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Las organizaciones radicales palestinas le dieron, con su anuncio de alto al fuego, un margen de maniobra al Primer Ministro, Mahmoud Abbas.
El Primer Ministro Ariel Sharon de Israel afronta un periodo difícil.
Los grupos radicales integristas palestinos, declararon, el pasado domingo 29 de junio y de manera unilateral, una tregua en su guerra con el Estado de Israel, con el fin de darle una oportunidad al nuevo proceso de paz emprendido en el Medio Oriente.
Contra toda esperanza, las organizaciones Yihad, Hamas y Fata expresaron su voluntad de cesar sus ataques terroristas contra objetivos israelíes, a cambio de que el Primer Ministro de ese país, Ariel Sharon, cumpla con sus compromisos de retirar sus tropas de la Franja de Gaza y la ciudad de Belén, y de detener los asesinatos selectivos de militantes palestinos.
Si todo sale bien, el alto al fuego se prolongará por tres meses y es el resultado de los esfuerzos del nuevo Primer Ministro de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, y de los líderes de varios países árabes, que han presionado a estos grupos para que cesen sus actividades militares.
El esperanzador anuncio, fue mal recibido por las autoridades israelíes, quienes acusan a estas organizaciones, principalmente a Hamas, de haber aceptado la tregua sólo como un ardid que les permitirá reagruparse para atacar más adelante.
El Primer Ministro Sharon ha exigido, en múltiples ocasiones, que las fuerzas de seguridad palestinas se encarguen de desmantelar estas milicias integristas, las cuales siempre se han opuesto al reconocimiento del Estado de Israel y han jurado destruirlo.
Sin embargo, el ejecutivo israelí también optó por cumplir con su parte del trato y, el mismo domingo 29 del anuncio de la tregua, sus tropas empezaron a desocupar la Franja de Gaza y la ciudad autónoma de Belén.
Desde ese momento, los contactos del más alto nivel se han multiplicado, con el objetivo de coordinar la retirada israelí con el despliegue de efectivos de la Autoridad Nacional Palestina, quienes tendrán a su cargo mantener la seguridad en las áreas liberadas.
Ante todo, el jefe del ejecutivo autónomo, Mahmoud Abbas, sabe que, para seguir adelante con la «Hoja de Rutas», — el plan de paz propuesto por Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia –, deberá asegurarse de que no se produzcan nuevos ataques contra objetivos israelíes desde las zonas bajo control palestino.
La tregua y el inicio de la retirada israelí, coincidieron con la visita a la región de la Consejera de Seguridad Nacional estadounidense, Condoleeza Rice, quien mantuvo contactos con israelíes y palestinos con la perspectiva de darle un impulso definitivo a los acuerdos adoptados en la cumbre celebrada en Jordania el pasado 4 de junio.
En aquella reunión, en la que participaron el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, el rey de Jordania, Mohamed VI, y los primeros ministros Sharon y Abbas, se determinó que es imposible avanzar hacia la paz sin que se den las condiciones de seguridad mínimas, que permitan un clima apropiado para las complejas negociaciones que deberán iniciarse en breve.
Ante el anuncio de la tregua, la Casa Blanca, — que en las últimas semanas había acusado a Hamas y otras organizaciones de sabotear el proceso de negociaciones y de estar vinculadas al terrorismo internacional –, reaccionó con excesiva cautela.
Para la administración Bush, es válida aquella máxima de «hasta no ver, no creer».
Por su parte, la Unión Europea y Rusia, — acusadas de mantenerse al margen en días pasados –, pusieron de manifiesto su optimismo por el anuncio de los grupos militantes palestinos.
Para europeos y rusos, es evidente que el gobierno de Abbas iba a ser incapaz de controlar la seguridad si antes no había un acuerdo mínimo con Hamas, Yihad y Fatal.
NADA FÁCIL
La pelota parece estar ahora del lado israelí. La situación no es nada fácil para el Primer Ministro Sharon, ya que la extrema derecha, — que forma parte de su gobierno –, se niega a aceptar cualquier concesión hacia los palestinos.
Dentro de su mismo partido, el bloque Likud, el otrora combativo Sharon, — que desató la segunda Intifada con su visita a la explanada de las mezquitas en octubre de 2000 –, ha recibido duros golpes que amenazan su permanencia en el poder.
Si la situación dentro del ejecutivo israelí sigue deteriorándose, es posible que sea necesario desmantelar la coalición actual para, entonces, volver a pactar un gobierno de unidad nacional con los moderados del Meretz y los laboristas.
Sharon se enfrentará, en los próximos días, a decisiones que serán muy impopulares entre aquellos que lo apoyaron. Entre ellas, el desmantelamiento de asentamientos judíos en territorios ocupados, la liberación de activistas palestinos, la desocupación de Cisjordania y, lo que aún más polémica, la definición del estatus de Jerusalén como una ciudad compartida.
Para Abbas, las cosas no son más fáciles. El gobierno palestino tiene dos cabezas, ya que Yaser Arafat, Presidente de la Autoridad Nacional Palestina elegido democráticamente, sigue formalmente al frente del ejecutivo. No obstante, Israel y Estados Unidos no lo quieren como interlocutor.
Israel deberá, en las próximas semanas, quitar el cerco que mantiene sobre el histórico líder de la Organización para la Liberación de Palestina. Esto le permitirá a Arafat mover sus fichas con más soltura, lo que pone en riesgo el liderazgo del nuevo Primer Ministro.
Esta división no es la única que existe entre los palestinos. Los riesgos potenciales de una guerra civil entre las facciones moderadas, que creen en el proceso de paz, y los grupos radicales, son muy altos.
No obstante, tras un sangriento preámbulo, por fin parece que el diálogo vuelve a encaminarse por la senda correcta.
Para el año 2005, deberá existir un Estado Palestino independiente capaz de coexistir en forma pacífica con Israel. Este es el reto que ambas partes han asumido en el papel. Ahora será necesario esperar para verificar si estas buenas intenciones se concretan en la realidad.
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