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Irán es un país en donde el ensayo de la revolución islámica parece estar a punto de colapsar.
Mohammad Khatami, presidente de Irán, y su canciller, Kamal Kharra, durnate una conferencia de prensa sobre el acuerdo con la OIEA.
Después de meses de tensión, el gobierno islámico de Irán decidió, la semana pasada, suscribir un acuerdo con la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), con lo que busca demostrar que no intenta desarrollar armas nucleares.
Este convenio fue posible gracias a la oportuna intervención de los jefes de las diplomacias de Gran Bretaña, Francia y Alemania, que insistieron en la vía del diálogo frente a las advertencias, cada vez más peligrosas, que Estados Unidos ha realizado y que amenazan con un nuevo conflicto bélico en la región del Golfo Pérsico.
Ante el desastre de su vecino Irak, el moderado presidente Mohammad Khatami logró que el clero iraní aceptase suspender de forma voluntaria, el proceso de enriquecimiento de uranio que, según los estadounidenses, sería utilizado para construir bombas atómicas.
Esto sucede pocos días antes del vencimiento de un ultimátum impuesto por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a instancias de Washington, y que advertía a Irán sobre la posible imposición de sanciones económicas y comerciales.
El egipcio Mohamed El Baradei, Secretario General del ente de Naciones Unidas para el control nuclear, se mostró muy satisfecho por la anuencia del gobierno de Khatami a las negociaciones.
El acuerdo, además, establece que la OIEA reiniciará las inspecciones en las instalaciones nucleares iraníes.
Como muestra de su buena voluntad, Teherán hizo entrega a El Baradei de un informe que, supuestamente, contiene toda la información completa sobre el programa nuclear iraní en los últimos treinta años.
La apuesta de Khatami por la paz en la región es compleja, ya que en el interior de Irán, el gran bastión del fundamentalismo islámico, parece cada vez más evidente una fisura entre los progresistas, encabezados por los estudiantes y las organizaciones de derechos humanos, y los radicales.
Es necesario recordar que Irán, la antigua Persia, fue gobernado por una monarquía allegada a los intereses de Estados Unidos hasta 1979, año en que triunfó la revolución islámica impulsada por el carismático líder espiritual islámico Ayatolá Khomeini.
En esa época, el pueblo iraní estaba cansado de la explotación comercial y la degradación moral que identificaban con la influencia occidental.
Por esta razón, el nuevo régimen salido de las escuelas de estudios islámicos chiitas, tenía un gran apoyo popular, especialmente dentro de los sectores más jóvenes de la época.
Tras más de veinte años de desgaste y desencanto, las cosas en Irán han cambiado mucho. Los críticos del régimen consideran una aberración el patrón de enfrentamiento del país con occidente y con las naciones árabes moderadas.
El apoyo de Irán a varias organizaciones radicales, como Hezbolah, y su presunto programa de desarrollo de armas de destrucción masiva, han hecho que este país esté ubicado en la lista negra que Estados Unidos denomina el «eje del mal».
Sin embargo, el acoso de Washington a Teherán desconoce el titánico esfuerzo del presidente Khatami, quien ha tratado de introducir reformas políticas que, poco a poco, han liberado al país de la férrea interpretación que hacen los clérigos de la «Sharia», o ley coránica.
Masivamente apoyado por una generación que nació luego de la revolución islámica, el mandatario gobierna a la sombra del hombre fuerte del clero y sucesor de Khomeini, el Ayatolá Ali Khamenei.
Cada paso del gobierno hacia delante, ha enfrentado la resistencia de una clase político religiosa muy conservadora y renuente a cualquier nexo con occidente.
En los últimos años, la lentitud con la que el ejecutivo introdujo las reformas ha motivado la impaciencia de ciertos sectores, especialmente de los estudiantes, que han sido duramente reprimidos cada vez que han salido a la calle en demanda de democracia y respeto a los derechos humanos.
En junio pasado, frente a la mirada impasible de la policía antimotines, milicianos fundamentalistas golpearon a cientos de estudiantes de la Universidad de Teherán que demandaban más democracia y libertad.
El Premio Nobel 2003 para la jurista iraní, Shirin Ebadi, representó una bofetada a los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad, para quienes la mujer sigue siendo un ciudadana de segunda categoría.
Lo que sucedió en los últimos meses en Irak, país con el que Irán mantuvo una larga y sangrienta guerra, ha servido para sustentar las posiciones más moderadas, que insisten en restaurar el papel de la nación iraní en el panorama internacional, desde una perspectiva islámica progresista y opuesta al terrorismo.
Potencialmente, Irán es un país más poderoso en el ámbito militar que Irak. Desde un análisis estratégico, Estados Unidos ha logrado, con las conquistas de Irak y Afganistán, rodear a su enemigo más peligroso.
Sin embargo, esta dialéctica de enfrentamiento, promovida sin cesar desde la Casa Blanca, desconoce el complejo y cambiante escenario político iraní de los últimos cinco años.
Estados Unidos se opone a que Irán continúe con su programa nuclear, por su parte Europa está dispuesta a permitirle a ese país sus investigaciones atómicas en el campo civil.
Más allá de cuál sea el rumbo de la República Islámica de Irán en los próximos años, será necesario estar al tanto de cuál es el talante de Estados Unidos con respecto a esa nación.
La obsesión del presidente George W. Bush en su «cruzada» contra el terrorismo, lo podría llevar a otra invasión de un país que, no obstante sus diferencias, merece que su soberanía sea respetada.
No es hora de agudizar el cisma entre el occidente judeo cristiano y el oriente musulmán; por el contrario, se hace necesario incentivar el diálogo intercultural e interreligioso. De lo contrario, los fantasmas del Apocalipsis que desaparecieron luego de la caída del Muro de Berlín, podrían salir de sus escondites.
A este respecto, cabe mencionar que una nueva muralla, símbolo de la intolerancia y el medio, se sigue levantando a instancias de Israel en los territorios árabes ocupados. ¿Será esta analogía una coincidencia?
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