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Para el muy generoso Johny Azofeifa
A los treinta años de la muerte de Salvador Allende, del colapso de la Unidad Popular chilena y de la institucionalidad que la sostenía, y del inicio de una fase represiva antipopular y anticiudadana que ha intentado, hasta el momento eficazmente, construir un Chile «apto para los buenos negocios», algunos discursos recordatorios reiteraron los tópicos que, por desgracia, suelen alimentar, a veces de buena fe, la copiosa ignorancia y superficialidad que alimenta el «conocimiento latinoamericano» sobre nuestros procesos sociohistóricos. Incluso este semanario publicó un refrito sobre la conspiración estadounidense (que por lo demás existió) contra la experiencia popular y un exaltado texto en el que los trabajadores vuelven hoy a llenar las «anchas alamedas».Gutiérrez Góngora publicó en «La Nación» un acopio de los chismes y desinformaciones con que la caverna latinoamericana intenta digerir mejor sus crímenes e incluyó en él a un Allende valiente, un tipo de Edipo latinoamericano. Curioso hablar de valentía cuando la suerte es fatal. En todo caso, el cavernario cedió un elogio. Eso sí, su guiño significa que la izquierda ha muerto.
Sabio en cambio fue el testimonio de Isabel Allende (¡no la escritora, por Judas!), hija de Allende, reproducido en la Revista Dominical. De lo dicho, separo un detalle conmovedor: su padre no logró asumir del todo que quienes fueron sus opositores y también amigos, Eduardo Freí, por ejemplo, fueran después sus enemigos. Allende, un luchador popular, nunca se excedió en su intuición de clase. Su última intervención fue moral y profética, no política. Freí y Aylwin, democratacristianos, pasaron con facilidad por su parte de la beatería democrática al realismo político clasista y fueron decisivos en la creación de las condiciones internas que llevaron al colapso de la experiencia popular. La falsedad de Aylwin debería pasar a la historia ya que hace un par de años publicó un libro reconociendo que el gobierno de Allende nunca puso en peligro la institucionalidad chilena. «Me equivoqué», gimoteó. Su yerro costó miles de muertos y sufrimientos hasta hoy. Simpático y serio el hombrecito.
Isabel Allende añade que hubo muchos responsables. En realidad la Unidad Popular fue una coalición electoral, no una dirección política. Los dirigentes de sus principales partidos, Altamirano por los socialistas y Corvalán por lo comunistas, subestimaban a Allende quien intentó, sin éxito, hacer de la UP una expresión de gobierno y de dirección política de masas. Del sectarismo y de la frivolidad de los partidos chilenos debería aprender algo la izquierda latinoamericana. Y también, claro, de su heroica militancia social. Más que a Edipo, Allende se acerca al Sísifo de Camus. Y, más que valiente, en el minuto final supo hacer suya su propia historia. Vale.
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