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Carlos Mesa propuso una profunda reestructuración del poder en Bolivia.
Entre los ciudadanos de segunda categoría figuran los indígenas aymaras y quechuas.
Después de 33 días de violentos enfrentamientos que costaron la vida de unas 74 personas, el pasado 17 de octubre Bolivia vivió un proceso histórico que, dentro del marco constitucional vigente, supuso la salida del poder del cuestionado Gonzalo Sánchez de Lozada y la proclamación como presidente del periodista e historiador Carlos Mesa.
Los enfrentamientos que le costaron la presidencia a Sánchez de Lozada se desataron debido a la intención de otorgar concesiones para la explotación de la mayor riqueza mineral de Bolivia: el gas natural.
Según versiones aún no aclaradas, el ex mandatario poseía importantes intereses en la exportación del hidrocarburo, el cual sería canalizado a través de un puerto chileno en el Océano Pacífico.
La mayoría del pueblo está en contra de ceder esta importante riqueza a las compañías transnacionales; además, consideraba una ofensa que la exportación del gas se realizase por un puerto chileno, ya que Bolivia perdió su salida al mar en una guerra con este país en el siglo XIX.
A pesar del asunto del gas, la crisis es mucho más profunda, ya que es producto de las condiciones de miseria en las que han quedado miles de campesinos que fueron obligados a abandonar el tradicional cultivo de la coca.
Además, otro de los detonantes del conflicto fue el fracaso del modelo neoliberal, impulsado en toda América del Sur por los organismos financieros internacionales y que en dicho país llevó a miles de personas al desempleo.
Bolivia es el país más pobre del cono sur; sin embargo, posee importantes reservas de minerales y gas que podrían acabar con el actual cisma social, que divide la sociedad en aquellos que tienen todo y los que no tienen nada.
Carlos Mesa, el nuevo presidente constitucional, hizo sus primeras armas en la política como comentarista para la radio y la televisión.
Según aquellos que lo conocen, es un hombre pragmático y consciente de los graves problemas estructurales que han llevado a su país al borde de un enfrentamiento civil.
Cuando decidió acompañar a Sánchez de Lozada en la fórmula presidencial, lo hizo con el compromiso de que lucharía contra la corrupción, uno de los males endémicos de la nación andina.
Sin embargo, sus diferencias con el presidente y con la bancada oficialista en el parlamento bicameral le hicieron alejarse del ejecutivo.
En los últimos días, Mesa se había mantenido al margen de la crisis provocada por los enfrentamientos entre el gobierno y los sectores sindicales; no obstante, mantenía una postura muy crítica respecto de los vínculos de Sánchez de Lozada con las empresas que explotarían las reservas de gas.
Finalmente, luego de más de un mes de choques y muertos, el expresidente decidió poner su cargo a disposición del congreso.
En una sesión de emergencia celebrada el viernes en la noche, los senadores y diputados acogieron la renuncia de Sánchez de Lozada y procedieron a llamar a Carlos Mesa.
Entre los aplausos de los parlamentarios, Mesa juró la Constitución y luego se le impuso la banda presidencial.
En un discurso histórico, el nuevo mandatario les propuso a ambas cámaras que su gobierno fuera un ejecutivo de transición, ajeno al control de los partidos políticos y con el margen de maniobra suficiente para negociar con todos los sectores.
Mesa anunció un referéndum sobre el asunto del gas y se mostró favorable a la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente.
DERECHOS
El presidente admitió que Bolivia, desde hace más de 500 años, es un país en donde hay ciudadanos de primera y de segunda categorías.
Además, insistió en la necesidad de reconocer los derechos históricos y políticos de los pueblos originarios: aymaras y quechuas.
«Sólo sobre la base de entender la diversidad, será posible construir la unidad de la nación boliviana», aseguró el mandatario en medio del aplauso unánime de todos los grupos parlamentarios.
Inmediatamente después de su ascensión al poder, los tanques del ejército fueron retirados de las calles y miles de personas salieron a celebrar la esperanza del cambio.
El país ha recobrado poco a poco la tranquilidad y los movimientos obreros y campesinos decidieron mayoritariamente darle una tregua al nuevo mandatario y levantar sus barricadas en las carreteras.
Según el diputado y líder del Movimiento al Socialismo, el campesino cocalero Evo Morales, el nuevo presidente merece la oportunidad de cumplir con lo que prometió durante la investidura en el congreso.
No obstante, otros movimientos más radicales han expresado sus dudas acerca de las intenciones reales de Mesa de iniciar un proceso que culmine con una Constitución más justa.
Además de las presiones internas, el nuevo mandatario deberá soportar las demandas de Estados Unidos, país que pretende continuar con sus planes de erradicación del cultivo de coca a cualquier costo y que, además, está dispuesto a defender los intereses de sus compañías en lo que concierne a la explotación del gas natural.
A pesar de este precedente internacional, la mayoría de los gobiernos de la zona recibieron a Mesa con los mejores deseos.
En la renuncia de Sánchez de Lozada y lo que sucedió después, tuvieron un papel protagónico los presidentes de Brasil, Luiz Inacio «Lula» Da Silva, y de Argentina, Néstor Kirschner, quienes enviaron delegados a La Paz, con el fin de que negociaran el proceso de transición.
Como Mesa lo admitió en su toma de posesión, Bolivia es un país lleno de contrastes y de diversidad: sólo a partir de esta realidad será posible en el futuro construir una nación más justa y equitativa.
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