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La teología de la guerra

La anunciada guerra contra el terrorismo está cargada de un vocabulario de intimidación. No solamente para los «enemigos de la democracia y el libre comercio», sino también para todos aquellos que osen interponerse en la cruzada frente al enemigo del mundo libre. Detrás de la doctrina de seguridad de la Casa Blanca, se esconde un discurso manipulador que enfrenta a buenos contra malos, y crea falsos ídolos y héroes, pacificadores del orden internacional.

La anunciada guerra contra el terrorismo está cargada de un vocabulario de intimidación. No solamente para los «enemigos de la democracia y el libre comercio», sino también para todos aquellos que osen interponerse en la cruzada frente al enemigo del mundo libre. Detrás de la doctrina de seguridad de la Casa Blanca, se esconde un discurso manipulador que enfrenta a buenos contra malos, y crea falsos ídolos y héroes, pacificadores del orden internacional.
En su incesante búsqueda por obtener la legitimidad para su causa, los cruzados en esta «guerra justa», han construido con base en la manipulación, todo un delirio político en nombre del capitalismo democrático, una artillería psicológica que desvía la atención y con ello los recursos, hacia los temas prioritarios para su causa, contando a su vez con el derecho del más fuerte. Si el mundo está indefenso ante la amenaza que representa el terrorismo, justo es la guía de un líder mundial.
De la misma forma que en su tiempo Sadam Hussein se autoproclamó sucesor de Saladino y de la causa del Islam contra los infieles en la Tierra Santa, de igual modo la administración Bush se siente autorizada a tomar las armas en una guerra santa. En vista que el terrorismo constituye una amenaza para la paz y seguridad internacionales, es justo salvar a la humanidad de este flagelo inhumano. Se trata, entonces, de humanizar por todos los medios posibles, a fin de evitar la propagación de las fuerzas oscuras del mal. Si el terrorismo constituye un delito transnacional contra la naturaleza humana, es justo declarar la guerra a estos enemigos, después de todo, ¿quién se puede oponer a una guerra de liberación? A fin de cuentas, los iraquíes deberían estar agradecidos con la coalición, por el generoso sacrificio, haciéndoles partícipes de los beneficios de la civilización, entiéndase democracia y libre comercio.
Todo está debidamente acorde con los planes divinos. Él permite que tenga lugar un mal – necesario, hasta cierto punto – para hacer posible un bien mayor: la guerra es necesaria para democratizar. Nuevamente, estamos en presencia de un lenguaje cargado de sofismos: el daño sufrido por los iraquíes y los eventuales daños colaterales, no tienen comparación con los beneficios que a posteriori se derivarán de la democracia y el libre mercado. En otras palabras, el fin justifica los medios.
En términos realistas, aunque los argumentos de la teología bélica contra el terrorismo no convencen en el libreto, en la práctica se impusieron. Finalmente, ante todo se trata de impresionar antes que de explicar, de lograr una sugestión antes que de convencer con argumentos.
Al igual que en los tiempos de la conquista del nuevo mundo, los fines políticos y comerciales de la potencia de turno se escudan en causas nobles. Ayer fue el frenesí de la guerra contra los moros, a nombre del cristianismo, luego vendría la masacre de los «salvajes». Hoy día, invocando causas similares, la misión salvadora enfila sus baterías contra los enemigos de la libertad. Como muchas veces en la historia de la humanidad, en nombre de grandes ideales, se cometen grandes atrocidades.

  • Pablo Zeledón Flores
  • Opinión
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