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El odio hacia occidente aumenta cada día que las fuerzas estadounidenses y británicas permanecen en Irak.
Soldados estadounidenses allanan una casa en Habaniyah. En Irak crece el descontento contra las fuerzas invasoras.
Los atentados contra una guarnición italiana en el sur de Irak, contra el consulado británico y dos sinagogas en Turquía, son un claro indicio de que la guerra contra el terrorismo que dice librar Estados Unidos, va por el camino equivocado.
Esto ha obligado a que en los últimos días, la Casa Blanca haya dado una serie de golpes de timón en el manejo de su política exterior que, con el beneplácito de una prensa amordazada, han pasado prácticamente inadvertidos para la opinión pública mundial.
El hecho es que no obstante el discurso oficial, el presidente George W. Bush parece llevar al mundo hacia una confrontación entre el norte industrializado y sumiso al poder de EE.UU. y un sur subdesarrollado y pobre que busca la manera de resistir.
En septiembre, Bush dijo ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, que estaba muy lejos aún la devolución del poder a un gobierno de transición integrado únicamente por iraquíes.
Ante el incesante goteo de muertos, ya no sólo ingleses y estadounidenses, sino que ahora también de Italia y Polonia, el mandatario debió variar sus directrices.
Según ha trascendido desde los corrillos del Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos buscaría la manera de forjar un consenso en torno a una resolución que transferiría el mando de las operaciones militares en Irak a los cascos azules.
Las críticas hacia las administraciones militar y civil de la nación árabe han pesado sobre un presidente que, hace tan solo unos meses, exhibía a Irak como el último trofeo de cacería.
Además, la Casa Blanca pretende acelerar un proceso para la conformación de un gobierno civil que, según el modelo afgano, estaría a cargo del país hasta la celebración de unos comicios democráticos, probablemente en 2005.
Aunque el plan de Bush atiende muchas de las demandas que había hecho la comunidad internacional, los analistas dudan sobre la posibilidad de que llegue a ser factible.
El principal problema es que la situación sobre el terreno sigue siendo muy confusa. La resistencia continúa engrosando sus filas, mientras los mensajes atribuidos el ex presidente Saddam Husein, llamando a dar la vida en contra de los extranjeros, se hacen cada día más comunes.
La alta tecnología, las armas y el entrenamiento de las fuerzas de ocupación, parecen ser ineficaces contra guerrilleros suicidas que no dudan en perder su vida a cambio de infligir más bajas a los invasores.
SITUACIÓN INSOSTENIBLE
Para el administrador civil estadounidense en Irak, Paul Bremen, la situación es ya insostenible. El caos y la inseguridad han llegado a tal límite, que las organizaciones de asistencia empezaron a salir del país.
Por esta razón, Bremen es uno de los más firmes partidarios de entregarle el comando bélico a la ONU y el poder civil a un gobierno de transición integrado, exclusivamente, por iraquíes.
Para las diversas facciones que se han formado tras la caída del régimen de Husein, la propuesta de Bremen tiene un defecto: los plazos son demasiado largos y el pueblo demanda una administración independiente cuanto antes.
El problema es que, como ha dicho Bremen, la conformación de un ejecutivo iraquí es una tarea muy compleja, debido a las diferentes etnias y grupos religiosos que se disputan el poder.
No existe hasta el momento una figura capaz de aglutinar a todas las voluntades en torno a un proyecto político único y una nación única.
Los ataques de las últimas semanas han dejado muy claro que la resistencia no está para nada unida. Por un lado están los sunitas, miembros del Partido Baath y fieles a Saddam Husein, que luchan por restituir el régimen anterior. Por otro lado, están los chiitas, fuertemente influenciados por Irán, que pretenden destruir los vestigios de la etapa huseinista, así como expulsar a los norteamericanos para proclamar una República Islámica de corte fundamentalista. Para terminar de complicar las cosas, en el norte persiste el problema kurdo, una etnia que exige un Estado propio y que constituye una amenaza para la integridad territorial de Irak, Siria y Turquía.
Para todos estos, aquellos iraquíes que han cooperado de algún modo con las fuerzas de ocupación, son traidores y, por lo tanto, no cuentan a la hora de definir un futuro para la nación.
Las invasiones de Irak y Afganistán parecen haber abierto la «Caja de Pandora» para Estados Unidos. En el caldo de cultivo del odio que se esparce por el mundo árabe, se forman asesinos que, en el futuro, opacarán con actos sangrientos los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Estados Unidos sabe que la posibilidad de que se repitan hechos de esta magnitud es casi imposible de prevenir. Europa, principalmente Inglaterra, también está en la lista de blancos que los terroristas han elaborado para las décadas por venir.
Las masacres en sinagogas y el atentado contra el consulado británico de Turquía, son una prueba concluyente de que Al Qaeda sigue activa. Osama Bin Laden y Saddam Husein, así como su alter ego, George W. Bush, están dispuestos a cometer cualquier tipo de genocidio con tal de defender sus visiones maniqueas del mundo.
Mientras tanto, el origen de todo el problema, o sea, la desigualdad entre ricos y pobres, se hace cada vez más extensa. Los tratados de libre comercio, formas de dominación económica, son otro instrumento de la administración Bush para someter al planeta.
Nunca antes en la historia de la humanidad un país había concentrado tanto poder que le permitiese dictar los destinos de otras naciones sin enfrentar oposición alguna. No obstante, aquellos imperios que llegaron a ostentar un poder que creían inamovible, han pasado a formar parte de las cenizas del tiempo.
Un nuevo orden mundial, basado en la globalización de la dignidad, la justicia y la equidad, debería sustituir al modelo agotado que se encuentra al borde del abismo.
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