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La Resolución 55/2 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobada el 8 de setiembre de 2000, más conocida como la «Declaración del Milenio», en el marco del quincuagésimo quinto período de sesiones de la Organización, dejó plasmado un conjunto de valores y principios, como cimientos indispensables de un mundo más pacífico, más próspero y más justo. De conformidad con los propósitos de la Carta de San Francisco de 1945, se suscribió un compromiso de responsabilidad colectiva de respetar y defender los principios de la dignidad humana, la igualdad y la equidad globales. En ese sentido, los esfuerzos encaminados a hacer respetar la fuerza del derecho iban de la mano de la globalización de aquellos valores que hicieran posible la convivencia pacifica de las relaciones internacionales para el siglo XXI: libertad, igualdad, solidaridad, tolerancia, respeto de la naturaleza y responsabilidad común.
El mantenimiento de la paz y seguridad internacionales permanece vigente como un objetivo primordial, de tal suerte que la adopción de medidas contra el terrorismo internacional y otros delitos transnacionales, figuran entre las principales medidas, junto con la erradicación de la pobreza, el compromiso por el desarrollo sostenible, los derechos humanos, la democracia y la gobernabilidad, así como la protección de las personas vulnerables y el fortalecimiento del multilateralismo. No obstante, el énfasis reposa en el fundamentalismo de la agenda de seguridad y el libre comercio, que propugna el establecimiento de un orden global maniqueísta, marcado por una separación arbitraria entre quienes apuestan por el orden – defendido por las armas – y aquellos que difunden el caos y la anarquía.
Con motivo de la quincuagésima octava sesión plenaria de la Asamblea General de Naciones Unidas, que se lleva a cabo actualmente en la sede de Nueva York, el debate se centra alrededor del futuro del multilateralismo y la consecuente legitimación de la comunidad internacional, representada ante dicha organización, frente al recurso unilateral para hacer frente a los retos contemporáneos, en su dimensión global.
Para responder eficazmente a los desafíos, se debe partir de la necesaria transformación de la ONU, que refuerce los mecanismos de diálogo a fin de forjar el consenso para la solución de los grandes problemas. La autoridad del Consejo de Seguridad no puede depender exclusivamente de estructuras anacrónicas, que no responden a la responsabilidad de mantener la paz y el orden internacionales, en un mundo más complejo e interdependiente, que no admite el uso de la fuerza unilateral, ni de forma preventiva.
El cumplimiento de los propósitos y objetivos de las Naciones Unidas dependerá de la construcción de un mayor estado de derecho y solidaridad internacional, de responsabilidades compartidas, donde el compromiso ético y el respeto por la diversidad cultural se impongan sobre la barbarie de la pobreza y el subdesarrollo.
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