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Los tiempos cambian, de eso no hay duda. Desde que los primeros seres humanos habitaron la tierra, la historia de la humanidad ha ido desarrollándose. Cuando el primer habitante de las cavernas hizo uso de su inteligencia y la puso en práctica, dio inicio el largo proceso mediante el cual se alcanzarían los más grandes y radicales cambios. Modificaciones y transformaciones que, se supone, llevarían a un mayor desarrollo y perfeccionamiento del ser humano. Sin embargo, el resultado fue todo lo contrario. De la recolección primitiva a la acumulación capitalista el mundo se convirtió en tragedia.
De aquellas pequeñas comunidades primigenias, en donde todos pensaban en todos, se pasó a las grandes sociedades donde todos piensan en sí mismos y nadie piensa en los otros. Si bien las sociedades ganaron en crecimiento y desarrollo, no sucedió lo mismo en los otros tantos valores que se necesitan para la convivencia humana. Los resultados saltan a la vista. En los comienzos de un nuevo milenio, el tercero de la era cristiana, las sociedades capitalistas se exterminan en la pobreza, la violencia, la corrupción, la droga, el crimen y la mafia organizada, el secuestro y robo de niños, la violación y la agresión familiar, pandillas juveniles que arrasan inmisericordemente con lo que encuentran a su paso, cientos de millones de seres humanos sumidos en la más absoluta miseria, desempleo, abuso de poder, casas enrejadas, alambradas y electrificadas. Nuestras sociedades, tal y como están hoy por hoy organizadas y administradas, no brindan esperanza ni futuro a los seres humanos. La voraz acumulación de riqueza de la economía neoliberal hace que sus habitantes no vivan, sino que a duras penas sobrevivan entre junglas de cemento.
La decadencia de nuestras sociedades no es otra cosa que la decadencia de un modelo económico que presenta, como consustancial a su propia naturaleza, al individualismo y al egoísmo como principios básicos de su avance y crecimiento. Sociedades que lentamente colapsan bajo el manto destructor de las mafias organizadas y enquistadas en castas de poder político, económico y social. Sociedades vacías, desgastadas y desorientadas cuyo único sentido es la acumulación y el lucro desmedido. Si queremos heredarles a nuestros niños y jóvenes una sociedad más digna de los seres humanos, no hay duda que tenemos que empezar por cambiar muchas cosas. Lo primero que tenemos que hacer es cambiar a quienes hoy, y desde hace muchos años, le hemos confiado el gobierno de nuestro país. No se puede seguir creyendo que la democracia únicamente es votar cada cuatro años. El sistema democrático liberal está colapsado. La democracia representativa ha sido secuestrada por sectores y grupos privilegiados que han usurpado la confianza del pueblo para incrementar sus gollerías. Privilegios exorbitantes que han sumido en la debacle a las sociedades del mundo. Mientras el pueblo que elige se diluye en la miseria y los vicios, los elegidos se alzan con la riqueza del país y se reparten los bienes de todos. No hay duda, el sistema económico capitalista está siendo víctima de sus propios defectos y corruptelas. Los resultados están a la vista. Cada segundo que transcurre nuestra sociedad se envilece y sucumbe en los vicios. Sus principales líderes carecen de sustento moral, ético y humanista para seguir dirigiendo los destinos de nuestra patria. Ha llegado el momento para que los costarricenses, honestos y responsables, hagan un alto en el camino y decidan heredarles a sus hijos y sus nietos y, en general, a los niños y jóvenes, una sociedad y un país más digno de un ser humano. No nos honraría mucho si el futuro nos sorprende llorando como cobardes lo que no supimos defender como valientes. Aún estamos a tiempo de empezar los cambios. No es necesario ser muy sabio para escuchar y comprender el llamado de los tiempos.
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