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TLC: propaganda y especulación

La negociación de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, ha traído aparejado un resurgir, a borbollones, de una cierta imaginería, que resulta, a un tiempo, desborde ideológico y cháchara demagógica. Tales excesos de locuacidad se han agudizado con motivo de la visita del procónsul Zoellick, pero lo cierto es que desde tiempo antes, se reiteraban en un discurso que es pura apelación a la fe, sin ningún contenido de realidad como no sea el que le imprime el peso de las billeteras de los intereses involucrados en el asunto.

La negociación de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, ha traído aparejado un resurgir, a borbollones, de una cierta imaginería, que resulta, a un tiempo, desborde ideológico y cháchara demagógica. Tales excesos de locuacidad se han agudizado con motivo de la visita del procónsul Zoellick, pero lo cierto es que desde tiempo antes, se reiteraban en un discurso que es pura apelación a la fe, sin ningún contenido de realidad como no sea el que le imprime el peso de las billeteras de los intereses involucrados en el asunto.
Hasta la fecha, la defensa que se hace de la «conveniencia» de la firma de este TLC parece girar alrededor de dos consideraciones básicas. La una, apela a las ventajas del libre comercio y afirma que este trae consigo riqueza y desarrollo. La segunda, más descarnada y, en lo teórico, menos sutil, se expresa en términos de un imperativo inevitable: TLC o muerte. La primera argumentación al menos intenta persuadir; la segunda simplemente amenaza y chantajea.
Cuando alguien afirma que el libre comercio es eficaz instrumento para el desarrollo, seguramente tiene en mente la teoría neoclásica del comercio internacional, según la cual el comercio conduce a la especialización con base en las ventajas comparativas de cada economía y, así, permite la maximización de la producción, más allá de lo que lo sería posible en una situación autárquica. Esta teoría es una construcción mental extremadamente simplista y arbitraria, que funciona sobre un conjunto de supuestos altamente restrictivos: competencia perfecta, conocimiento perfecto, perfecta racionalidad de los «agentes económicos», etc. Es un mundo de armonías perpetuas y equilibrios instantáneos; autojustificante y tautológico. Simplemente insostenible.
Desde luego, esa teoría no representa nada relevante de la realidad. No pasa de ser una construcción ideológica más o menos alucinada. Pero justamente por eso adquiere importancia: constituye una cobertura ideológica que permite justificar determinado tipo de políticas, como también determinadas formas de actuación.
Los hechos recientes en Costa Rica lo ratifican. El nutrido ejército de propagandistas del TLC, hace del discurso acerca de las ventajas y oportunidades del libre comercio su arma ideológica más poderosa. De por sí este TLC aún no existe como realidad jurídica y económica vigente; de ahí que hablar de sus efectos de por sí comporta, hasta en el mejor de los casos, algún grado de especulación teórica. Pero lo cierto es que, en boca de sus propagandistas, la discusión se vuelve especulación y fantasía puras. Sus planteamientos están vaciados de todo contenido de realidad; son, en sentido estricto, meras elucubraciones ideológicas.
El discurso abstracto del libre comercio es una ficción más o menos sofisticada, que busca justificar y encubrir intereses subyacentes. Su contraparte -el argumento del «TLC o muerte»- es, por su parte, un discurso de negación de alternativas. Reedita el ya familiar discurso único, intolerante y autoritario. Y, en el fondo, todo esto simplemente nos sitúa en el terreno del más crudo realismo político. Lo «importante» es que a favor del TLC se apuestan poderes e intereses de gran calado. Poco importa si a la gran mayoría no le conviene. Basta con que les convenga a los que sí tienen poder.

  • Luis Paulino Vargas Solís
  • Opinión
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