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Héctor Babenco, director de Carandiru.
Planeada para 4.000 reclusos, ya albergaba más de 7.000: Carandiru, en San Pablo, Brasil, era la cárcel más grande de América Latina. A fines de los años 80, un médico que trabaja en prevención del sida descubre ese mundo de hombres hacinados. De su experiencia, proviene un libro y ahora la película.
Héctor Babenco nació en Argentina pero su obra la ha realizado en Brasil. «Lucio Flavio, pasajero de la agonía» (1979), revela la brutalidad policíaca. «Pixote, la ley del más débil» (1981), emplea a jóvenes delincuentes como protagonistas de sus propias vivencias. Allí expone la vida marginal de los niños «olvidados» (Buñuel) y denuncia el horror de los reformatorios y la corrupción policial. Su autenticidad conmovió al público y a la crítica (fue premiada en Biarritz y Locarno). El actor Fernando Ramos, que volvió a la delincuencia y murió durante un asalto a los 18 años, estableció un extraño y doloroso vínculo entre arte y realidad.
Babenco se asomó a otra cárcel con «El beso de la mujer araña» (1985), adaptación de la magnífica novela del también argentino Manuel Puig. En este caso, de la mano de dos formidables actores: Raúl Julia interpreta a un revolucionario y William Hurt a un homosexual (Oscar y Mejor Actor en Cannes). Describe su improbable amistad con excepcional perspicacia. Luego, dos películas extraordinarias enriquecieron el tema: «El juego de llorar» del irlandés Neil Jordan, y la cubana «Fresa y chocolate», que consagró a Jorge Perugorría y Vladimir Cruz.
Nuevamente Babenco elige el tema carcelario. «Carandiru» inicia con un agitado prólogo que expone la violencia a punto de estallar y concluye con un epílogo donde ésta explota y deja ese gueto en ruinas. El resto del filme muestra ese microcosmos tan semejante al exterior. Su visión está llena de ternura y humor, pese a las horribles condiciones de vida. El médico (José Luis Vasconcelos) atiende los padecimientos del cuerpo con la misma generosidad que los del alma, y con absoluto respeto. Conforme ellos le cuentan sus vidas, la cámara escapa a la cárcel para representar esos recuerdos. El recuento nos enseña que cada reo es un ser humano con una historia de errores y aciertos y con verdaderos lazos afectivos; y no el monstruo que la sociedad juzga.
Al final, por cualquier cosa, se desata la violencia. El motín es reprimido brutalmente por el ejército y mueren 111 presidiarios. Babenco subraya que la carnicería fue inútil. Una especie de genocidio, como el que pagan algunos comerciantes en las urbes brasileñas para que eliminen a los niños pobres. Al igual que en «Ciudad de Dios», la verdadera maldad la encarnan las autoridades. La crítica social es implacable.
Filme enérgico, impresionante, realizado con destreza y convicción, ofrece el punto de vista de los presos -como cuando, aquí, Víctor Ramírez realizó su documental del mismo nombre-. «Carandiru» es un testimonio amable y triste a la vez, que interesa a todos porque ambos mundos son solo dos caras del mismo.
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