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Escena de Lejos del Cielo
La ironía en el título «Far From Heaven» nos refiere a un mundo que aparenta ser el cielo pero en realidad es el infierno. A fines de los años 50 el senador Joe McCarthy emprendía sus rabiosas campañas anticomunistas, que hicieron estragos entre los intelectuales.
Del otoño al invierno, en Hartford, Connecticut, el filme muestra una bella tarjeta postal, donde el «american way of life» domina el escenario. La abundancia material envuelve a algunos. Todo se ve lindo y ordenado. Faltaba una década para que los hippies volvieran sus ojos a la espontaneidad de la naturaleza.
La esposa de un exitoso ejecutivo de Megatech (la fe en el progreso), con su pareja de niños, tan amable como estricta, encarna la apoteosis de esa belleza controlada, de las represiones asumidas y casi invisibles, del sistema que mantiene a todos en su lugar.
La ilusión de ella se derrumba cuando descubre que su esposo es homosexual y que lleva una vida secreta en el gueto de los discretos bares sólo para hombres. Faltaban doce años para la revuelta del bar Stonewall en Nueva York que originaría el movimiento «gay». En ese mundo de apariencias, sus amigas, sin perder las buenas maneras, se dedican a chismorrear. Sólo el jardinero negro, guapo y elegante, le ofrece a la dama sentimientos generosos y genuinos. Pero éste también está condenado al gueto de los sirvientes «de color». La rebelión afroamericana y los asesinatos de Malcolm X y Martín L. King estaban a la vuelta de la esquina.
La esmerada actriz Julianne Moore («La mano que mece la cuna») ofrece una protagonista que se yergue con dignidad y coraje en la difícil coyuntura que le toca vivir. Bajo la muñeca de plástico se descubre a una mujer admirable que se aferra a sus convicciones y lucha hasta donde el contexto se lo permite. Su esposo (un atormentado Dennis Quaid), en cambio, no soporta la culpa y la doble identidad; se arrastra con ira y maltrata a los demás, hasta que sucumbe a su naturaleza homoerótica, negada por los prejuicios de la época. Pero él carece de temple y nobleza, no despierta simpatía. Razón tiene Simone de Beauvoir cuando subraya: no importa la condición de una persona, sino la dignidad con la que la asume. El negro, valiente, se niega a reconocer el racismo que lo encadena hasta que, blancos y negros al unísono, le abren los ojos a la fuerza.
La fotografía delicada (que enfoca el pueblo tras el lugar común de las hojas de otoño en primer plano), el relato moroso, las conversaciones ligeras, pintan adecuadamente la falsa armonía de una sociedad basada en la injusticia. «Noches en la ciudad como tarjetas de Navidad… la gente tan de su hogar que no puedo aguantar las ganas de vomitar» (cantaron «Los prisioneros» de Chile, en otro tiempo y lugar, bajo una misma opresión).
El realizador independiente Todd Haynes, que había usado muñecas Barbie para contar la triste vida de la cantante Karen Carpenter, volvió a trabajar en «Lejos del cielo» con Christine Vachon, ícono del cine alternativo («Swoon», «Chicos»), con la que ya había realizado las incisivas «Poison» y «Safe». A ella la conocí y admiré en California cuando la homenajearon en el festival de cine Gay y Lésbico de Frameline. También coprodujeron Steven Soderberg, autor de la inolvidable «Sexo, mentiras y vídeo», y el popular galán George Clooney, célebre a partir de «ER».
Luis Carcheri, empresario exhibidor, me recomendó «Lejos del cielo» con inusual entusiasmo. Sabía de las cuatro nominaciones al Oscar y de varios premios más, como el del público en Venecia. Tiene razón. El guión es brillante, el tema conmovedor. El retrato de caracteres y el análisis social son valiosísimos. «Lejos del cielo» está muy cerca de otras maravillas del año: «Chicago», «El pianista», «Ciudad de Dios», «El color del paraíso».
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