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¡Mírame, tonto!

Alguien movió el interruptor. Dejaron la ventana encendida y por ahí entró una banda de criminales venidos de otra galaxia. Gente que no tiene sentido de solidaridad ni de respeto a la dignidad humana. Sujetos unidimensionales. Pura imagen. Que venían cargados con un arsenal de realidades alteradas, manipuladas, las cuales hacen de los sentimientos una fantasía macabra y de las fantasías macabras un sentimiento.

Alguien movió el interruptor. Dejaron la ventana encendida y por ahí entró una banda de criminales venidos de otra galaxia. Gente que no tiene sentido de solidaridad ni de respeto a la dignidad humana. Sujetos unidimensionales. Pura imagen. Que venían cargados con un arsenal de realidades alteradas, manipuladas, las cuales hacen de los sentimientos una fantasía macabra y de las fantasías macabras un sentimiento.
¿Cómo pueden pretender autoridad moral para denunciar el engaño aquellos que viven en la impostura?
En este extracto del libro ¡Mírame, tonto! La española Mariola Cubells confiesa los pecados de la gran industria del «reality show». Los leones están devorando inocentes y millones de otros inocentes ríen y aplauden, mientras los culpables se llenan los bolsillos con el producto de la miseria humana.

Mentimos. A usted, que nos ve desde casa. Y a usted, que viene a la tele a contarnos sus cuitas.

Engañamos. A cientos de personas para conseguir que vengan al programa. O para sacarles una declaración. Los confundimos diciéndoles mentiras redondas y los traicionamos abusando de su confianza.

Ganamos dinero. Unos más que otros. Todo vale para conseguirlo. Aceptamos lo que nunca pensamos que aceptaríamos. Por dinero, sí. ¿Usted no?

Sobornamos. Pagamos a los parias de la tierra si es preciso.

Prometemos. Cosas que no vamos a poder cumplir. A ustedes, a los que van a la tele a contar y a los que nos escuchan desde el sofá de casa.

Despreciamos. No nos importa que usted crea o no lo que está viendo. Lo único que queremos es que lo vea. Y que se calle. Y que nos vuelva a ver mañana.

Manipulamos concursos, si hace falta, para que ganen los guapos. O para mantener el ritmo. O para que no se aburran; sobre todo, no se aburran, por favor.

Tergiversamos y editamos informaciones para que resulten más acorde a nuestros fines, porque eso es lo que nos han pedido nuestros jefes. En un informativo o en un programa estéril.

Incitamos a nuestros subordinados a que hagan los mismo. Y si se niegan, los despedimos, o en su defecto los ninguneamos. ¿Qué pasa?

Trasegamos con los famosos pagando, como saben, cantidades desorbitadas. Y a los neofamosos podemos convertirlos. Faltaría más.

Llevamos a individuos a la televisión sabiendo que su aparición en pantalla puede destrozarles la vida; nos reímos de su simpleza y la festejamos con el resto de compañeros. Con solidaridad y buen humor.

Ponemos la lupa en sus miserias y utilizamos nuestro poder de persuasión, nuestra capacidad para cambiar de registros y nuestros bagaje, a fin de convencerlos de que lo mejor para ellos es que hagan y digan lo que nosotros queremos…

Diseñamos programas zafios sabiendo que lo son, porque consideramos que muchos de ustedes son, simplemente, espectadores analfabetos.

Somos a menudo racistas, clasistas, despóticos, elitistas y crueles. Sin contemplaciones y sin arrepentimientos.

Obedecemos órdenes intolerables.

Provocamos el llanto a veces; inducimos a desvelar secretos, otras.

Decimos que sí cuando debemos decir que no.

Rastreamos lo cutre en los peores lugares para trasladarlo al lugar en que trabajamos. Vamos a clubes de putas, a casas de la caridad, a discotecas de abuelos, a las esquinas de las calles, a buscar a gente desesperada, y luego utilizamos esa desesperación, que es real, para nuestros fines.

Conseguimos que los más débiles, los menos privilegiados intelectual, culturalmente, nos llenen horas de emisión.

Estafamos a directivos de televisión (que saben que están siendo estafados) inflando presupuestos de programas que producimos para ganar mucho dinero.

Nosotros, ciudadanos de primera, adscritos a plataformas de pago, hacemos una televisión menor, por debajo de nosotros mismos, y que no vemos, desde luego, para que ustedes, ciudadanos de segunda, que no ven otra cosa, pobres, que la televisión generalista, disfruten.

Lo hacemos conscientemente, en pleno uso de nuestras facultades mentales y en el ejercicio de nuestra profesión de periodistas.»

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