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Entrevista al escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, publicada en Babelia de El País, España.
«Si esto empeora, muchos autores se verán obligados a conocer un poco más de mundo
Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) es un escritor errante, un extraordinario cronista del encuentro entre extraños. Salió temprano de su país, a los 21 años, y durante mucho tiempo vivió en Tánger, donde se hizo amigo inseparable del estadounidense Paul Bowles. Hasta la fecha ha publicado cinco novelas y cuatro libros de cuentos. En ellos habla de Marruecos, de Nueva York y de la India. Y de Guatemala, por supuesto, un país que no es uno, sino muchos, con «realidades paralelas, que no se tocan». Sus personajes pasan de una a otra de estas realidades, enfrentados por igual al bajo mundo de la ciudad capital, al hermetismo cultural del altiplano indígena, o a la ley de la selva que rige en la región del Petén. La entrevista se inicia en Berlín, adonde acudió para presentar uno de sus libros en el Instituto Cervantes, y prosigue por correo electrónico y por teléfono, en Nueva York, donde él trabaja en la banda sonora de una película basada en su novela Lo que soñó Sebastián. Rey Rosa ha vuelto a residir en Guatemala.
Usted se ha hecho escritor durante largas estancias fuera de su país. ¿Es esto sintomático para los escritores centroamericanos?
Hasta cierto punto, sí. Aunque no haya sido éste mi caso -yo no salí de Guatemala por razones exclusivamente políticas, sino porque tenía muchas ganas de conocer el resto del mundo-, un buen número de escritores de mi generación comenzó a escribir en el exilio. Hoy, eso ha cambiado y la mayoría de los jóvenes se han formado y escriben en la misma Guatemala. Claro que si las cosas siguen empeorando en términos políticos -si alguien como el general Ríos Montt continúa en el poder-, muchos se verán obligados a conocer un poco más de mundo.
¿Se podría hablar de una tradición literaria común? ¿Con referentes históricos como Rubén Darío y Miguel Ángel Asturias?
Creo que Darío ha ejercido una influencia más amplia, más profunda y más benéfica que la de Miguel Ángel Asturias, no sólo en Centroamérica. Siempre me he sentido muy alejado de Asturias. Es evidente que se trata de un virtuoso, pero a mí no me gusta casi nada. Darío, en cambio, experimentó muchísimo, y ése es el aspecto que de él más me interesa. En mi caso, no sé hasta qué punto tenga sentido hablar de tradición. Pero si uno pudiese escoger a sus precursores, yo me quedaría con Darío.
¿Qué hay de la literatura «guerrillera» y «revolucionaria» de los años setenta y ochenta?
Es una literatura escrita por gente que de alguna manera formó parte o estuvo relacionada con los movimientos revolucionarios que han marcado nuestra historia reciente. En muchos casos se trata de libros testimoniales, bastante convencionales.
De acuerdo a la estructura de la población guatemalteca, ¿debería haber interés por una literatura indígena?
El ejemplo más notable es el poeta Humberto Ak’abal, quien ha tenido mucho éxito y puede vivir, humildemente, de su literatura. Escribe en quiché, traduce sus textos al español y ha sido publicado en Europa. Capitaliza la literatura oral que oyó de sus abuelos. Hay otros autores indígenas, pero es muy difícil apreciar su calidad, habría que leerlos en lengua maya.
¿Y los temas urbanos?
Claro, los temas urbanos. Parece que el campo, el páramo y la selva, por el momento, han sido olvidados. Es casi inverosímil, al menos en un país como Guatemala, cuya capital es una de las más feas, inhóspitas, aburridas y violentas que yo conozca. Pero es lo que la mayoría de escritores conocen de primera mano.
¿Alguna recomendación de lectura centroamericana?
Cualquier libro de Horacio Castellanos Moya. Algunos cuentos de Jacinta Escudos, Claudia Hernández y Rafael Menjívar. Los poemas de Roberto Sosa. La novela Velador de noche, soñador de día, de Luis Eduardo Rivera. Los arrieros del agua, de Carlos Navarrete; los cuentos de Alfredo Balsells reunidos en El venadeado; los poemas de Enrique Noriega y los de Humberto Ak’abal.
¿Qué hay de las relaciones con el centro? ¿Con México, por ejemplo?
Durante la guerra, muchos escritores vivieron allí, pero hoy día predomina una profunda desconfianza mutua. En materia de cultura popular, por supuesto, hay una gran influencia a través de la música, la televisión y el cine, pero, por lo demás, predomina el desprecio. Es el vecino grande, el hermano mayor, siempre tan nacionalista, que alguna vez intentó anexarnos. Creo que en México no hay ningún interés por la literatura centroamericana.
En Estados Unidos viven muchos centroamericanos. ¿Está surgiendo allí una literatura del destierro?
Sí, la literatura latina allí es una categoría aparte, pero hoy es sobre todo de origen caribeño o mexicano.
Queda Europa y sobre todo España.
Creo que la única manera de poner un libro en circulación es llevarlo a España para que desde allí entre al torrente sanguíneo de la literatura en español.
¿Son conscientes de esta responsabilidad los editores españoles?
No sé si en este caso se puede hablar de responsabilidad. Pero son muy conscientes de su poder. Son muy recatados a la hora de incluir a Centroamérica en sus catálogos. Me parece que los cuatro o cinco que estamos nos hemos colado de milagro.
¿Por qué esta renuencia a lo centroamericano?
Supongo que es por miedo a pérdidas económicas.
Lo que nos cuenta de Guatemala en sus libros, como Horacio Castellanos Moya sobre El Salvador, es poco esperanzador. Descartada la opción de la revolución armada, ¿hay futuro?
El futuro está siempre allí, esperando, pero no parece nada atractivo por ahora. En Guatemala se acaba de aprobar la candidatura del general Ríos Montt… toda una señal de futuro. Además, la penetración del narcotráfico en el tejido social guatemalteco es cada vez más evidente. Que entre tanto dinero en un país con semejantes índices de desigualdad social, violencia y corrupción es un factor explosivo. Me temo que el futuro de Guatemala es la colombianización.
Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) es autor de Piedras encantadas, Diario personal, La orilla africana, Que me maten si y Ningún lugar sagrado (todos en Seix Barral).
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