cajas y costoso equipo de filmación. En el corredor de una cabaña conversan la actriz española Cuca Escribano y el talento nacional Roberto McLean. Ellos son Abigail -la esposa de un agricultor- y José Jackson -el ermitaño-, dos de los cuatro protagonistas del filme «Caribe» que dirige Esteban Ramírez, quien va y viene dando instrucciones para finalmente acomodarse frente al monitor a valorar el plano. Frente a los actores, el publicista Mario Cardona vigila el lente, estudia el encuadre.
Técnico de mil batallas, Eduardo Ramírez se apresta por su lado con la  claqueta electrónica. La que pide «cámara…» es la mexicana Lourdes Elizarrarás, Asistente de Dirección, menuda y seria, se mueve con certeza y propiedad sin denotar cansancio; sabe bien lo que está haciendo. Durante unas semanas dejó su querido El Semáforo (las salas digitales cerca de la U). Junto a Esteban, el continuista cubano Manuel Francisco Jorge, al que todos ven con gran respeto por sus, dicen, 70 filmes anteriores. Atrás, rodeado de aparatos, Nano Fernández no cesa de explicar detalles técnicos sobre el sonido.
 
Junto a Cardona, otro cubano, el «foquista» Alejandro Fernández, tan risueño como seguro de su tarea, cambia objetivos. El ambiente es tranquilo, aunque concentrado. No se escuchan gritos ni se ven pleitos; sí dudas, consultas, tanteos, y ¡a seguir rodando!
Con Esteban a la cabeza, parece que comprenden la importancia de lo que hacen, de lo que han avanzado, y de que si no terminan bien se les viene el mundo encima.
De la choza pasan a un claro de la selva; va de nuevo, ajetreo de «gaffer» y  «grips», luces reflejadas, el «dolly» sobre rieles tendido en la hojarasca, una bella heliconia amarrada a un tronco; ahora Cuca se pasea con Jorge Perugorría (Vicente), joven veterano e icono del cine regional. Cae la noche, hay que desmontar y descansar (algunos, porque otros tuvieron fuerzas para darse la vuelta por Johnny’s Place, donde el reggae baila con sus velas  haciéndole guiños al océano), Al día siguiente, llamado a las cuatro de la mañana. Ellos confían en que basten los 35 días de rodaje previstos. La película, de bajo presupuesto (algo más de medio millón de dólares), es muy cara para nuestro medio. El riesgo lo asume la empresa Cinetel, de la familia Ramírez Jiménez; por allí vemos a Víctor, el padre, un reconocido intelectual, y a Pablo, el hermano, quien al igual que en el corto «Once rosas», oficia de editor.

PETRÓLEO Y ACOGIDA

En una carta el presidente Abel Pacheco valora el filme y reconoce «el mérito de rescatar y exponer la lucha antipetrolera» así como «dar a conocer… el irrenunciable compromiso de la nación costarricense por el respeto a la naturaleza en todas sus dimensiones.» Vale el apoyo moral, pero como subraya con firmeza Perugorría, si el Estado no participa y aporta -como sí lo hace en Cuba y México, por ejemplo- es casi imposible que estos esfuerzos aislados y magníficos se conviertan en una verdadera industria.
Lourdes recalcó la cálida acogida que la comunidad ha brindado a los cineastas. Esa donde aún se ven los rótulos «No al petróleo», un sentimiento bastante extendido. Vemos un Puerto Viejo tendido junto al susurro del mar y cuajado de tienditas con chucherías, de comidas tradicionales, de pequeños hospedajes, de fiesta y surfeadores envueltos en la exuberancia de flora y fauna que amenaza la ilusión petrolera. De excavar, quizá no encuentren el oro negro, o peor aún, como escribió con fisga el economista Leonardo Garnier, quizá sí,  y se inicie entonces una especie de desdichada Venezuela en Limón. Víctor Barriga, el panameño afincado en Tiquicia, un hábil Gerente de Producción, comenta con entusiasmo cómo para el filme recrearán los duros debates sobre la petrolera, con gente de ambos bandos, incluido Fabián, el reconocido ecologista hijo del Presidente de la República.
La mexicana Maya Zapata hace de Irene, la joven hermana, cuya fresca ternura tienta a Vicente. La premiada actriz, de sólo 21 años y una sonrisa irresistible, elogia nuestra legislación de género y se involucra en el tema ambiental, con madurez insiste en que la comunidad sólo ha ganado una batalla, no la guerra. El filme es otro episodio para repensar el asunto: ¿qué desarrollo quiere Costa Rica? A la empresa extranjera la encarnan dos diestros que saben ser antipáticos: el mexicano Gabriel Retes (la autoridad corrupta de su excelente «Un dulce olor a muerte») y Arnoldo Ramos (el cínico Jimmy de «Password», galardonado mejor actor del año).
Mas, para el tema de fondo -en la superficie está el triángulo afectivo y erótico de Vicente, Abigaíl e Irene-, el valor de la tierra, la fuerza de la naturaleza, el sentido de la justicia, los hace humano McLean como Jackson. Luego de mucho buscar Ramírez logró con el actor de otrora, ahora abogado, un casting idóneo. Porque el negro Roberto cautiva con su potencia espiritual, con su indudable sabiduría, con ese halo de misterio y raigambre natural que describió la pluma precisa de Salazar Herrera, autor del cuento original. El personaje es clave para sustentar la historia y Roberto lo está consiguiendo. Pese a que con humildad dice que él es sólo «un pequeño y oscuro meteorito que brilla con el fulgor de las estrellas que lo rodean».
La verdad, allí, en los set, se ve cómo es que día a día «Caribe», el filme -también retrato propicio de una Costa Rica lejana a los josefinos- logra hacer equipo para forjarse hacia su destino: los espectadores. Les falta mucho, pero ¡cómo han avanzado!
El rodaje sigue y McLean sueña un ideal bolivariano, dice, unirnos como en la filmación, para resolver nuestros problemas sociales.

  • Gabriel González Vega 
  • Cultura
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