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El crimen tuyo de cada día

En Costa Rica mueren cerca de 25 mujeres y niñas al año, asesinadas por sus esposos, novios, excompañeros, padrastros u otros hombres conocidos. Asimismo, la prueba piloto de la Encuesta nacional de violencia contra las mujeres reveló que el 67% de las mujeres mayores de 15 años ha sufrido al menos un incidente de violencia física o sexual en el transcurso de su vida. La gravedad de estas situaciones se refleja en el hecho de que el 65% de ellas sintieron su vida en peligro en el momento del incidente. Esta situación no tiene paralelo en el caso de los hombres, ya que ellos  generalmente no mueren a manos de sus esposas o pretendientes, ni son sometidos a violencia sistemática de forma cotidiana por sus parejas. No existen, más que como leyenda, los hombres a los que sus compañeras los encierran en la casa, les impidan estudiar, trabajar, visitar a familiares, o los sometan a regímenes de terror casero por medio de amenazas, golpes y relaciones sexuales forzadas. Es decir, la violencia que se ejerce al interior de la familia no es simétrica o bidireccional, ya que hombres y mujeres no tienen igual poder, son socializados de forma diferenciada y responden, por tanto, de forma diferente ante las agresiones que presenciaron o sufrieron en sus hogares de origen.

En Costa Rica mueren cerca de 25 mujeres y niñas al año, asesinadas por sus esposos, novios, excompañeros, padrastros u otros hombres conocidos. Asimismo, la prueba piloto de la Encuesta nacional de violencia contra las mujeres reveló que el 67% de las mujeres mayores de 15 años ha sufrido al menos un incidente de violencia física o sexual en el transcurso de su vida. La gravedad de estas situaciones se refleja en el hecho de que el 65% de ellas sintieron su vida en peligro en el momento del incidente. Esta situación no tiene paralelo en el caso de los hombres, ya que ellos  generalmente no mueren a manos de sus esposas o pretendientes, ni son sometidos a violencia sistemática de forma cotidiana por sus parejas. No existen, más que como leyenda, los hombres a los que sus compañeras los encierran en la casa, les impidan estudiar, trabajar, visitar a familiares, o los sometan a regímenes de terror casero por medio de amenazas, golpes y relaciones sexuales forzadas. Es decir, la violencia que se ejerce al interior de la familia no es simétrica o bidireccional, ya que hombres y mujeres no tienen igual poder, son socializados de forma diferenciada y responden, por tanto, de forma diferente ante las agresiones que presenciaron o sufrieron en sus hogares de origen.
En los últimos tiempos, sin embargo, grupos retrógrados con un discurso neo-conservador, no respaldado por ninguna investigación científica seria, pero que encuentra eco en algunos medios de comunicación, han tratado de minimizar la violencia contra las mujeres. Contrario a la contundente evidencia empírica, estos grupos tratan de propagar la noción de que las mujeres ejercen tanta violencia como los hombres en el hogar, que las mujeres que reciben violencia tienen la culpa o se lo merecen y, finalmente, que las responsables últimas de esta violencia son las mismas mujeres. Este discurso no es inocente. Es utilizado hasta el cansancio por estos grupo en sus intentos por descalificar los avances de las mujeres en la promoción de una vida libre de violencia.
En el marco de este embate neo-conservador, el nombre de la nueva producción de Danza Universitaria, El Crimen Nuestro de Cada Día, me produjo curiosidad y aprehensión al mismo tiempo. Mis reservas se vieron confirmadas cuando vi la puesta en escena. El discurso conservador esta vez se vistió de posmodernidad con una dosis masiva de música electrónica e imaginería sado-masoquista, pero con el mismo mensaje: la violencia es responsabilidad de las mujeres que enseñan a sus hijos a ser agresivos y a sus hijas a ponerse, literalmente, la soga al cuello. Este mensaje simplista y engañoso omite un análisis profundo de las relaciones de poder en la familia y una representación realista de las jerarquías por género y edad que configuran la construcción de las identidades femenina y masculina. No son familias disfuncionales las que generan la violencia. Por el contrario, las familias que reproducen a cabalidad las jerarquías y que se enseñan a sus miembros a interiorizarlas, hasta haciendo uso de la violencia, le son perfectamente funcionales al sistema de opresión de género. Así, esta obra se queda en la superficie, en el lugar común y, a pesar de su aparente crítica a la familia tradicional, el autor y su asesora psicológica terminan uniendo sus voces, supuestamente progresistas, a las del Opus Dei, el Movimiento Libertario y a las de los grupos de hombres misóginos, desesperados por los avances del movimiento de mujeres en visibilizar la violencia en las relaciones íntimas, revelar su clara direccionalidad y demandar la responsabilidad de los hombres, como género, en la construcción de una sociedad no violenta.

  • Monserrat Sagot
  • Opinión
Violence
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