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Así se llama la novela del periodista y narrador guatemalteco Francisco Alejandro Méndez -San José, Perro Azul, 2002-, cuyo tejido textual marca una época donde el desencanto y la fiesta, lo político y la indiferencia, lo romántico y lo prosaico, se mezclan para dar paso a un discurso desencantado y testimonial; sin dejar de tener como lo denomina la sociocrítica, su marca cultural: sucedió en un país llamado Guatemala, desde allí cruzamos el mar Atlántico -el charco-, hasta aterrizar en ocasiones en la patria de Machado y de Sartre.
Hay una amalgama de lo urbano y lo cotidiano, donde se mueven prototipos humanos que viven al día sus emociones. Desean hacer todo, probar todo, beberse todo. La decepción campea en el discurso: “…Los políticos paralíticos, los sindicatos, empresarios, toda la fauna estaba en decadencia…”.
Los héroes, más bien antihéroes, se caracterizan por su descomunal garganta para tragar sin medida toda clase de bebidas “generosas”: wisky, cerveza y sus derivados; fumar hierba día y noche y hacer el amor las veces que se les antoje. El personaje que amarra el hilo discursivo es Inmaculada –de origen español-, ella atraviesa varias etapas: la primera es de acercamiento y deslumbramiento: afecto por lo nuevo y susto por lo bello y lo triste de ese paisaje maya enredado de pasado y de presente; entonces decide tener amores con un guatemalteco, el cual in situ cae rendido ante la conquistadora, surge un romance natural, de atracción, más intenso él que ella. Para desgracia del enamorado, con el tiempo viene la ruptura, él la presintió y a manera de venganza con tono de ironía le advierte un día a Inmaculada: “…Cuando tengás la cabeza llena de humo le voy a pedir al guerrero [se refiere a Tecún Umán, el gran príncipe Quiché, hijo de nobles, y por ello oficializado por los militares] que te saque el corazón y me lo regale…”
La separación se convierte en un calvario de búsqueda eterna donde el conquistado arrastra el recuerdo de su Inmaculada.
Quizás, esta línea narrativa tenga sus orígenes, a partir de lo que se ha denominado la “nueva novela guatemalteca” –por cierto de muy poca difusión-, iniciada en la década del setenta con la publicación de Los compañeros de Marco Antonio Flores, Los demonios salvajes de Mario Roberto Morales y Después de las bombas de Arturo Arias. De manera que hay un acercamiento intertextual, sobre todo con la narrativa de Marco Antonio Flores; de allí su discurso de contenido relajante, grotesco, picaresco, de humor negro, insultante, inmediatista, circunstancial, coloquial, alucinante y de vez en cuando, un retazo de lirismo.
También la narrativa de Mario Roberto Morales figura entre líneas. Este escritor y ensayista perteneció a lo que se ha denominado la generación de la onda, identificada con los mexicanos Gustavo Sainz y José Agustín, así como los colombianos Andrés Caicedo y Marco Tulio Aguilera Garramuño, al igual que el chileno Antonio Skarmeta, entre otros escritores. Estos se sublevaron muy jóvenes contra todas las instituciones, incluso contra las tradiciones literarias. Esto, sin embargo, no quiere decir que las preocupaciones e inquietudes sociopolíticas estén ausentes en sus textos, subyacen de una u otra manera. Hacen alusión pues a una época convulsa, intimidatoria, terrorífica y dolorosa.
De tal suerte que Completamente Inmaculada recrea parte de este contexto, pero ya en una época más bien de desilusión. Así, los personajes vociferan a ultranza, son nihilistas, tienden a no creen en nada, ni en nadie.
Por ello, el discurso, en ocasiones -de manera retrospectiva- está más orientado hacia las experiencias propias de la vida de la adolescencia, –valga decir que la experiencia de adolescente del narrador-personaje es determinante-. Allí, la música, el sexo y las drogas, simbolizan la rebeldía, pero una rebeldía sin utopías, sin causa alguna, en donde la esperanza se esfuma y evapora como uno de esos tantos octavos de licor, que al final de la jornada quedan tan vacíos, como vacíos quedan los cerebros y los bolsillos de los personajes.
Sin embargo, el discurso está también dirigido a la búsqueda de algo, y ese algo lo representa simbólicamente, quizás, Inmaculada. Pues bien, es Inmaculada el personaje que encarna la ruptura de una Guatemala que quiso ser libre y no pudo, de una Guatemala que históricamente (y cuando hablamos de historia nos referimos también a la Guatemala prehispánica de ondas raíces mestizas mesoamericanas) ha sido engañada, vapuleada, masacrada, folclorizada y por tanto, negada de una manera exacerbada, en su parte india. También Inmaculada representa la búsqueda constante de una identidad de ondas raíces hispanoamericanas, en donde los indios, ya ni son indios, y los españoles, aquellos históricos, sólo son el recuerdo de algo que sucedió y por ende, transformó a indios y españoles, en simples guatemaltecos. Quizás por ello, es que el autor, prefiere la parodia y pone en determinado momento, a fumar mariguana –como la pipa de la paz- a Tecún Umán, con la rubia Inmaculada.
Así, el discurso, portador de conflictos sociales y culturales, nos recuerda que tras esa arcadia perdida siglos atrás por la conquista española, y esa arcadia ahogada políticamente en el siglo XX, la herencia de los dominados permanece como referente histórico, para deconstruir el mito de la pérdida de la tierra, de la palabra, de la amada, búsqueda infructuosa de Inmaculada, que sabiéndose vencedora, continuó su camino dejando atrás los restos del vencido.
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