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El optimista pesimista

Un día, Enrique Jardiel Poncela tuvo lo que dio título a una comedia de Miguel Mihura: «una sublime decisión» […] Había decidido lo que había de ser su teatro y no se desvió nunca de este propósito.

Un día, Enrique Jardiel Poncela tuvo lo que dio título a una comedia de Miguel Mihura: «una sublime decisión» […] Había decidido lo que había de ser su teatro y no se desvió nunca de este propósito.
Otra vez habla Jardiel: «Mi plan consistía en lograr un humorismo escénico, en elevar lo cómico con una posible novedad en los temas, peculiaridad en los diálogos, originalidad en las situaciones, enfoques y desarrollos.» […]
Este hombre se definió a sí mismo como el «optimista pesimista», mientras definía al que se os dirige como el «pesimista optimista». […]
Para conocer al más completo Jardiel Poncela no hay que consultar con sus biógrafos, ni siquiera consultarme a mí, que conviví tanto con él en España y Norteamérica. Para estar al tanto de su vida, de sus ideas, de sus amores, de sus admiraciones, de sus odios, de sus desprecios, de sus amistades y, por otra parte, de su estética, su apurado concepto del teatro; el plan y el análisis de sus obras; sus idas y venidas en los treinta años mal contados de su existencia intensiva, en todos los sentidos, no hay como sorberse los prólogos de las ediciones de sus comedias. Allí está el Jardiel entero, insobornable, eufórico o exasperado, certero, lúcido, cordial y también rencoroso, implacable, demoledor. Por esos prólogos desfila tanto cuanto rodea la farándula de su tiempo, retrata de cerca, con nombres y apellidos, con elogios cálidos o casi con insultos. […]
Y, a la vez, una autodisección perfecta; un curso de teatro para los que quieran aprender; una estética, una variada diatriba, unas reflexiones y unas atinadas máximas. […]
En su teatro hemos dado por fin. El más trepidante de los del grupo.
Urdía enredos brillantes, sin saber cómo los iba a resolver, incluso hasta el último momento, en que la obra estaba a punto de salir a la luz de la batería. Recuerdo la noche del ensayo general de Los tigres escondidos en la alcoba, en el Teatro Gran Vía. Los actores repetían el último pase a sus papeles, y Enrique en el suelo, sobre la alfombra del escenario, estaba terminando de escribir la comedia.
Otras veces, en cambio, tenía trazadas de antemano sus obras hasta los menores detalles.
Su teatro, lo inverosímil, lo «patas arriba» de su teatro; el juego, no de los imposibles, pero sí de lo que le andaba muy cerca, se ganó un público entusiasta y desconcertó a otro público que le siguió hasta donde le pudo alcanzar, que fue implacable cuando su turbia inteligencia no daba para más y se revolvió contra él, usando los modos del niño mal educado.
No se comprenden las enconadas incomprensiones, los estrepitosos rechazos, cuando hoy su teatro _no sólo a los que creímos en él desde el principio_ se presenta claro en su complicación, limpio en su juego.
Alfredo Marqueríe, el crítico que más le defendió contra la beocia de alguno de sus compañeros, escribió entoces esto, cuando era valiente, casi heroica, la postura:
«Es muy difícil hacer lo que él ha hecho, inventar este género atrevido en un ambiente escénico como el nuestro.
Su teatro discurre _mejor dicho, serpea_ por cauces donde lo inesperado, lo inusitado, son constantes. La hilaridad provocada por frases, por conflictos, por dichos y por hechos, arrebata en muchos momentos.
En Jardiel autor teatral hay poesía ante todo y sobre todo invención. Imaginar sus límites, hacernos soñar y reír con lo imposible, es el mejor lirismo del humor.
Y hace falta mucha altura, muy buenas letras, muchos conocimientos y experiencia de la escena nacional y extranjera, de los clásicos y de los modernos, y una gran intuición, además de talento natural, que Jardiel poseyó, para inventar primero y cultivar después un género.»
Eugenio D’Ors, aquella antena captadora de nuestro siglo, apuntó esta sagacísima advertencia:
«Gracia de risa y de pensamiento responden a la gracia de la farsa de Angelina o el honor de un brigadier. Menguadas las entendederas del espectador, que, en el regodeo de la comicidad no reflexione acerca de su fuente. Esta farsa de Jardiel Poncela nos fuerza mucho a pensar después de habernos forzado mucho a reír.» […]
La magia le rondó siempre, en el arte de las sorpresas, en el enredo de las entradas y salidas, en los trucos de puertas secretas y apariciones de seres extraños, motivos aclarados con precisión en el desenlace.

  • José López Rubio
  • Forja
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