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Una guerra que apenas comienza

Cada día las fuerzas de ocupación estadounidenses reportan la muerte de más efectivos.  Ante esta realidad, cabe preguntarse ¿no estará la guerra de Irak en su fase inicial?  Tal vez Saddam Husein, donde quiera que esté, podría contestar a esta interrogante.

Cada día las fuerzas de ocupación estadounidenses reportan la muerte de más efectivos.  Ante esta realidad, cabe preguntarse ¿no estará la guerra de Irak en su fase inicial?  Tal vez Saddam Husein, donde quiera que esté, podría contestar a esta interrogante.
Los fantasmas del pasado podrían salir a reclamar sus tronos.
A pesar de las proclamas de victoria de las fuerzas de ocupación estadounidenses y británicas tras la caída del régimen de Saddam Husein, el enfrentamiento bélico en Irak parece prolongarse.  Así lo demuestran las estadísticas de bajas militares, que el pasado 18 de julio, rebasaron la cifra de 148 soldados muertos en la Primera Guerra del Golfo, en 1991.
La promesa del otrora hombre fuerte de Bagdad, — hoy convertido en fugitivo con un alto precio a su cabeza –,  parece cumplirse con cada nuevo ataque contra las milicias de la coalición.
En varias oportunidades, Husein había indicado que la guerra en Irak sería un conflicto de guerrillas, el cual, tarde o temprano, obligaría a los invasores a salir de su país.
Aunque aún no se ha comprobado la veracidad de varias grabaciones y escritos, el líder iraquí parece dirigir desde las sombras un movimiento de resistencia que, por otra parte, está altamente fragmentado, lo que es negativo tanto para los partidarios del antiguo régimen, como para las tropas anglo estadounidenses.
El pánico y la psicosis se han apoderado de un ejército, en su mayoría compuesto por afro americanos, latinos y otros emigrantes, que temen constantemente los ataques de los francotiradores, las bombas, los atentados suicidas y, últimamente, también las escaramuzas con armamento más pesado.
Estos jóvenes, que presa del miedo han cometido graves violaciones de los derechos humanos contra población civil inocente, — a la que muchas veces confunden con miembros de la resistencia –, han empezado a perder la noción de la razón por la cual los gobiernos de Gran Bretaña y  principalmente Estados Unidos, insisten en que se mantengan en Irak y se niegan a darles relevo.
En medio del revuelo político que ha causado lo que ya algunos consideran el «Irakgate», provocado por las mentiras del presidente estadounidense, George W. Bush, y el Primer Ministro inglés, Tony Blair, en el sentido de haber justificado la invasión de Irak en informes de inteligencia poco claros y tergiversados, también se ha escuchado estos días el clamor de las familias de los soldados desplazados al Golfo Pérsico, que demandan el retorno inmediato de las tropas o al menos su sustitución por personal militar de refresco.
Un hecho que prevalece por sobre todas las demás consideraciones es que, digan lo que digan Bush y Blair, el régimen de Saddam Husein no poseía armamento químico, biológico o nuclear y, si lo tenía, era en cantidades ínfimas, incapaz de provocar un daño considerable.
Mientras los cuestionamientos domésticos son cada vez más fuertes y amenazan con costarle la reelección a ambos líderes, en Irak los esfuerzos de la administración militar por organizar un consejo de Estado civil, parece ser infructuosas.
En la oración del viernes en las mezquitas, la mayoría de los líderes religiosos, chiitas y sunitas, coincidieron en rechazar el nuevo ejecutivo iraquí impuesto por los norteamericanos y los británicos.
Tanto los imanes como los políticos laicos moderados, han declarado la necesidad de convocar a unas elecciones generales, que legitimen un gobierno escogido por la población.
Además, insisten en rechazar la presencia de tropas extranjeras en su suelo.  Estos llamados han tenido un amplio eco en las calles, principalmente en Bagdad, en donde cada día se suceden manifestaciones de diverso signo, las cuales tienen como punto en común la exigencia del retiro militar anglo estadounidense.
Hasta los líderes del exilio, en un primer momento favorables a la intervención armada, han expresado su decepción y su ira por la manera en la que la administración militar extranjera intenta conducir los asuntos de Irak.
En los medios de comunicación globalizados, reacios a contradecir la postura de la Casa Blanca en asuntos tan delicados, la noticia diaria es la muerte uno, dos, tres o cuatro militares estadounidenses y británicos.
Las facciones integristas chiitas, por un lado, y las milicias aún leales al extinto partido gobernante Baath, parecen dispuestas a superar sus añejas disputas con el fin de expulsar a los invasores, y así el camino les quede libre para pelearse el control del país y de sus ricos yacimientos petrolíferos.
Al contrario de lo que esperaba el Pentágono, luego de la rápida invasión, las cosas no tienen a normalizarse, sino que, por el contrario, se hacen cada día más complejas.
Con el fantasma de Vietnam aún en la memoria, la Casa Blanca anunció que está dispuesta a estas alturas de los acontecimientos, a que sus tropas sean sustituidas por una fuerza multinacional de paz bajo mandato directo de Naciones Unidas.
Esta alternativa es la más lógica para los países europeos, como Francia, Alemania y Rusia, que siempre se manifestaron contrarios a una intervención armada en Irak.
Sin embargo, el despliegue de cascos azules sería una medida transitoria que no serviría de nada para devolverle a la población iraquí la potestad de controlar sus asuntos nacionales.
De este modo, el panorama de posguerra aparenta ser más complicado que el escenario que precedió al conflicto.
Bush no se puede dar el lujo, ante la inminencia de la campaña electoral del próximo año, de sostener una fuerza de ocupación que gotea muertos todos los días.
Asegurados sus intereses petroleros, es muy probable que Washington deje la administración de Irak en manos de la Organización de las Naciones Unidas.
El problema, entonces, podría ser que los fantasmas salgan de sus escondites, para reclamar sus tronos.

  • Manuel D. Arias M. 
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